Mayo 12, 2025 -HC-

La historia no se repite


Domingo 11 de Mayo de 2025, 9:15am






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Hace algunos días y con motivo del Bicentenario, me invitaron a dar charlas sobre cómo era Bolivia en su nacimiento… nacimos más o menos como estamos ahora, con nuestro principal producto, la plata, en franca decadencia, un fenómeno que ya se venía sintiendo desde mediados del Siglo 18, con gran dificultad para cobrar impuestos porque una de las arengas independentistas había sido que ya no se tendría que hacerlo y con el gran costo que significaba crear y administrar un Estado.

En 1826, Sucre envió varias notas al Congreso Constituyente dando cuenta de que no había de dónde pagar a los empleados públicos, que no se podía cubrir los presupuestos del ejército y que había un déficit de medio millón de pesos. Se tuvo que negociar con los empleados para que no provocaran desmanes y se intentó cubrir gastos cobrando por adelantado el tributo indígena. Como puede verse, fue un inicio difícil que se mantuvo así por largos años.

Fue una decepción grande para muchos, que pensaban que una vez libres del así llamado “yugo español”, podríamos comerciar libremente y acumular riqueza convirtiéndonos en una gran nación. Tan pronto se crearon las fronteras, aparecieron las aduanas, las tasas y los impuestos de internación así como de exportación. Los vínculos regionales eran mucho más fuertes que los nacionales, lo que hizo que Bolivia empezara siendo principalmente una Constitución sin Estado.

Es sabido que Andrés de Santa Cruz trajo algo de equilibrio, pero quienes lo idolatran a menudo se olvidan de que en muchas cosas actuó más como político que como estadista: cuando decidió devaluar la moneda, dando paso al feble, prometió que era para hacer un fondo con el cual se podría explotar oro y así encontrar un nuevo metal que exportar, pero en realidad invirtió el fondo en pagar a funcionarios y a tropas militares para seguir con esa idea de ser un Alejandro Magno y que Bolivia fuera una Macedonia.

El caudillismo de los primeros años fue lacerante, distintos grupos disputándose el poder, gastando dinero y urdiendo intrigas para favorecer sus intereses, José Péres Cajías lo resume magistralmente cuando dice “cuando acabó la Guerra de Independencia, se sabía quién había perdido, pero no quién había ganado”; durante 15 años, la única ligazón que habían tenido esos grupos era la necesidad de derrotar a los españoles y cuando se hubo hecho ya no quedaba nada que tuvieran en común y de inmediato se aprestaron a demandar espacios de poder alegando que gracias a ellos se había logrado la independencia.

Mientras más uno lo estudia, más se da cuenta de que a la hora de analizar el costo-beneficio de la independencia, el costo parece estar muy por encima del beneficio. Eso explicaría de alguna manera lo mucho que nos hemos esforzado por elaborar narrativas sobre lo magnífico que fue ser “libres y soberanos”, historias confeccionadas sobre la valentía y desinterés de los héroes y hasta himnos haciéndonos repetir que ahora se está mejor que antes.

El informe de Sucre de 1826 me recuerda a la situación que hoy vivimos, nuestro déficit es cada vez más grande y la crisis se siente con fuerza; el feble del mariscal Santa Cruz me hace pensar en el litio del que tanto se dijo y tanto se añoró, pero que se ve más lejano, más irreal, todo debido a la quimera en la cabeza de los jefes del MAS. Los caudillos peleando por sus intereses me resultan tremendamente familiares y similares a los líderes políticos de oposición cuyo único punto en común es la búsqueda de la derrota del MAS, cuando en su interior, sus intenciones, tendencias y falta de escrúpulos son muy similares a las del partido que tanto desprecian.

Uno puede imaginar que si derrotan al MAS, las facciones de oposición se desangrarán en una guerra por los espacios de poder dejado por el gigante de pies de barro y serán más políticos que estadistas, por lo que veremos una vez más traicionados nuestros anhelos. ¿Y si ganan los del MAS? ¡Ah! Seguro se esforzarán por crear narrativas, mostrando como valientes a los truhanes y como inteligentes a los obtusos, escribirán una historia donde los de abajo, los olvidados, tomaron el poder, para esconder la realidad del alto costo de darle prioridad a discursos trasnochados en vez de a mejorar la economía y evitar caer al abismo.

Con eso, podríamos creer que la historia se repite, pero no es verdad; si lo pensamos, si miramos bien, lo que se repite no es la historia, porque el tiempo es inexorable y cambian las circunstancias, cambian los contextos y cambian también los sujetos históricos. Entonces ¿qué se repite? Se repiten las malas decisiones, las actitudes ególatras, el exceso de ambición de los sujetos históricos que nos condenan a caer en el abismo y que nos cueste salir de él.

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