No es un movimiento al que nos hayamos acostumbrado muy rápido. Es un ritmo distinto, que en principio puede parecer ajeno, pero que poco a poco ha dejado de serlo. No es tan desafiante como la cueca, dominio de los antiguos más que de los jóvenes, ni tan acrobático como el caporal o agresivo como el Tinku. No se parece al huayño, ni al taquirari, pero eso sí, con mayor o menos soltura, se baila en todas partes.
La cumbia, no cabe duda, es un factor de unidad. Está presente en las celebraciones de oriente y en las de occidente, anima lo mismo las festividades de los cambas que las de los collas. Es un fenómeno popular y transversal, al extremo que cuando se escucha la famosa “Cómo te voy a olvidar” de Los Ángeles Azules, es como si un resorte compartido impulsara a todos, sin distinción, hacia la pista.
Con más desenfado que solemnidad andina, la cumbia es como un nuevo idioma que se comparte en la geografía social diversa de las ciudades. Si el sonido de la quena languidece en la frontera que divide el ande de la Amazonia, la insolencia de la cumbia trasciende esos límites.
Aunque hable de amores perdidos o imposibles, de esas derrotas que se cruzan en el camino de las vidas, la cumbia no se queja, no señor. Mantiene la cadencia y la soltura, como si el cuerpo se rebelara a la tristeza, como si entre los pasos medidos de quien la interpreta sobre cualquier pista, la melancolía cediera el baile a otra forma de alegría.
La cumbia es baile de ganadores, aunque la letra diga lo contrario. Es la música de quien transita del lamento al orgullo, de la debilidad a la fuerza, de la frustración permanente al éxito a duras penas conseguido. Es el himno de quien batalla todos los días contra la pobreza, de quien emprende un negocio, por más pequeño que sea, y cree que el camino a la prosperidad no está tan sembrado de espinas como le enseñaron en la Iglesia, de quien abre el telón de la venta y se persigna con el primer billete.
Ni protesta, ni reclamo, reafirmación de presencia: ¿qué va a llevar…” Tengo “QR”, informalidad y tecnología de la mano para transitar hacia el bienestar. Un paso atrás, otro aquí y otro más allá, la rutina del que baila/vende, de sol a sombra, todos los días de la semana, en El Alto, la Uyustus, Barrio Lindo o La Cancha…, mientras se escucha, de fondo, “amor, amor, amor…cómo te voy a olvidar” y todo queda consagrado por la fugacidad del Tik tok.
La Bolivia de la cumbia está ahí, con el acento que se confunde, a medias entre el pues y el puej, entre el pregón del vendedor y el regateo del comprador, en el espacio de una nueva identidad compartida, del negocio que acerca y fluye, más allá de la ortodoxia y las camisas de fuerza, bajo una racionalidad económica popular y distinta, que algunos comienzan a descifrar desde la unidad y no del antagonismo.
Cumbia, denominador común del “ritmo” nacional, de un modelo que escapa a la simplificación de las etiquetas, de un nuevo poder más allá del centro de las ciudades, pero que se integra vigorosamente en su rutina y se expresa también en votos y preferencias.
Inesperada invitada a la fiesta de la segunda vuelta, la cumbia sabrá elegir a su mejor pareja de baile, al que pueda, con naturalidad, dar un primer paso atrás, otro aquí y otro más allá…, al que puede deletrear sin equivocarse el abecedario de un nuevo espíritu nacional.
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