Diciembre 29, 2025 -HC-

TikTok y política: del carisma digital al reto de gobernar


Lunes 29 de Diciembre de 2025, 1:45pm






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La sorpresiva presencia de generadores de contenido, denunciantes del poder, activistas, figuras contestatarias, cantantes y personajes mediáticos —a los que hoy llamamos tiktokers— en listas de candidaturas subnacionales y presidenciales es una señal inequívoca del impacto de TikTok en la vida política contemporánea. Personas sin trayectoria partidaria ni experiencia en gestión pública irrumpen en el escenario electoral impulsadas por su capacidad de conexión emocional con las audiencias digitales. Este fenómeno no es aislado ni anecdótico, expresa el auge imparable de TikTok como actor político de facto.

Esta tendencia se inscribe en una crisis más amplia de la democracia representativa, caracterizada por la desintermediación entre ciudadanía y partidos políticos. Lo que hace más de una década se percibía como novedad —y que tuvo expresiones como el Movimiento 5 Estrellas en Italia, o figuras como Nayib Bukele— hoy se consolida en campañas que basan su éxito casi exclusivamente en redes sociales. Casos recientes en Bolivia, donde binomios ganadores estructuraron su campaña en TikTok e incluso eligieron candidatos desde ese ecosistema digital, confirman que la política ya no se disputa solo en plazas, medios o partidos, sino en la pantalla del celular.

Con más de 1.500 millones de usuarios activos (dato del 2024) y una hegemonía clara entre menores de 30 años, TikTok dejó de ser una simple plataforma de entretenimiento. Se ha convertido en un espacio central de circulación de discursos políticos, activismo informal y construcción ideológica. Esta mutación no responde a un capricho tecnológico, sino a una transformación profunda en la forma en que las nuevas generaciones se informan, interactúan y entienden el poder.

Nos guste o no, TikTok está reconfigurando el espacio político. Los mensajes ideológicos ya no circulan exclusivamente en discursos formales o medios tradicionales, sino integrados en bailes, memes, relatos personales, humor y confrontaciones simbólicas. La opinión pública se construye en microcomunidades algorítmicas donde la emoción, la visibilidad y la inmediatez pesan más que la argumentación racional. TikTok es, así, parte de nuestra historia política en tiempo real y un campo imprescindible para el análisis académico.

Este proceso se explica también por un cambio estructural del ecosistema mediático: el paso de medios centralizados —televisión y prensa— a un entorno digital fragmentado, personalizado y gobernado por algoritmos. TikTok no solo ejemplifica este cambio, sino que lo intensifica. Su sistema de recomendación expone a los usuarios a contenidos políticos sin que medie una búsqueda consciente y se normaliza como parte de la experiencia cotidiana.

A través de narrativas personales, códigos visuales propios y un lenguaje cercano, los tiktokers construyen vínculos emocionales con sus audiencias. Estas relaciones parasociales explican por qué muchos jóvenes adoptan ideas, formas de hablar y visiones del mundo más por identificación afectiva que por análisis racional.

Aquí emerge un fenómeno clave: la política basada en el vínculo más que en la competencia. La popularidad, la autenticidad percibida y la capacidad de “decir lo que otros no se animan” se convierten en capital político. De ahí la aparición de figuras que, sin experiencia en gestión pública, logran éxito electoral gracias a su conexión digital. El problema es evidente, la identificación emocional no garantiza capacidad de gobierno, y los fracasos posteriores a los procesos electorales lo demuestran con frecuencia.

La pregunta que se abre tras estas experiencias es inevitable: ¿seguirá primando la popularidad sobre la racionalidad del votante o comenzará a exigirse mayor solvencia en las propuestas y en la capacidad de gestión? Las campañas mostrarán qué tan preparados están estos nuevos actores para asumir responsabilidades públicas de alta complejidad. La experiencia reciente enseña que, cuando la tendencia y el carisma sustituyen a la planificación, las consecuencias se pagan en la vida cotidiana de los países y las ciudades. Aunque existen excepciones —como el caso de Bukele, ampliamente respaldado pese a las controversias de mandato indefinido—, que no son la regla.

Gobernar implica algo más que conectar emocionalmente. Requiere equipos técnicos, conocimiento del Estado y capacidad de convertir el relato en acción. La gestión pública no se resuelve con videos virales ni con discursos disruptivos. Rodearse de quienes saben es indispensable para pasar de la prosa a los hechos. Tener o no perfil político no excluye a nadie del derecho a participar, pero sí obliga a asumir responsabilidades acordes al cargo.

Este estilo emergente de ingreso a la política genera preocupación legítima. Aunque amplía la participación y canaliza el desencanto ciudadano, también puede erosionar la democracia si reemplaza el debate político por la simple gestión de contenido entretenido, popular y emocional, sin deliberación ni contraste de ideas.

Al priorizar el contenido que genera interacción y evitar el disenso, crea burbujas de afinidad que fragmentan la esfera pública. Lo que aparenta ser una gran conversación política es, en realidad, una suma de monólogos paralelos.

En este escenario, tanto los nuevos aspirantes digitales como las figuras tradicionales —más de 34.000 candidatos en total, según datos del órgano electoral— deberán enfrentarse al trolling político como forma dominante de confrontación. Ridiculizar, provocar o humillar al adversario suele ser más eficaz para ganar visibilidad que argumentar. En TikTok, posicionarse políticamente puede reducirse a compartir un meme o participar en una burla colectiva.

Lo cierto es que TikTok llegó a la política para quedarse. No solo como herramienta de campaña o campo de batalla cultural, sino como expresión del modo en que las nuevas generaciones viven, sienten y entienden la democracia. La pregunta ya no es si TikTok influye en la política, sino si los partidos políticos y agrupaciones ciudadanas están preparadas para una ciudadanía formada en videos de quince segundos, emociones intensas y algoritmos invisibles.

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