Agosto 10, 2025 -HC-

La dialéctica entre la ignorancia empresarial y el dogma ambientalista


Domingo 10 de Agosto de 2025, 9:00am






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En actual la política boliviana se están ensayando fórmulas de convivencia que, en lugar de responder a una visión estratégica del país, parecen sostenidas por una dialéctica de mutuas ignorancias. Tal es el caso de la inesperada alianza entre Samuel Doria Medina, empresario tradicional y eterno defensor del modelo desarrollista, y Cecilia Requena, senadora que ha hecho de la defensa del medio ambiente una causa radical. Esta conjunción, en apariencia astuta, representa, en realidad, una profunda contradicción entre dos discursos que no solamente no se entienden, sino que se anulan mutuamente.

Por un lado, Doria Medina intenta posicionarse como un administrador eficiente del Estado, apelando a su historial empresarial, como si eso fuera garantía de gestión pública. Pero detrás de su retórica gerencial hay un desconocimiento estructural de los desafíos contemporáneos del desarrollo. En el reciente debate presidencial organizado por el Tribunal Supremo Electoral, Doria Medina afirmó que en el año 2024 se quemaron 12,6 millones de hectáreas de bosque, cuando en realidad se destruyeron 7,2 millones de áreas boscosas y 5,4 millones correspondieron a pastizales. La exageración no fue casual: fue una forma de dramatizar un tema que no domina, reduciendo la complejidad ecológica a cifras imprecisas, útiles solo para sostener un guion electoral. Lo preocupante no es el error técnico, sino la actitud: un empresario que improvisa sobre temas ambientales, sin entender los límites del modelo extractivista al cual él mismo se aferra. Por esta razón también busca una nueva alianza con los mineros cooperativistas, a sabiendas que éstos son los principales responsables de una tremenda contaminación y un modelo extractivista de libre mercado, sobre todo en la explotación del oro.

Al otro lado de la dialéctica de contradicciones está Cecilia Requena, quien encarna una crítica legítima hacia el modelo agroindustrial y la minería depredadora. Su postura cuestiona, de raíz, la lógica del crecimiento ilimitado y exige una transformación radical del Estado como garante de justicia ambiental. Sin embargo, su discurso se enreda en una intransigencia moral que, aunque bien intencionada, termina por bloquear cualquier posibilidad de transición ordenada hacia una economía sustentable. Requena no solo se opone al actual modelo de desarrollo, también desconfía de “cualquier propuesta” que implique algún grado de concesión productiva.

Así, la postura de Requena termina pareciéndose a un veto permanente, sin capacidad de construir alternativas viables que respondan a la urgencia social de empleo, producción y seguridad alimentaria. Si se desmoronan las, aproximadamente, 1500 empresas cooperativistas, estaríamos frente a una relocalización de, alrededor de 150 mil mineros y, eventualmente, otros 225 mil trabajadores adicionales en los empleos indirectos que genera la minería. Este contingente de potenciales desempleados generaría un sinfín de conflictos en busca de nuevas fuentes de ingresos, en regiones como Potosí, Oruro, La Paz, Beni y el norte de Santa Cruz. La disminución en la exportación de minerales afectaría seriamente la balanza comercial y la captación de divisas.

En el primer debate presidencial convocado por el Tribunal Supremo Electoral, el 1 de agosto, Doria Medina afirmo de manera tajante que su “(…) propuesta es producir respetando la ley del medio ambiente, pero en una etapa de crisis, si hay un conflicto entre producción y medio ambiente, se debe priorizar la producción, cumpliendo las leyes. Tenemos que priorizar la producción en este momento.”

Con esta declaración, Doria Medina confirma la continuidad de un modelo económico basado en la extracción intensiva de recursos naturales como fuente principal de ingresos fiscales, exportaciones y empleo informal. Busca consolidar el papel central de la minería (formal e informal) como motor económico, sin una apuesta estructural por la diversificación productiva y, conscientemente, estaría postergando el desarrollo de sectores con mayor valor agregado, por ejemplo, la economía digital y agroindustria sostenible. El activismo radical de Requena, hasta la fecha, no cuestionó, analizó ni dijo nada al respecto. Un silencio extraño, sutil y, por supuesto, contradictorio.

Lo más irónico es que, al asociarse, ambos personajes no se complementan: se neutralizan. Doria Medina no tiene una idea clara del nuevo papel que debería jugar el Estado en el siglo XXI —un Estado regulador, planificador y ambientalmente inteligente—, mientras que Requena, a pesar de reclamar la presencia del Estado, no sabe cómo construirlo en un eventual “posdesarrollo”, ni con quién. Ambos operan desde posiciones reactivas: uno quiere maquillar el extractivismo y la agro-exportación extenuante con oasis de eficiencia; la otra quiere desmantelarlo sin hoja de ruta para enfrentar el masivo desempleo, si se detiene la rueda de la minería, agroindustria y los mecanismos transgénicos para aumentar, precisamente, la eficiencia.

Esta alianza, entonces, no representa una síntesis dialéctica, sino una colisión de ignorancias: la ignorancia ambiental del empresario que sigue pensando en base a matrices obsoletas, y la ignorancia política de una activista que exige una ruptura, sin tener la fuerza social, la institucionalidad, o un plan operativo para hacerla efectiva.

En el fondo, lo que está ausente en este debate no es únicamente la coherencia, sino una visión de desarrollo que supere el cortoplacismo electoral. Bolivia necesita más que una fórmula electoral híbrida. Necesita una verdadera revolución en el pensamiento del desarrollo, una nueva arquitectura institucional que permita salir del extractivismo, sin caer en la parálisis, que incentive la producción, sin devastar los ecosistemas, que combine la innovación tecnológica con justicia ambiental y un Estado fuerte que gobierne el conjunto de un nuevo “desarrollo sostenible”, sin pensar, únicamente, en la Ley del Medio Ambiente, como si fuera una panacea. Nada de esto parece estar en el horizonte inmediato de la dupla Doria-Requena.

La política no puede seguir siendo un escenario de pactos utilitarios entre mundos que no se entienden. Bolivia merece una propuesta que no solamente denuncie el presente, sino que diseñe el futuro. Y para eso se requiere algo más difícil que juntar opuestos: se necesita pensar. Pensar con honestidad, con técnica, con ética y con sentido histórico. De lo contrario, seguiremos atrapados en esta dialéctica estéril de mutuas ignorancias.

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