Julio 29, 2025 -HC-

Voto estratégico


Martes 29 de Julio de 2025, 12:00am




Así el voto del electorado boliviano, el próximo 17 de agosto de 2025, tenga cualquier relación porcentual entre blancos y nulos, no se anulan las elecciones y será electo presidente del país quien obtenga el mayor porcentaje de votos válidos en ese proceso electoral.
 
Establece la CPE en su Art.166.I. “(…) Será proclamada a la Presidencia y a la Vicepresidencia la candidatura que haya reunido el cincuenta por ciento más uno de los votos válidos; o que haya obtenido un mínimo del cuarenta por ciento de los votos válidos, con una diferencia de al menos diez por ciento en relación con la segunda candidatura”. De manera concordante la ley del Régimen Electoral establece en su Art. 52.II. “Se proclamarán Presidenta o Presidente y Vicepresidenta o Vicepresidente a quienes hayan obtenido: a) Más del cincuenta por ciento (50%) de los votos válidos emitidos; o b) Un mínimo del cuarenta por ciento (40%) de los votos válidos emitidos, con una diferencia de al menos el diez por ciento (10%) en relación a la segunda candidatura más votada”. En la óptica constitucional tienen validez jurídica solamente los votos válidos emitidos, no así los blancos ni los nulos.
 
Voto Válido
 
El voto válido es uno de los tipos de voto que reconoce la ley del Régimen Electoral N° 026 en su Art. 161.I; al establecer que es aquel que se realiza por una candidatura, para cada nivel de representación o gobierno, o una postulación en procesos electorales. Este tipo de voto se realiza en el espacio específico destinado para ese fin, marcando la papeleta con un signo, marca o señal visible e inequívoca. En las papeletas electorales con listas de candidaturas separadas, las electoras o electores podrán votar por diferentes opciones políticas o candidaturas, para cada uno de los niveles de representación o gobierno. Por ello esta normativa electoral establece con precisión cuál es el efecto del voto válido respecto los blancos y nulos.
 
Estadística de registro electoral de votos nulos y blancos
 
Elecciones Generales
 
Desde que la izquierda toma el poder político el año 2005 hasta la última elección el año 2020, este tipo de votos (blancos y nulos) nunca superaron el 10% según registros del propio Órgano Electoral.
 
Cuando el ex presidente Evo Morales toma el poder el año 2005 se computaron un 4% de votos blancos y un 3,3% de votos nulos, sumando así un 7,3% del total de votos. Vigente la Constitución en las elecciones generales del año 2009 los votos blancos bajaron a un 3,2% y los nulos a un 2,4%, sumando en ese entonces sólo un 5,7%. Similar porcentaje se replicó en las elecciones del año 2014, sólo que los blancos fueron 1,9% y los nulos subieron a 3.7%. En las elecciones anuladas el año 2019 se registraron 1,4% de blancos y un 3,5% de nulos haciendo un 5% en total, cifra reiterada al año siguiente en las elecciones válidas del 2020 donde los blancos fueron 1,4% y los nulos 3,6%.
 
Elecciones Judiciales
 
Los dos procesos electorales judiciales tanto del año 2011 como el año 2017 registraron un alto porcentaje de votos blancos y nulos con cifras récord; sin embargo, ello no invalidó ambas elecciones  y ambas “tandas” de magistrados electos ejercieron funciones a pesar de tener reducidos porcentajes de legitimidad popular. En las elecciones de 2011 se registró más de 57% de votos nulos y blancos; se computaron un 42,60% de votos nulos y un 15,07% de votos en blanco. El 2017 año en que el descontento fue mayor alcanzando un 65%: un 53,8% de votos nulos y un 13,5% de votos blancos en la franja del Tribunal Agroambiental y un 53,76% de votos nulos y 15,2% de blancos para el Consejo de la Magistratura en jurisdicción nacional. Sin embargo; así los porcentajes de nulos y blancos fue muy alto en ambos procesos electorales judiciales sus resultados igual tuvieron legitimidad popular y validez jurídica.
 
Los votos: blanco y nulo, inflan los porcentajes de los votos válidos
 
El porcentaje de universo del voto válido incrementa cuando en el cómputo general se dejan de lado los votos: nulos y blancos. Un ejemplo nos ayudará a precisar esta afirmación. 
 
Sobre un padrón electoral de 1000 votantes (100%). Supongamos tres candidaturas: el candidato “A” registra 400 votos (40%), un candidato “B” registra 320 votos (32%), y un candidato “C” 180 votos (18%), en este ejemplo los votos blancos y nulos son 100 (10%). Nótese que en este ejemplo el primero y el segundo irían a segunda vuelta al no haber alcanzado el 50% más uno, o la diferencia de 10 puntos porcentuales con un mínimo de 40% que ya tiene el primero el Candidato “A” respecto el Candidato “B” que es segundo.
 
Dejando de lado los 100 votos blancos y nulos, el universo ya no son 1000 votantes sino 900 votantes que yacen al 100% de votos válidos. Entonces los porcentajes se incrementan respecto del nuevo universo de votación: el candidato “A” que registra 400 votos ya se traduce en 44.44.%, el candidato “B” que registra 300 votos asciende ahora a 33.33%, y el candidato “C” con sus 200 votos ahora yace un 22.22%. Con estos nuevos porcentajes ya no habría segunda vuelta, el Candidato “A” ganaría en primera vuelta porque ya cumple con el requisito de tener más de 10 puntos porcentuales (44,44%) respecto el segundo que sería el candidato “B” (33,33%). Dejando de lado los nulos y blancos se inflan los porcentajes de todos pero beneficiando directamente y por lo general al primero y al segundo;  en este ejemplo haciéndolo inclusive presidente en primera vuelta al Candidato “A”.
 
