Septiembre 30, 2025 -HC-

Racismo en Bolivia: todos lo niegan, todos lo practican, todos lo usan


Martes 30 de Septiembre de 2025, 6:30am






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Nos acabamos de enterar: hay tuits que envejecen como el vino. Y hay otros que envejecen como la leche. Los mensajes de JP Velasco de hace quince años pertenecen a la segunda categoría: crudos, violentos, inaceptables. Sin embargo, lo que acaba de explotar con esos viejos tuits no es un caso aislado, es la imagen de que Bolivia sigue cargando un racismo estructural, cultural y político que ningún gobierno ha logrado sanar.

Pero más allá de la indignación momentánea y del ruido en redes sociales, este episodio nos obliga a hacernos preguntas más profundas sobre quiénes somos como país y qué estamos dispuestos a tolerar según quién lo diga.

El racismo como herida abierta

Bolivia se nombra en plural: collas, cambas, chapacos, kochalos... cada identidad regional es riqueza cultural, pero también filo cortante cuando se transforma en insulto y daga política. El término «colla», orgullo ancestral, tantas veces usado como bala verbal. El «camba», bandera de pertenencia, también convertido en trinchera. Esas heridas no son casuales: responden a siglos de desigualdad y a rivalidades mal entendidas y mal cicatrizadas.

El poder y la manipulación

El racismo siempre estuvo ahí, en la escuela, en la calle, en el chiste de sobremesa, en la oficina. Pero en manos del poder se convirtió en arma política. La Ley 045 nació con un espíritu justo, pero más de una vez fue usada para silenciar disidentes antes que para sanar el racismo como tal o curar a la sociedad en sí. Ejemplos sobran. Sucre, 24 de mayo de 2008: campesinos desnudados, arrodillados y humillados. En ese momento, la Asamblea Constituyente, que debía ser el mecanismo para un encuentro y un abrazo entre bolivianos, fue impuesta a fuerza de sangre. Se impuso una ideología sobre otra. Y ese ha sido el peor acto de discriminación y racismo que se ha cometido en la historia. Otro ejemplo: El Alto, 5 de noviembre de 2019: pasajeros de tez blanca fueron impedidos de viajar por ser cambas, narraba Urgente.bo aquel día. Un periodista de El Deber también fue privado de viajar porque su C.I. registraba un apellido ‘oriental’. Humillaciones, exclusiones, doble rasero. El poder y la sociedad misma selecciona qué racismo castigar y cuál tolerar. La indignación pública se ha dosificado según quién sea la víctima y quién el victimario. Es la hipocresía que abunda en el discurso público, donde se condena al rival y se justifica al aliado, sin una postura coherente. Hoy, por ejemplo, no cualquier boliviano puede ingresar a Lauca Ñ. Se exige una especie de «pasaporte». Todos callados.

La hipocresía del discurso

Un candidato que insulta al país llamándolo «maldito». Unos viajeros impedidos de viajar por «parecer camba». Unos Ponchos Rojos degüellan perros amenazando que así harán con los opositores. La indignación aparece siempre, pero no como acto ético, sino como arma táctica: se condena al rival, se justifica al aliado. La coherencia escasea tanto como la vergüenza.

Hoy, la era digital ha añadido una nueva capa a este problema: el pasado nunca muere en internet. Lo que se escribió en un momento de rabia o inmadurez queda como un tatuaje para siempre. El caso de JP Velasco es un claro ejemplo. Lo que escribió hace 15 años es imperdonable, pero la verdadera prueba no es su pasado, sino su capacidad actual para reconocer, pedir perdón y rectificar, no negarlo, como él y su entorno insisten.

Mirada estoica

Quizás las reflexiones los filósofos estoicos de la antigüedad nos vengan bien a propósito de este ardido asunto:  

* El insulto no degrada al insultado, sino al que lo pronuncia.

* La ira es veneno que uno se toma esperando que muera el otro.

* No podemos controlar lo que dicen de nosotros, pero sí cómo respondemos.

* El deber del ciudadano es responder con virtud: paciencia, justicia, templanza.

Ya es suficiente

Bolivia no necesita más rabia: ya tenemos suficiente. Necesitamos reapropiarnos de nuestras palabras: que ser colla, camba, chapaco, kochalo sea orgullo; y más todavía: ser boliviano sea lo que primero nos defina, con orgullo. Que la diversidad no sea barricada, sino encuentro. Y abrazo.

Si seguimos reaccionando como masa enfurecida, seremos carne de cañón para los políticos que se alimentan del odio. El verdadero camino es otro: pensar, aprender, exigir coherencia, tratarnos como humanos antes que como rótulo.

Después de todo, lo único que puede salvarnos no será el grito o los insultos en las redes, sino la decisión silenciosa pero firme de cada boliviano de mirar al otro sin desprecio y con dignidad, sea donde sea que haya nacido.

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