Jacques Derrida, uno de mis pensadores favoritos, apuntala nuestro derecho a la crítica afirmando que “la democracia es el único sistema, el único paradigma constitucional en el que, en principio, se tiene o se arroga uno el derecho de criticarlo todo públicamente, incluida la idea de la democracia”. Es precisamente nuestro derecho a la crítica que nos permite mostrar ante la sociedad el topos donde se ocultan los autoritarismos: el Estado Plurinacional y la universidad pública están al margen y por encima de la sociedad y, ésta última asfixiada con un cogobierno inde(do)cente al margen de sus principios, de sus estatutos y de la sociedad.
¿Qué significa que la universidad pública está al margen del servicio a la sociedad?: significa mucho porque no hace nada por ella. Si la universidad europea se fundó como principio de autoafirmación de la vanguardia en las investigaciones científicas, de los estudios políticos, jurídicos y sociales, en las innovaciones económicas y teletecnologicas, es porque su objetivo desde el comienzo fue el liderazgo universal y la hegemonía del conocimiento; si bien esa su pretensión colonizante del mundo de vida esta en crisis, de lejos supera a la universidad de la periferia, sigue siendo útil en la producción de conocimiento para los intereses empresariales y estatales. La crisis de la universidad europea la obligo a reformarse con el llamado “Proceso de Bolonia”, pero con la llegada de Trump al poder las cosas vuelven a empeorar para la universidad en una especie de segunda “revolución de los ricos contra los pobres” que ya había caracterizado Kenneth Galbraith. A pesar de estas experiencias internacionales, nuestra universidad no mejora, no se reforma, tiende a empeorar sin encarar el problem-solving que la aqueja durante décadas.
La democracia universitaria ha perdido su esencia como el topos, el lugar, donde se debe garantizar el derecho a pensar lo que se dice, diga quien lo diga y asegurar el derecho a decir lo que se piensa, es decir el derecho al pensar y al producir conocimiento. Esta pérdida de derechos ha sido acompañada por el terrorismo, por la arrogancia fascista y por la coacción para formar mayorías de gobierno universitario y acallar las voces críticas: la universidad pública ha sido secuestrada por los mismos grupos autoritarios y corporativos que han secuestrado también el Estado y la democracia; la universidad y el Estado han sido reducidos a mero cálculo de mayorías clientelares y prebendales. En esta crisis profunda, Estado y universidad, necesitan de inventores que los vuelvan a inventar.
Escuela de pillos la han llamado hace poco a la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la UMSA; quizás eso suena descalificador y hasta ofensivo a un lugar donde se debería enseñar más allá del cálculo del derecho y de la política, enseñando la importancia de la rectitud, de la auctoritas, de la potestas, de la política como servicio a la sociedad y la importancia que tienen un Estado próximo a la justicia y una democracia con derecho de criticarlo todo públicamente. Pero no, no es así, la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la UMSA es el lugar donde nace el mal del Estado y, el abogado y el politólogo que deben orientar el Estado hacia la justicia y el bien común, han hecho de la profesión una invitación a la prostitución, la han pervertido y corrompido; hoy por hoy las instituciones universitarias son la escuela inicial donde se inician los políticos, los abogados, los economistas, etc., con todas las malas artes para manipular electoralmente, robar las arcas públicas y pisotear a los otros.
En este lugar, la universidad pública, es donde nace no sólo el mal del Estado, nace también un bestiario repleto de fieras; se aprende sin saberlo, sin pensarlo, sin siquiera haber escuchado la fabula de La Fontaine “El lobo y el cordero” que la moraleja invariable es que “la razón del más fuerte es siempre la mejor”. A partir de la razón del más fuerte, a partir de la autoridad que tiene la violencia, el Estado y la universidad se convierten en los lugares favoritos para producir ingresos ocultos, hambrientos de poder, sumisos y mediocres. Es la universidad el lugar para reproducir los males del Estado y éste el dispositivo que prolonga una pésima universidad para la perpetuación de ambas maquinarias de poder y de privilegios injustificados.
La formación de profesionales al servicio de la sociedad para la que esta llamada la universidad pública disimula lo que realmente hace: el adoctrinamiento de fieras (y cuando me refiero a fieras lo hago en el mismo sentido que lo hacía Thomas Hobbes, vale decir, la producción en serie de súbditos, de vasallos al servicio del soberado-Estado-Universidad, fieras, animales a los cuales se les aplica el principio de bestialidad y servidumbre animal). Lo que ha ocurrido hasta ahora entre Estado y Universidad son simulacros de separaciones, pero nunca verdaderos divorcios, no hay divorcio entre las malas prácticas, las manipulaciones hipócritas y el autoritarismo del cogobierno con el gobierno mismo del Estado porque al fin y al cabo se trata de los mismos actores en escena que defienden privilegios grupusculares.
Pero en rigor, y para ser lo más justo posible, en esta especie de elegia sobre el lugar donde nace el mal del Estado, la Universidad pública tiene mucho que decir y hacer para desmontar el contenido fálico del poder y las violencias machistas que se hacen co-extensivas entre Estado y Universidad y las marionetas feroces que nacen en la Universidad y crecen en el Estado. Cuando nos referimos al lugar donde nace el mal del Estado, no se trata de señalar su topos en tanto universidad pública, tampoco se trata de denunciar las pillerías o picardías que se esconden en la farsa del cogobierno docente-estudiantil o su deteriorada democracia electoral; se trata de desarmar la estructura de dominación, sumisión y de privilegios que defiende la actual universidad coludida con el poder estatal. Esa es la retorica revolucionaria: poner en cuestión las instituciones en general y la institución de la universidad en particular rebajada a una nueva forma de poder arbitrario y de violencia sin límites, para devolverle su misión de producción de conocimiento, de sabiduría, de fortalecimiento e incentivo de los espacios del saber universitario, de las retoricas nuevas que cambian el rol del profesor como el de los estudiantes, esto no puede darse sin una transformación profunda de la universidad pública.
Pensar la universidad pública al margen de la propia universidad o, hacerla pensable desde los márgenes del conocimiento oficial/estatal, es retomar el desafío que lanzo Derrida en “Márgenes de la Filosofía”, es decir, escribir al margen y en el margen de los discursos y practicas oficiales; pensar la crisis de la universidad y su instrumentalización por grupos de poder implica su deconstrucción, porque siendo un artefacto creado, es posible desarmarlo y volver a armarlo al servicio del conocimiento democrático y de la gente, o lo que es lo mismo, es desarmar sus mitos (como aquel que la universidad está al servicio del pueblo, que forma profesionales al servicio de la sociedad y que tiene un carácter antimperialista). Desarmar y rearmar la universidad pública es romper con todo lo que se ha pensado hasta ahora; se trata de una larga lista de acciones revolucionarias cuyo objetivo mayor es romper con el estigma de la universidad como el lugar donde nace el mal del Estado, es romper con todo lo conocido y operado: romper las reglas, perturbar el orden, desestabilizar las convenciones instauradas por un poder estatal y universitario corruptos.
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Politólogo y abogado, Docente UMSA.