La paridad de género al momento de presentar listas de candidaturas es un requisito que los partidos deben cumplir y que el TSE se encarga de verificar. Sin embargo, esa famosa proporción del 50% mujeres y 50% hombres pierde fuerza cuando miramos más allá de la simple titularidad y suplencia. El verdadero punto crítico está en la posibilidad real de acceder a un cargo de importancia: la llamada franja de seguridad.
¿Y qué es esa franja? Son los primeros lugares en las listas, ya sea al Senado o a las diputaciones plurinominales, donde llegar al curul depende del voto al binomio presidencial y la proporcionalidad que obtenga el partido en cada región. En pocas palabras: son los espacios seguros, donde no hace falta ganar el voto directo ni demostrar representatividad social. Ahí se ubican figuras visibles, de confianza o con capacidad de aportar económicamente a la campaña.
Un ejemplo claro: el actual presidente Luis Arce fue inscrito como primer senador por La Paz; Branko Marinkovic encabeza la lista en Santa Cruz; o Yerko Ilijic es primer plurinominal por La Paz con el partido Morena. Lugares asegurados para nombres privilegiados.
Lo de Morena y Eva Copa no sorprende. Su visión política es estrecha y clientelar: al inicio de su gestión trajo a sus allegados —Miguel Rimba, Omar Aguilar, René Joaquino, todos hombres y de otras regiones— a ocupar cargos en una ciudad que no conocían. Ni siquiera parece conocer los gustos musicales de El Alto: basta ver la cartelera de sus verbenas. Y si no conoce eso, menos aún sabrá quiénes son las mujeres que lideran o se destacan en su propia ciudad.
Volviendo a las listas veamos la gráfica: en las candidaturas a diputaciones plurinominales se nota una marcada diferencia entre partidos. Por ejemplo, en la Alianza Libertad y Democracia de Tuto Quiroga, de nueve postulaciones para la primera diputación plurinominal, solo una corresponde a una mujer. Algo similar sucede en SUMATE, liderado por Manfred Reyes Villa, donde solo dos mujeres encabezan listas como candidatas titulares.
En contraste, la Alianza Unidad de Samuel Doria Medina destaca: siete de las nueve primeras diputaciones plurinominales están encabezadas por mujeres. En su mayoría, con trayectoria legislativa previa, tanto a nivel nacional como local. Es el único caso donde hay mayoría femenina en los primeros lugares, es decir, en la franja segura. ¿Por qué? Porque estas posiciones suelen representar acuerdos políticos, vínculos familiares, o directamente inversiones económicas en la campaña.
Y creo que vale la pena mencionarlo: hubo una generación de congresistas que se hicieron visibles, casi todas surgidas de Comunidad Ciudadana. Pero tras el fracaso de su proyecto político —que nunca logró consolidarse ni gestionar una sigla—, y con Carlos Mesa como uno de los actores más pusilánimes de la política boliviana, muchas de estas figuras, con intención de seguir en la política, tuvieron que migrar hacia otros proyectos. Ahí están nombres como Luisa Nayar, Adriana Barrientos, Cecilia Requena, Mariela Baldivieso, Toribia Lero, Gabriela Ferrel, Alejandra Camargo, Luciana Campero, entre otras. Esta dispersión también muestra que, sin estructuras partidarias fuertes, la paridad no es suficiente para sostener liderazgos femeninos en el tiempo.
La paridad ha sido una conquista, pero no una revolución. Mientras no se transformen las estructuras que definen quién decide, quién tiene recursos, y quién pone a quién, el poder seguirá siendo masculino y elitista… solo basta ver quiénes son los dueños de las siglas o partidos. La diferencia entre lo formal y lo sustantivo está en el origen: lo formal se impone desde arriba, lo sustantivo se construye desde abajo.
Así que sí, tenemos paridad. Normada, exigida, cumplida. Pero no garantiza poder real. Porque al final, no se trata solo de estar en la lista… sino de en qué parte te ponen, quién decide, y a qué intereses se responde.
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