Marzo 29, 2024 [G]:

Los miserables

En el fondo, como buenos miserables, los necesitamos para justificar nuestra miserabilidad. Hay, parece, dos tipos de miserables: los que tienen poder y los que lo ansían.


Jueves 21 de Septiembre de 2017, 11:15am






-

No sé a ustedes pero a mí me da pena entender que Evo Morales, siendo Presidente de un país como Bolivia, desperdició la oportunidad de constituirse en un líder mundial del tamaño de un Mandela o de un Gandhi. Tenía casi todo para lograrlo, principalmente legitimidad. Le faltó —o no supo guardar— algo importante: la grandeza de la humildad. No pudo con el hambre de poder, justo lo que no pudieron permitirse aquellos dos héroes contemporáneos.

(¿Esto les indigna? A la libertad se llega a través del conocimiento y a este con la verdad. Pero no la verdad que uno quisiera o que uno busca imponer al otro con la obcecación del partidismo o la ideología, ojalá, al menos por convicción y no por aversión: ¿notaron cuánto tiempo lleva el país dando palos de ciego en medio de una crisis de representatividad que empuja a la mayoría a 'rechazar' más que a 'apoyar' tal o cual opción política? Respuesta fácil: la mediocridad del político promedio. Nobleza obliga: estamos fascinados con nuestra miserable posición de eternamente confrontados).

Cerrado el paréntesis, puedo no estar de acuerdo con Evo Morales pero lo que no puedo es darme el lujo de desconocer al influyente mandatario que él pudo ser.

Seamos sinceros, con el Presidente y con nosotros mismos. Miserables somos todos, la diferencia está en lo que nos pierde (esa individualísima —humana— elección pertinaz de lo que no nos conviene), porque todos, tarde o temprano, perdemos. Y al final nos volvemos miserables. La diferencia quizá esté en que unos tienen poder y otros lo ansían.

Evo nació en cuna de pobre, en un lugar llamado Orinoca. Comenzó siendo dirigente deportivo en un sindicato cocalero; después escaló posiciones y, ayudado por sus dotes de líder, llegó a ser diputado. Más tarde, porque estaba escrito, por la necesidad histórica de un indígena en lo más alto del poder, fue Presidente.

En realidad fue, al mismo tiempo, Presidente de Bolivia y de las federaciones de cocaleros. Tuvo esa rara habilidad, la que será a la postre o su mejor elección o la que le hará arrepentirse el resto de su vida. Todos somos miserables, todos perderemos alguna vez.

El Presidente tiene su vicepresidente, un intelectual que leyó muchos libros. Clase media, blanco, como parece que de joven le gustaban las bombas, se entusiasmó y terminó en la cárcel. Entonces leyó mucho.

García Linera no tiene el título de matemático que presumía; no importan los títulos, importa la verdad. Y la verdad, mentiras aparte (todos somos humanos, miserables), es que llegó a la Vicepresidencia. Estaba escrito que así sea.

Ambos tienen en común algunos vicios que son a la vez virtudes en la política miserable de hoy.

El cocalero a veces indígena pero si es menester campesino de los interculturales o, qué más da, de las tierras bajas, traiciona a sus ancestros con políticas “de desarrollo” que maltratan el TIPNIS. Cree que el mundo todavía lo cree respetuoso de la Madre Tierra, es decir de la salud vital de los indígenas y de los no indígenas. Pero se miente. Y su círculo le miente. Es vital para ellos seguir alimentando su ego si, al fin y al cabo, el ego es el que mantiene al Evo en el poder.

El intelectual con veinte mil lecturas de viaje submarino traiciona a su porción de clase media, la única que por ahora no lo repele. El intelectual no siempre actúa inteligentemente y por eso resbala en su propio lenguaje verbal y gestual todas las veces que trata a sus auditorios como a tontos, descontando sus virulentas lecciones de política moderna para niños en edad escolar.

En el fondo, como buenos miserables, los necesitamos para justificar nuestra miserabilidad. Hay, parece, dos tipos de miserables: los que tienen poder y los que lo ansían. Estos son muy competitivos y pueden ponerse idiotamente felices, aliviados, cuando notan que los poderosos —un presidente, un vicepresidente tal vez— se comportan igual de groseros que ellos.

.