El fútbol sudamericano está lleno de historias de talento, pasión y lucha. Sin embargo, también es un espacio donde la percepción pública puede marcar el destino de un jugador más allá de su desempeño en la cancha. Hoy, Bolivia observa con preocupación el caso de Miguel Terceros, quien enfrenta una acusación de racismo en Brasil, una denuncia que genera dudas y temores sobre el impacto que tendrá en su carrera a largo plazo.
El hecho ocurrió en el partido entre América Mineiro y Operário Ferroviario, cuando el jugador brasileño Allano de Souza acusó a Terceros de haberlo insultado con expresiones racistas. Como resultado, el partido se detuvo, se activó el protocolo de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) y el joven boliviano fue detenido provisionalmente. Lo que preocupa a la comunidad futbolística boliviana no es solo la gravedad de la acusación, sino el riesgo de que Terceros quede marcado en Brasil por este episodio, afectando su trayectoria profesional de manera irreversible.
Para añadir un matiz a la situación, es importante señalar que Allano de Souza ya había protagonizado un caso similar en Portugal en 2022, cuando acusó a un rival de racismo mientras jugaba en el Santa Clara. Empero, la investigación en ese entonces no logró comprobar la acusación debido a la falta de pruebas, lo que deja abiertas dudas sobre la solidez de su denuncia actual en Brasil.
El mayor temor desde Bolivia es que Miguel Terceros quede estigmatizado a partir de esta controversia. No sería la primera vez que un jugador vea su imagen afectada por una acusación que, sin una investigación clara, lo margina del circuito profesional. La lucha contra el racismo en el fútbol es una causa legítima, pero también es crucial evitar que un futbolista sea condenado sin pruebas contundentes, lo que podría comprometer su futuro en el país donde buscaba consolidarse.
Además, hay un aspecto técnico que no se puede ignorar: será difícil comprobar con certeza si Miguel Terceros es culpable o no. En estos casos, la falta de evidencia concreta y la subjetividad de los testimonios dificultan la posibilidad de una resolución justa e indiscutible. Nadie puede afirmar con absoluta seguridad lo que ocurrió en el campo, lo que refuerza la necesidad de una investigación transparente y equilibrada, sin condenas prematuras ni juicios mediáticos que puedan afectar de manera irreparable la imagen del jugador.
Más allá de la polémica, este episodio debe invitar a la reflexión sobre el trato que reciben los deportistas bolivianos en el extranjero. ¿Se les juzga con la misma vara que a otros jugadores? ¿Existe una predisposición a vincularlos con polémicas en contextos donde el poder mediático y político los deja en desventaja? No se trata de justificar conductas incorrectas, sino de exigir que los casos sean tratados con equidad y que se respete la presunción de inocencia antes de tomar medidas que podrían acabar con la trayectoria de un joven talento.
Es crucial que la Federación Boliviana de Fútbol, la dirigencia deportiva y la comunidad futbolística nacional reaccionen con firmeza, no solo para respaldar al jugador si se demuestra que fue tratado injustamente, sino para exigir que los futbolistas bolivianos sean vistos con el mismo respeto y consideración que sus pares internacionales. Porque al final del día, el fútbol debe ser un espacio de competencia justa y no de prejuicios arraigados que condicionan el destino de nuestros talentos.
El racismo en el fútbol es una realidad innegable que ha dejado cicatrices profundas en jugadores, equipos y aficionados a lo largo de la historia. Para aquellos que han sido víctimas de insultos y ataques discriminatorios, la cancha muchas veces se convierte en un espacio de agresión en lugar de competencia. Denunciar estos episodios no solo implica exponer el problema, sino también enfrentar la resistencia de quienes buscan minimizar el impacto del racismo en el deporte. Es una lucha constante que, lamentablemente, aún no tiene una solución definitiva, pero que debe seguir siendo una prioridad en la agenda de las federaciones y organismos deportivos.
Por otro lado, existe un grupo de jugadores que, sin haber cometido un acto de discriminación intencional, se ven atrapados en acusaciones difíciles de probar. La creciente presión sobre el tema ha generado un temor latente en algunos futbolistas, quienes sienten que un malentendido o una expresión sacada de contexto puede costarles su reputación y su carrera. En este sentido, el equilibrio es fundamental: mientras el fútbol debe garantizar tolerancia cero al racismo, también es necesario que cada denuncia sea evaluada con rigor para evitar condenas mediáticas que pueden ser injustas y dejar cicatrices permanentes en jugadores señalados erróneamente.
El desafío es enorme. Para que el fútbol avance hacia una verdadera justicia, es imprescindible que las denuncias de racismo sean tratadas con la seriedad que merecen, pero sin que ello implique una cultura del miedo entre los jugadores. Se debe trabajar en la educación, la sensibilización y mecanismos que permitan comprobar cada caso con precisión, evitando que la lucha contra el racismo se convierta en un arma que distorsione el sentido de justicia. Al final del día, el fútbol debe ser un espacio donde el respeto predomine, tanto para quienes han sufrido discriminación como para quienes buscan defender su nombre ante acusaciones que pueden resultar desproporcionadas.
Al final habrá que hacer la pregunta obligada: Fútbol y polémica: ¿Puede un jugador recuperarse de una acusación de racismo?
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