Hagamos cuentas simples, de esas que se entienden en cualquier mesa de hogar boliviano. Durante años, todos los contribuyentes de este país —usted, yo, la señora que vende Api en la esquina, el estudiante que apenas llega a fin de mes— poníamos 3.500 millones de dólares anuales para subsidiar combustible. ¿Y para quién trabajábamos? Para que el 30% se lo robaran las redes de corrupción y contrabando, y otro 40% se lo quedaran las familias más ricas del país, entre ellos los eternos dirigentes como Lucio Gómez, Evo Morales, Luis Arce y todo ese grupillo que se incubó durante el «proceso de cambio».
Sí, leyó bien. El 70% de ese dinero que salía de nuestras arcas del Estado y de nuestros bolsillos nunca llegó a quien realmente lo necesitaba. Fue un regalo de miles de millones para mineros cooperativistas que arrasaron nuestros ríos con mercurio, transportistas con flotas de vehículos y casas propias, y negreros disfrazados de «dirigentes sociales» que ahora gritan «¡gasolinazo!» como si fueran víctimas.
La gasolina subió 86%, el diésel 163%. Duele, claro que duele. Nadie lo niega. Pero pregúntese algo: ¿quién estará bloqueando las carreteras? No es el albañil que gana 70 bolivianos al día. No es la enfermera del turno nocturno. No es el profesor rural. Son los mismos que durante veinte años se forraron con combustible casi regalado mientras usted hacía cola para llenar su tanque.
El subsidio se repartía así: 30% al transporte pesado, 25% al transporte público, 18% a la agricultura mecanizada, 27% a industriales y mineros contaminantes. ¿El ciudadano común? Nada. Solo facturas por pagar. Y aun así, hoy quieren bloquear caminos en su nombre. Mentira. Llaman al bloqueo para no perder sus privilegios.
La COB, los mineros y los choferes que ahora amenazan con paro indefinido son los que aplaudían a Evo y Arce levantando el puño, recibían sedes nuevas y vehículos de lujo del Estado. Los mineros que hoy gritan son los que usaron diésel subsidiado para meter dragas en nuestros ríos, envenenando comunidades enteras, dejando a niños con problemas cerebrales y convirtiendo la Amazonía en desiertos.
Y mientras ellos empujan a bloquear —no protestar, bloquear, que no es lo mismo— el país se paraliza. Las ambulancias no pasan. Los alimentos no llegan. El trabajador informal, ese 85% invisible que nunca recibe bonos ni compensaciones, pierde el jornal del día.
La hipocresía de ayer
La indignación de hoy es la hipocresía de ayer. ¿Dónde estaban estos «defensores del pueblo» cuando se saqueaba el Fondioc, cuando se hundían las barcazas chinas o cuando el narcotráfico se servía del combustible que pagamos todos? Callaban porque la mamadera chorreaba para ellos. Hoy, El Alto —ese pueblo digno que ha sido usado como alfombra de los poderosos— y los ayllus «reserva moral» reaparecen no para sanar al país, sino para defender el 'derecho' a seguir siendo mantenidos por el resto de los bolivianos.
Rodrigo Paz hizo lo que nadie se atrevió: decir la verdad, y cortarles el grifo a los pillos. El subsidio era y es insostenible. Las reservas se agotaron de tanta farra. La fiesta terminó. Ahora toca ordenar la casa, y por supuesto, duele. La alternativa era el colapso total, la hiperinflación, el caos económico que ya conocimos… o esta cirugía a corazón abierto.
Los que hoy convocan a bloqueos no defienden al pueblo. Defienden el privilegio de seguir viviendo del Estado mientras el resto paga la cuenta. No se deje engañar por discursos de «lucha social». Esta es la lucha de quienes no quieren soltar la mamadera.
El pueblo boliviano de verdad está trabajando hoy, mañana y siempre, sudando la polera. No estará bloqueando. Estará entendiendo, con dolor, pero con claridad, que llegó la hora de que cada quien pague lo que realmente consume. Y que los millonarios disfrazados de dirigentes, por fin, dejen de vivir a nuestras costillas.
La diferencia con el gasolinazo de 2010 es que ahora la gente sabe. Sabe quiénes son los verdaderos vendepatrias. Y ya está harta de estos chupasangres.
Extirpar el cáncer exige sacrificio. Pero hay que hacerlo. ¡Ahora!
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