Agosto 13, 2025 -HC-

La elección que definirá el futuro de generaciones


Miércoles 13 de Agosto de 2025, 9:45am






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Este domingo 17 de agosto, los bolivianos acudiremos a las urnas no solo para elegir a un nuevo presidente; estaremos decidiendo el rumbo de nuestro país para las próximas décadas e iniciando un nuevo ciclo histórico tan esperanzador como incierto.

Quizá por esa razón, la campaña que hoy concluye ha sido la más compleja de nuestra historia democrática reciente. No necesariamente la más emotiva ni la más intensa en las calles, pero sí la que más ha movilizado a la opinión pública. Las redes sociales se convirtieron, por primera vez, en el campo de batalla principal. Allí se libraron debates ideológicos, se confrontaron propuestas y análisis y, por supuesto, se desplegó también la artillería de guerra sucia y desinformación.

Lo más significativo es que los jóvenes fueron protagonistas como nunca antes. Ya no limitaron su participación a pegar afiches o asistir a marchas, sino que se involucraron de lleno en el debate político, cuestionando, contrastando y exigiendo respuestas. La política digital mostró su rostro más crudo, pero también más democrático: la posibilidad de que cualquier ciudadano pueda opinar, fiscalizar y, en muchos casos, incidir en la agenda pública.

El año de las elecciones, --que coincide con nuestro bicentenario-- será recordado como el fin de una era: la del populismo hegemónico que gobernó Bolivia durante casi dos décadas, y cuya debacle no se produjo únicamente por la división cupular del MAS, sino por la pérdida de legitimidad, la desaprobación mayoritaria a una gestión desastrosa y el rechazo al caudillismo, la corrupción y la autocracia.

El “proceso de cambio” se agotó, y en su caída nos arrastró hacia una crisis estructural que se refleja en la escasez de combustibles, la falta de dólares, la inflación, la fuga de capitales, la pobreza, el cierre de empresas y la creciente desconfianza ciudadana.

Pero este fin de ciclo no garantiza, por sí solo, un nuevo comienzo ni menos el éxito. Depende de nosotros, como ciudadanos libres, definir si el país da un salto hacia un modelo de desarrollo abierto, competitivo y sostenible, o si, por el contrario, nos dejamos arrastrar por nuevas formas de autoritarismo y demagogia.

En este contexto, la responsabilidad del votante es suprema. La democracia nos otorga el derecho de participar, pero también el deber de hacerlo. No basta con acudir a las urnas; hay que votar con lucidez, evaluando con rigor las propuestas, los antecedentes y la coherencia de quienes aspiran a dirigir el Estado.

Está claro que el futuro de Bolivia pasa por devolver el protagonismo a las personas y a los actores productivos, no al aparato estatal. Necesitamos un gobierno que entienda que la riqueza no se decreta, se genera; que el empleo digno no nace de leyes rígidas ni subsidios insostenibles, sino de inversión, competencia y libertad económica.

También debemos romper con la cultura del privilegio político. El Estado no puede seguir siendo botín de partidos ni refugio de clientelas. La institucionalidad no es un adorno técnico: es el cimiento que garantiza que las reglas sean claras, que los contratos se cumplan, que la justicia sea independiente y que los ciudadanos, emprendedores y trabajadores puedan proyectar su vida y su esfuerzo sin temor a la arbitrariedad.

Este 17 de agosto decidiremos si seguimos atrapados en un país donde la escasez, la inflación y los bloqueos son la norma, o si nos atrevemos a construir una Bolivia abierta al mundo, con una economía diversificada, mercados libres, integración comercial y un Estado que se limite a garantizar derechos y a crear condiciones para que la iniciativa privada florezca.

La elección es, en esencia, entre más control o más libertad; entre más intervencionismo o más responsabilidad individual; entre perpetuar un sistema que fracasó o abrirnos a un futuro donde la innovación, la educación y la producción sean las palancas de nuestro desarrollo.

No nos engañemos: ningún gobierno solucionará por sí solo los problemas acumulados durante décadas. Necesitará el apoyo de todos. Pero podemos exigir que quien asuma el poder tenga un rumbo claro, un plan serio y la valentía para aplicar reformas estructurales que sienten las bases de una prosperidad duradera.

Este domingo, el voto es nuestra herramienta para empezar a construir un nuevo país. No deleguemos nuestra responsabilidad a los agoreros y cobardes, a los caudillos fracasados o a las redes sociales. El futuro de Bolivia no se define en un tuit, se define en la papeleta.

Votar es un acto de libertad, pero también un compromiso con nosotros mismos y con las próximas generaciones. Hagámoslo con la convicción de que podemos dejar atrás el populismo, la corrupción y el estancamiento. Hagámoslo con la certeza de que Bolivia merece ser un país donde el trabajo honesto sea la vía para prosperar, y donde la ley proteja, y no asfixie, la libertad de sus ciudadanos.

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