Abril 28, 2024 [G]:

El salario del miedo


Lunes 5 de Febrero de 2024, 2:30pm






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He dedicado más de media vida al periodismo y, la verdad, estoy a punto de arrojar la toalla. Para ser claro, me dedico a esto porque tengo la necesidad de hacerlo: deudas bancarias, cuentas por pagar, los estudios superiores de mi hijo Jordi, el gasto corriente en servicios, alquiler, etcétera.

No pasa nada, lo tengo plenamente asumido y todos los días me levanto poco después de las tres para presentar el primer noticiero de la mañana. Admito que antes, cuando era más joven y menos lúcido, la sola idea de patearme las calles a la caza y captura de hechos noticiosos (que con el tratamiento profesional adecuado se convierten en noticias), me provocaba una orgásmica sensación de placer al sintetizar adrenalina con aventura. Hoy es diferente. La progresiva y lógica senectud me incita a la reflexión, la pausa y la imprescindible equidistancia de aquello que poco a poco va perdiendo su valor como consecuencia de la manipulación del poder en todas sus expresiones: la verdad.

Nunca me tragué ese relato de que el fin del periodismo es la búsqueda de la verdad. Alguna vez he comentado y escrito, naturalmente, que eso corresponde a la filosofía. El periodismo se fundamenta en el tratamiento y administración de los hechos probados y probables en un ámbito de libertad de expresión y de prensa garantizado por el Estado. Sin embargo, el poder siempre se ha dado modos de controlar ambos derechos imprescindibles en una democracia ajustando las clavijas de las empresas periodísticas por medio de la represión directa, sin asco (imposición política de una línea editorial funcional a ciertos intereses sectarios) o indirecta, sutil (condicionamiento de la línea editorial funcional a ciertos intereses sectarios). Con este criterio se desmonta otro relato, a saber, el periodismo independiente circunscrito a la libertad irrestricta de Internet y las redes sociales, para bien y para mal.

No es extraño, por lo tanto, y aterrizando en nuestro país, que los medios de comunicación se hayan entregado exclusivamente al desarrollo del concepto de empresa entendiéndose como un mecanismo legal, lícito, de obtener el máximo rendimiento a sus inversiones. Así, los periodistas son obreros de la comunicación, trabajadores asalariados que venden su fuerza de trabajo a un empresario que para sobrevivir en medio de esta jungla de intereses creados o por crearse, depende de la necesidad, se alinean con Dios y con el diablo. Esta relación patronal-empleado quiebra el principio de libertad de prensa condicionando la labor del periodista a través del perverso salario del miedo. Ya se sabe, nadie es tan estúpido o temerario para morder la mano de quien lo alimenta cuando tiene esposa o esposo (aquí sí hay igualdad de género con matices), tres hijos, un perro y un gato. Lo interesante es que el poder lo sabe y juega sus cartas alquilando conciencias, derribando los ideales de los jóvenes reporteros, prostituyendo el discurso y, en definitiva, matando lentamente la esencia del oficio más hermoso del mundo.

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