Junio 05, 2025 -HC-

El riesgo del “pensamiento mágico” en política


Martes 3 de Junio de 2025, 9:45am






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En política hay - siempre - dos objetivos: uno oculto y otro público. El primero responde a la estrategia del partido y del candidato de cómo obtener y acrecentar su poder político y, claro, por supuesto, ganar elecciones en todas las posibles áreas de influencia, llámese municipios, asambleas, diputaciones, senatorias y, conquistar, obviamente, la joya de corona, una presidencia nacional.

Para ello, es prioritario mover toda la artillería narrativa para persuadir a su clientela – votantes – hacia su predio y fortalecer su piso político, hacerlo sólido y altamente rentable electoralmente. De conseguir ese objetivo oculto, se podrá activar el objetivo público que será mostrarse como la mejor opción y las más eficiente para resolver las demandas de los electores. Y es acá donde los actuales candidatos se dan de bruces, al confundir ambos objetivos.

Creer que se controlan todas las variables, que se leen correctamente todos los contextos, que la narrativa es una e indivisible y asumir una postura cerrada y unilateral es un pecado que se denomina “pensamiento mágico”.

Las narrativas sirven para analizar los problemas y tomar mejores decisiones, para extraer lecciones de nuestras experiencias, y dar sentido al mundo; pero también son vectores importantes para una mejora constante de la estrategia. Subirse a una torre de marfil y creer que siempre sale el sol y nunca habrán nubarrones, es, francamente, de idiotas.

La ecuación, no digamos negociar, por su connotación negativa, pero sí de concertar espacios de poder, configurar escenarios de favorabilidad y “cerrar” alianzas de poder para ganar mucho más espacio sobre la mesa, merece un esfuerzo de pensamiento dinámico constante. De adaptabilidad. Un maestro de este comportamiento habilísimo de gestión política fue Henry Kissinger. Astuto y oscuro al mismo tiempo. Pero muy eficiente.

Bajo esta mirada, durante una gestión electoral es apremiante contar con una inteligencia política muy elevada y con una gran capacidad de maniobra y de gestión. Ahora, sólo vemos juicios rígidos, belicosos y extraviados.

Estamos asistiendo a un espectáculo político bastante patético y enflautado de soluciones mágicas que, en ningún momento, se presentan como soluciones reales y alcanzables en el corto y mediano plazo. Son, en el mejor de los casos, simples chisporroteos o el aleteo desesperado de las clásicas estrellitas de luces con las que juegan los niños en las fiestas de San Juan, tratando de llamar la atención de alguien. No importa quién. Basta y sobra que sea alguien.

La sordera y la miopera son absurdas.

La política boliviana, por lo tanto, enfrenta un cambio, literalmente, tectónico, donde los políticos y las viejas mañas y posturas han degradado y perdido ampliamente su credibilidad y se han bautizado en una especie de mostrencos desarticulados.  

Es una marcada desventaja política que enfrenta una paradoja ya que los electores, en cambio, y si se quiere los ciudadanos de a pie en su totalidad, no han perdido su firme deseo y derecho creíble de ser o sentirse escuchados.

La población es negada. Anulada. Hasta casi vista con menosprecio. Los dislates de cada candidato son insultantes hacia una población que está sumida en una crisis económica brutal.

Dejémoslo claro: una cosa es ser exitoso empresarialmente, y otra, muy distinta y, profundamente opuesta, ser político. Es un animal diametralmente opuesto y que maneja con maestría sus objetivos de poder públicos y ocultos.

Por ejemplo, Putin siempre supo lo que quiso: luego de la caída del Muro de Berlín y la debacle del mundo soviético, estuvo y está decidido a reconstituir aquel imperio zarista (no soviético), aplastando a sus vecinos. Él sabe que en sus manos sus cartas políticas nunca fueron el comunismo, el marxismo, el leninismo o la antigua URSS. Siempre supo que sus naipes eran otros. Y fue consecuente con esa partida: ser el nuevo zar ruso. ¡Ya lleva 25 años jugando a ser zar! Y aseguró que estará hasta el 2036. Eso es fijarse un objetivo político contundente.

China sabe lo que quiere: ser la mayor potencia comercial del mundo, basada en su vigorosa industria, con la reconstrucción de la ruta de la seda. Xi Jing Ping no se mueve en un milímetro de ese objetivo geopolítico. Y muchísimo menos con un Trump errático.

Son objetivos políticos prístinos. Otra cosa, muy distinta, es que se apoyen o no estas posturas políticas. Pero son contundentes. Así funciona la gestión política. No con pensamientos mágicos o estrellitas de colores.

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