Votos blancos y nulos en las encuestas autorizadas
 
Según las últimas encuestas autorizadas y difundidas por algunos medios de comunicación, el crecimiento del voto blanco, nulo e indeciso, asciende inclusive a un 30 % del total del electorado. Este dato no sólo revela una elevada tasa de descontento o antipatía, sino que representa subidas en ese voto estratégico que definirá las elecciones el próximo 17 de agosto. 
 
Este fenómeno del voto no declarado, compuesto por blancos, nulos y no sabe/no responde, también puede ser interpretado técnicamente como voto oculto, que a larga se traducirá en el voto estratégico para determinado binomio presidencial. Se trata de un electorado que, por diversas razones (desconfianza hacia las encuestadoras, temor a ser estigmatizado por la polarización política), opta por no manifestar su preferencia. Su crecimiento en este año electoral es un indicador preocupante para la legitimidad de todos los candidatos, pues habla de una desconexión estructural entre la oferta política y la ciudadanía, especialmente en un contexto de crisis económica, polarización y crisis de institucionalidad.
 
Este patrón, sin embargo, no es nuevo. En las elecciones de 2020, los últimos datos de una encuestadora (21 de septiembre al 4 de octubre) mostró un comportamiento similar: el conjunto del voto nulo, blanco y no declarado llegaba al 19,4 %. En esa encuesta, Luis Arce aparecía con un 34 % y Carlos Mesa con 27,9 %, lo que sugería una segunda vuelta. No obstante, el resultado final fue distinto: Arce ganó con un 55 %, sin necesidad de balotaje. La conclusión es clara: una parte significativa del voto oculto favoreció a la izquierda política en el país, especialmente en el occidente del país, donde se concentra el voto rural, indígena y popular que históricamente manifesta una menor disposición a declarar su preferencia electoral y, además, suele estar insuficientemente representado en los diseños muestrales de las encuestadoras y estudios de opinión política.
 
El incremento actual del voto oculto, del 27,9 % al 32 %, debe analizarse a la luz de esta experiencia. Si bien los nombres y las circunstancias cambiaron, la lógica del silencio electoral persiste, en regiones como La Paz, Oruro y Potosí, el voto se expresa con fuerza el día de la elección, pero se esconde en las encuestas previas. Por tanto, ningún análisis serio puede limitarse a los porcentajes visibles; hay que leer entre líneas y entender que el verdadero poder está, muchas veces, en los márgenes no declarados.
 
Voto estratégico
 
En cada elección, más allá de los porcentajes visibles y los nombres en competencia, el fenómeno que requiere una lectura política profunda es: el voto blanco y nulo. Lejos de ser simples expresiones de desencanto o protesta ciudadana (que desde luego es un derecho constitucional), estos votos adquirieron una dimensión estratégica en el tablero electoral del país, especialmente cuando se concentran en los sectores populares del país, y es que cuando se promueve deliberadamente a votar en blanco o nulo, lo que se está haciendo (aunque no siempre se reconozca abiertamente) es una campaña para vaciar de contenido el sufragio de las mayorías históricamente en la izquierda.
 
Las últimas encuestas demuestran un crecimiento del voto nulo y blanco. En el eje central del país, este fenómeno alcanza niveles preocupantes: en Santa Cruz, Cochabamba y La Paz, este tipo de votos supera el 30 % en algunos casos, sumando blancos, nulos e indecisos. Este crecimiento no es casual. Es parte de una narrativa que busca instalar la idea de que "todos los políticos son iguales", "nadie merece mi voto", "mejor anulo porque estoy indignado" o "voto nulo o blanco porque mi candidato no fue habilitado". Pero en política, incluso el silencio y la abstención tienen consecuencias es aprovechado por quienes dependen de la dispersión votante.
 
Desde una perspectiva estratégica e inversa a los procesos democráticos, promover el voto nulo o blanco no es un acto de rebeldía, sino una forma encubierta de neutralizar el voto conciente y organizado. Es como pedirle al pueblo que se rinda antes de entrar a la batalla electoral. El voto popular fue históricamente, la herramienta más poderosa para transformar estructuras de poder, para disputar el modelo económico y político, para defender la soberanía y los derechos sociales conquistados con lucha. Renunciar a esa herramienta, o degradarla, es funcional a los intereses de quienes históricamente le temen a la decisión del pueblo.
 
No es casual que quienes más celebran el crecimiento del voto blanco y nulo sean los sectores conservadores, una elección con alta cantidad de votos nulos es una oportunidad: reduce la legitimidad del voto popular, divide a las fuerzas progresistas y allana el camino para – posiblemente – sectores conservadores en retomar el control del poder político.
 
Los votos blancos y nulos nunca superaron un 10% en elecciones presidenciales, y ese fenómeno es poco probable tenga mayores variaciones; hoy el pueblo tiene el deber de votar y lo hará con conciencia porque las urnas con el voto estratégico son el único camino para la reconstrucción del poder político en Bolivia.

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