Diciembre 30, 2025 -HC-

La tiranía del orden: por qué el reconocimiento es la primera batalla electoral


Martes 30 de Diciembre de 2025, 9:15am






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La tiranía del reloj electoral no perdona a los entusiastas y en el complejo ajedrez de una campaña, el error más letal es la precocidad estratégica. Como estratega, he visto naufragar proyectos brillantes simplemente porque el candidato intentó correr antes de aprender a caminar en la psique del electorado.

Existe una ley de hierro en nuestra disciplina, una verdad que Joseph Napolitan acuñó con fuego en los manuales de consultoría moderna: nadie vota por alguien que no conoce. Esta premisa, que parece una obviedad de perogrullo, es el obstáculo donde tropiezan los egos más robustos, aquellos que pretenden vender soluciones técnicas a una ciudadanía que ni siquiera ha registrado su nombre en el radar de lo cotidiano.

Respetar el timing no es una sugerencia técnica, es un imperativo biológico del marketing político. Antes de que el elector pueda procesar una propuesta de reforma urbana o un plan de seguridad, el cerebro debe superar la barrera del anonimato. La política, en su etapa embrionaria, funciona bajo la lógica de la familiaridad; el votante promedio no busca un doctorado en políticas públicas, busca una cara que no le resulte extraña y un nombre que no le suene a ruido blanco. Si el candidato se lanza a debatir el "cómo" sin haber establecido el "quién", su mensaje rebotará contra un muro de indiferencia. Es lo que Dick Morris definía como la construcción del receptáculo: si no hay un reconocimiento previo, la información no tiene donde depositarse y se pierde en el vacío informativo de la era digital.

La obsesión por las propuestas suele ser el refugio de los candidatos con baja intención de voto que confunden la gestión con la conquista. Sin embargo, la historia nos enseña que el reconocimiento es la única plataforma sobre la cual se puede construir la confianza. Un candidato desconocido es, por definición, un candidato sospechoso o, peor aún, inexistente. Por ello, la primera tarea de cualquier cuarto de guerra no es redactar el programa de gobierno, sino saturar el espacio visual y auditivo para forzar la entrada en la memoria de largo plazo del elector.

Solo cuando el nombre del candidato alcanza niveles críticos de recordación, el terreno está abonado para sembrar atributos y valores. Querer invertir este orden es condenar la campaña a una irrelevancia costosa, porque en el mercado de las urnas, la invisibilidad es el único pecado que no tiene perdón.

Para romper el techo de cristal del anonimato, la táctica debe ser tan invasiva como simplificada, pues en esta fase no buscamos profundidad, sino impacto y frecuencia. El primer movimiento consiste en lo que en estrategia llamamos la "hiper-exposición de contraste", que utiliza la imagen del candidato no como un vehículo de ideas, sino como un símbolo de identidad visual disruptiva.

Para lograrlo, es fundamental el despliegue de una identidad cromática y gráfica que se apropie del paisaje urbano y digital, logrando que el ciudadano reconozca al candidato incluso antes de leer su nombre. Esta saturación debe ir acompañada de un "relato de origen" o storytelling fundacional: una anécdota poderosa, breve y cargada de emoción que responda a la pregunta de quién es este personaje y por qué ha decidido irrumpir en la vida pública, dejando las propuestas técnicas para una etapa posterior.

En el entorno digital, el algoritmo se convierte en el mejor aliado si se utiliza la pauta bajo la lógica del "bombardeo de recordación", segmentando no por intereses políticos, sino por ubicación geográfica masiva, asegurando que el rostro del candidato aparezca en la pantalla del votante al menos siete veces en una semana, que es el umbral psicológico mínimo para la fijación de memoria.

Paralelamente, en el territorio físico, las "activaciones de impacto" —eventos de alta visibilidad visual pero bajo contenido retórico— permiten generar imágenes potentes para los medios de comunicación, forzando a la prensa a hablar del nuevo actor en el tablero. El objetivo final de esta fase es que, cuando el candidato finalmente abra la boca para proponer, el elector no se pregunte "¿quién es este?", sino que sienta que está escuchando a alguien que ya forma parte de su entorno visual cotidiano.

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