Octubre 19, 2025 -HC-

Fin de la historia: La crisis no es del sistema electoral; es del sentido


Domingo 19 de Octubre de 2025, 12:30pm






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No vivimos una transición, sino una suspensión histórica.

No estamos ante el nacimiento de lo nuevo, sino ante el reciclaje de lo viejo.

(Gramsci)

Ayer publiqué una entrevista con Pavel Alarcón. Hablar de ideología en el clima político presente puede parecer un gesto anacrónico, casi excéntrico, pero es precisamente en tiempos de orfandad intelectual cuando resulta más urgente recuperar el terreno del pensamiento. La política boliviana se ha vaciado de ideas y se ha reducido a su mínima expresión: supervivencia de élites, disputa territorial del poder y administración cínica de la ignorancia colectiva.

La discusión con Alarcón buscó, justamente, iluminar la degradación del proyecto que alguna vez se proclamó transformador. Hoy, el MAS sobrevive no como movimiento histórico sino como residuo faccional: Evo Morales cercado por acusaciones gravísimas y Luis Arce condenado por la evidencia de su propio fracaso económico e institucional. No es la “evolución” de un proyecto, sino su disolución en lo grotesco: el colapso ético y político de un régimen que tuvo la oportunidad irrepetible de modernizar al país y decidió, en cambio, disputarse el botín y el relato.

Esa implosión abrió la puerta a un retorno conservador disfrazado de aggiornamento: un “liberalismo cosmético”, sin densidad doctrinal ni propuesta histórica, encarnado en Tuto Quiroga y Rodrigo Paz. Ninguno de ellos está ofreciendo un país: apenas administran la nostalgia de los noventa. Son dos expresiones de la misma restauración, una más agresiva en el discurso y otra más “digerible” para el consumo urbano, pero idénticas en su matriz: reinstalar el neoliberalismo como destino manifiesto.

Lo que Žižek diría —y con razón— es que ya ni siquiera vivimos en el conflicto izquierda/derecha, sino en su simulacro. En Bolivia no hay debate ideológico porque eso exigiría proyecto, y aquí solo hay administración del desencanto. La izquierda fracasó no por exceso de radicalidad sino por su incapacidad de producir justicia real; la derecha retorna no por virtud, sino porque el desencanto creó vacío simbólico. Es Joker: cuando la estructura cae, el payaso es coronado como profeta.

Lo más revelador de esta etapa es que la disputa programática ha sido renunciada deliberadamente. El debate público fue sustituido por la propaganda negativa, porque en la era del desgaste estructural ya no se convence: se neutraliza. La política boliviana dejó de ser una confrontación de visiones y se convirtió en una guerra de legitimidades precarias. Aquí se vota por miedo, no por esperanza.

Y este es el síntoma más profundo: una sociedad atrapada entre una izquierda que empobrece en nombre del pueblo y una derecha que privatiza en nombre de la eficiencia. Ninguna construye ciudadanía; ambas reproducen dependencia. En 200 años, Bolivia no ha tenido un proyecto republicano serio, apenas administradores circunstanciales del estancamiento.

El argumento habitual —“el pueblo no sabe votar”— es una trampa discursiva: el problema no es la incapacidad del votante, sino la pobreza del menú político. No se puede elegir horizonte cuando el horizonte fue cancelado por la mediocridad.

Por eso, gane quien gane, el resultado es el mismo: continúa el ciclo de sustitución de élites sin reforma estructural. La política se ha convertido en una rotación de máscaras, no en una transición de modelos. No estamos discutiendo futuro: apenas estamos certificando la prolongación de la decadencia.

Colorario: En televisión universitaria tuve un programa  denominado “Fin de la historia” hice más de 20 programas referido al tema: creo que perdí el tiempo.

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