El 9 de septiembre ocurrió un hecho violento contra María Galindo, en la Universidad Pública de El Alto (UPEA). Ella cuestionó al centro de estudiantes de la Carrera de Ciencias Políticas, que puso trabas para que no existan otros frentes. Esta fue la denuncia de un grupo de jóvenes –hombres y mujeres– que se manifestaban junto a María en su programa radial “Mi garganta es un órgano sexual” que se emite por Radio Deseo. María fue sacada a empujones por una turba de hombres envalentonados.
Después de esto, algunas personas que odian a María salieron a la palestra pública para aplaudir este hecho como alegrándose de lo ocurrido, sin pensar que una turba violenta siempre anula cualquier debate.
La imposición por la fuerza cancela la posibilidad de reflexión y pensamiento. Por eso, incluso no estando de acuerdo con María una persona no puede festejar la violencia.
Especialmente salió a celebrar Pedro Portugal, a quien desde hace un tiempo toda expresión feminista le saca ronchas; no acepta que las mujeres hayamos entrado en su ámbito académico de señor pensante, donde él, seguramente, estaba acostumbrado a discutir sobre temas de política, economía y cultura con puros machitos iguales a él. Nuestro señor pensante se siente cuestionado y afectado en sus privilegios y ha quedado estancado en el pasado, en la antigüedad. A estas alturas dudo mucho que pueda actualizar su pensamiento, la verdad.
Este hombre habla de lo aymara, de lo indígena, pero sus apellidos Portugal Mollinedo lo delatan como descendiente de hacendados. Es decir, es un criollo que se camufla detrás del pensamiento indianista porque caso contrario no tendría otro espacio de reconocimiento en esta sociedad. Que justamente él ataque a María llamándola criolla, es algo chistoso, cómico.
Por eso, le molesta mucho que María entre con tal autoridad a espacios de instituciones públicas y privadas a cuestionar la corrupción y burocracia, porque ella puede hacer acción directa y concreta. Nuestro señor pensante reniega y siente impotencia, porque María fue a la ciudad de El Alto que, seguramente, él considera su terreno, su feudo, su hacienda. María no pidió permiso y se entró nomás a la manera en la que acostumbra a hacer en su radiodocumental, irrumpiendo de repente, saltándose los protocolos. Esta irreverencia le da cólera a nuestro señor pensante y se pone belicoso.
Don Pedro siempre está atento a cualquier expresión feminista. Apunta con el dedo y saca su veneno contra las mujeres que se saltan los protocolos con irreverencia, porque le cuestionan sus privilegios. Reniega contra acciones concretas, que perturban la comodidad de su escritorio. Se ataja como el perro del hortelano, como decimos comúnmente, que no come ni deja comer. Él debe estar preocupado porque las mujeres estamos haciendo lo que él y su pensamiento no han podido trasformar.
Que don Pedro se prepare matecitos contra la bilis, porque nosotras vamos a seguir luchando e incomodando.
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