En Bolivia hablar de transformación digital en el sector productivo ha dejado de ser un lujo académico o un ejercicio teórico. Se ha convertido en una urgencia estratégica: una vía estructural hacia el desarrollo sostenible y una economía más inclusiva, resiliente y alineada con los desafíos del siglo XXI.
La digitalización trasciende lo tecnológico. Implica una nueva cultura productiva, una visión compartida y una acción multisectorial capaz de redefinir cómo producimos, colaboramos y nos proyectamos como país. En un contexto político marcado por polarización, reconfiguraciones institucionales y presiones sociales, urge repensar el rumbo productivo desde la tecnología con propósito.
Experiencias regionales demuestran que el cambio es posible. En Perú, la agroexportación ha dado un salto cualitativo mediante sensores IoT para la trazabilidad y certificación digital de cultivos. En Colombia, clústeres manufactureros utilizan plataformas en la nube para mejorar el monitoreo, reducir desperdicios y tomar decisiones basadas en analítica predictiva. En Ecuador, cooperativas cafetaleras han adoptado pagos electrónicos y catálogos virtuales, conectando con mercados internacionales sin intermediarios.
Según el estudio Importancia estratégica de la transformación digital del sector productivo y de gobiernos municipales de Bolivia, elaborado por CEPAL (2024), más del 70% de las unidades productivas del país operan bajo esquemas tradicionales, con baja incorporación tecnológica, escasa articulación institucional y débil conexión con cadenas globales. En términos de exportación, cinco cadenas concentran el núcleo de la economía boliviana: minerales (51.30%), alimentos (23.13%), petróleo (22.71%), madera (0.92%) y textil (0.45%).
Entre sus hallazgos, el estudio revela un dato contundente: un incremento de 10 puntos en el índice de digitalización de procesos productivos se asocia a un aumento del 6.29% en el PIB per cápita, confirmando la correlación directa entre innovación digital y desarrollo económico.
Aunque existen iniciativas valiosas —plataformas para microemprendedores, laboratorios tecnológicos en universidades, pilotos de trazabilidad en exportaciones— aún son esfuerzos aislados. El desafío es construir una agenda nacional que integre tecnología, estándares internacionales, talento local y visión social.
Persisten barreras estructurales: baja conectividad rural, escasa interoperabilidad institucional, limitada inversión privada en innovación y debilidad en la articulación entre Estado, academia y empresa. Pero Bolivia también cuenta con fortalezas: normativas emergentes, capacidades técnicas locales y un capital humano dinámico dispuesto a liderar el cambio.
En la construcción del ecosistema digital boliviano, la cooperación internacional cumple un rol estratégico y transformador. Más allá del financiamiento, actúa como articuladora regional, generadora de asistencia técnica, impulsora de políticas públicas interoperables y promotora del alineamiento con estándares globales. Organismos como CEPAL, BID, CAF y Naciones Unidas ya colaboran con Bolivia en áreas clave como gobernanza digital, salud, productividad e institucionalidad. Reforzar estas alianzas será fundamental para escalar soluciones con impacto territorial.
Principales hallazgos del estudio:
- La transformación digital mejora la eficiencia operativa y reduce brechas de acceso.
- Los estándares internacionales son fundamentales para la competitividad y la transparencia.
- La articulación entre Estado, empresa, academia y cooperación internacional multiplica el impacto.
- La coyuntura política abre una ventana para construir un pacto productivo-digital multisectorial.
Más allá del código, lo que está en juego es la visión de país. Bolivia tiene la capacidad de avanzar hacia una economía más justa, verde e inteligente, si logra alinear liderazgo político, innovación tecnológica y participación ciudadana.
Es tiempo de transformar el discurso en acción.
De impulsar una agenda productiva-digital que trascienda coyunturas.
De conectar capacidades con las oportunidades de una era que exige inteligencia colaborativa, voluntad transformadora y tecnología con sentido humano.
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