No cabe ninguna duda de que el nuevo presidente del país asumió uno de los desafíos más importantes: reformar profundamente el Estado y delinear políticas que permitan dejar atrás el caos generalizado en que hemos vivido durante los últimos años, un periodo en el que no fue posible concretar las transformaciones que todo ciudadano anhela.
Sin embargo, es importante entender que si buscamos transformaciones duraderas, la responsabilidad no recaerá necesariamente únicamente en los hombros del gobierno, y tal vez éste sea el mayor error, cuya consecuencia nos ha alejado de los cambios estructurales que se buscan.
Cuando se entrega la responsabilidad al Estado con la falsa ilusión de que los cambios surgen gracias a las gestiones del ámbito de lo público, lo que en el fondo hacemos es retirar a los padres la responsabilidad que asumen en el minuto exacto en que nacen sus hijos. Entendiendo por responsabilidad la capacidad de comprometerse con uno mismo, con otros, y además de responder por sus acciones.
Ser padres no puede reducirse al acto de procrear; no se reduce a un acto biológico ni a una función de provisión material. Ser padre es principalmente un acto de amor, guía y, principalmente, de ejemplo. Implica acompañar de manera consciente, estratégica y sistemáticamente a que otro ser humano desarrolle sus capacidades, a que forje un carácter noble y a que tenga propósito en la vida para sí mismo y para la comunidad.
Podríamos decir que ser padre es mostrar el camino más con los actos que con las palabras. Es escuchar y enseñar, ayudando a que el hijo comprenda la vida, a que desarrolle virtudes tales como la honestidad, la veracidad, la responsabilidad, el respeto, la confianza, y muchas otras más.
Es amar incondicionalmente, corrigiendo con ternura, celebrando con alegría y estando presente incluso en el silencio. Es fomentar la autonomía, para que el hijo llegue a ser alguien capaz de pensar, amar y servir a su comunidad. Es ser un referente moral, un ejemplo de virtud y coherencia, especialmente en este momento de total confusión moral.
Sin duda, la responsabilidad de educar y formar ciudadanos no es exclusiva del hogar; es una tarea compartida entre familias, escuelas, comunidades y autoridades. Cuando esa alianza funciona, las políticas públicas dejan de ser meras declaraciones y se convierten en prácticas concretas que fortalecen el tejido social.
Finalmente, así como vigilamos y exigimos a las autoridades que cumplan sus deberes, de igual manera esperamos que los padres lo hagan; aunque es cierto que a nadie se le enseña a ser padre, hoy por hoy estamos en una era de mayor consciencia, época en que contamos con información al alcance para aprender el noble rol de ser padres, procurando ser y hacer los deberes con excelencia.
Con la asunción de Rodrigo Paz Pereira como presidente, las esperanzas se han renovado en el país. Esta esperanza también debe estar depositada en los padres y en las familias, porque el cambio verdadero empieza en casa. Cuando hablamos de transformar el país, no debemos olvidar que la clave está, ante todo, en el hogar: ahí comienza la educación. Ahí se cultiva la voluntad de construir un futuro más justo y próspero para todos.



