Septiembre 25, 2025 -HC-

Brasil: el límite eterno


Jueves 25 de Septiembre de 2025, 11:00am






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La noche del 24 de septiembre, en el coliseo moderno de Belo Horizonte, Bolívar sucumbió por la mínima ante Atlético Mineiro en el epílogo de los cuartos de final de la Copa Sudamericana. El marcador, exiguo pero definitivo, fue 1-0 en favor del conjunto brasileño, que selló su clasificación con un cabezazo de Bernard en el minuto 91. Sin embargo, reducir la gesta celeste a una mera derrota sería una simplificación injusta, casi una mutilación narrativa.

La Academia paceña se presentó en el Arena MRV como un cuerpo diplomático en misión imposible: sin altitud, sin localía, sin margen de error. Y, aun así, su presencia fue más que decorativa. Bolívar no fue un convidado de piedra, sino un actor secundario que, aunque no robó escena, sostuvo el drama con dignidad. Su posesión del balón fue limitada (37%), pero no estéril. En cada repliegue, en cada transición, se percibía una voluntad de resistir, de no abdicar ante el favoritismo del local.

Como Casandra en la mitología griega, Bolívar pareció advertir su destino sin poder evitarlo. Sabía que el empate no bastaba, que el gol debía llegar, y, sin embargo, el oráculo fue ignorado por los dioses del fútbol. La expulsión de Gariglio en la ida y la falta de contundencia ofensiva en la vuelta fueron los clavos que cerraron el féretro de sus aspiraciones.

Atlético Mineiro dominó el trámite con solvencia, pero no con brillantez. Su victoria fue más producto de la constancia que de la inspiración. Bolívar, por su parte, mostró una estructura táctica que, aunque limitada en recursos, fue coherente en su ejecución. La defensa fue férrea, la media combativa, y el ataque, aunque tímido, no fue inexistente. El equipo boliviano no se desdibujó; simplemente fue superado por un rival más curtido en estas lides.

Una vez más, Bolívar se despide de un torneo internacional con la amarga sensación de haber hipotecado sus aspiraciones en casa. El empate 2 a 2 en el Hernando Siles, tras ir perdiendo 0 a 2, no fue una remontada épica, sino un espejismo estadístico que maquilló una actuación penosa. En un escenario donde la localía debió ser aliada, Bolívar se mostró errático, sin convicción ni autoridad. Ese lujo imperdonable —ceder dos goles en La Paz— es el pecado original que condenó su campaña. En el análisis frío, lo del Siles no puede ser relativizado: allí se resignó el sueño continental.

El partido de vuelta en Belo Horizonte fue apenas el epílogo de una historia ya escrita. Atlético Mineiro, sin necesidad de desplegar un arsenal ofensivo, encontró el gol de la clasificación en su única llegada clara, como quien cobra una deuda vencida. Bolívar, por más que resistió con orden y dignidad, ya no tenía margen ni fe suficiente para revertir lo que en La Paz se había extraviado. El fútbol, como la historia, no perdona las omisiones estratégicas, y esta eliminación debe ser leída como una lección severa: los torneos internacionales no se ganan con gestos tardíos, sino con autoridad desde el primer acto.

En Belo Horizonte, Bolívar exhibió una estructura táctica sobria, casi ascética, que le permitió sostener el partido con orden y convicción. El equipo se replegó con disciplina, cerró líneas de pase y mantuvo la compostura ante un rival que, aunque superior en nombres, no logró imponer un dominio avasallador. La actitud fue encomiable: lejos de rendirse al peso del contexto, Bolívar se comportó como un conjunto que entendía la magnitud del desafío y se aferró a sus principios defensivos con estoicismo. La convicción no estuvo ausente; lo que faltó fue el desequilibrio.

Desde una lectura objetiva, sin embargo, es imposible ignorar la anemia ofensiva del cuadro celeste. Bolívar no fue prolijo en el ataque, y esa carencia no se explica únicamente por sus propias limitaciones, sino por la diferencia estructural con Atlético Mineiro. El rival brasileño impuso un cerco invisible que neutralizó cualquier intento de progresión con balón. Pero en torneos internacionales, donde la clasificación depende de goles y no de intenciones, defender con solvencia no basta. Así como se exige rigor en el sistema defensivo, también se requiere ambición en el frente de ataque. Bolívar no encontró ese equilibrio, y, en consecuencia, su campaña terminó sin gloria.

En el año de su centenario, Bolívar vuelve a tropezar con la misma piedra: la distancia sideral que separa al fútbol boliviano del brasileño. No es por falta de voluntad, ni por ausencia de entrega; es una cuestión estructural, casi ontológica. Bolívar lo intenta, se ordena, se disciplina, pero no alcanza. Atlético Mineiro, sin desplegar un juego brillante, necesitó apenas una jugada lúcida para marcar el gol que lo depositó en semifinales. Esa diferencia de jerarquía, de eficacia quirúrgica, es la que define los torneos internacionales. Bolívar, por más que se esfuerce, sigue siendo un actor secundario en escenarios donde el margen de error es nulo.

La nostalgia se vuelve amarga cuando se repite el guion. En la Copa Libertadores fue Palmeiras quien dictó sentencia, y ahora en Sudamericana, el verdugo es Mineiro. En ambos casos, el pecado original se cometió en La Paz, donde Bolívar, en su propio santuario, regaló goles y resignó ventajas. Errores imperdonables que no se pueden atribuir al azar ni a la fatalidad, sino a una falta de contundencia que se paga con la eliminación. En el año que debía ser celebración, Bolívar se despide con una lección dura: el centenario no basta para trascender si no se corrigen las fallas que, una y otra vez, lo condenan al mismo desenlace.

En conclusión, fue una derrota sin deshonra; Bolívar se despidió de la Copa Sudamericana con la frente en alto. Su travesía continental no culmina en la gloria, pero sí en el respeto. En tiempos donde el fútbol se mide en títulos, la dignidad competitiva es una moneda cada vez más escasa. Y Bolívar, en Brasil, la acuñó con temple y decoro, sin embargo, no alcanza.

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