2 de octubre, Naciones Unidas (Especial de IPS para Urgente.bo).- Cuando los talibanes gobernaron Afganistán por primera vez entre 1996 y 2001, las Naciones Unidas estuvieron inmersas en una batalla perdida por los derechos de las mujeres, algo que se teme que vuelva a suceder ahora que retomaron el poder desde el 15 de agosto, tras el abandono del país de las tropas estadounidenses.
Y esa batalla fue liderada en ocasiones por dos altas funcionarias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), una de las cuales trabajaba para una agencia que proporcionaba asistencia humanitaria dentro del territorio hostil de los talibanes.
Radhika Coomaraswamy, ex secretaria general adjunta de la ONU, que viajó por todo el mundo como relatora especial sobre la Violencia contra la Mujer (1994-2003), relató un incómodo encuentro cara a cara -no ojo a ojo- que tuvo con un funcionario talibán.
“Cuando me reuní con el ministro de Asuntos Exteriores», dijo a IPS ahora en una entrevista, «nos sentamos uno al lado del otro en dos sillas distantes y él no me miraba. Yo ponía mi cara en la línea de su visión y él me daba lentamente la espalda”.
Mi guardaespaldas se inclinó hacia mí y me dijo lo que debería ser obvio: que no me miraba, recordó esta diplomática esrilanquesa.
“Y cuando me reuní con el ministro de Justicia, le pregunté sobre la violencia doméstica y me dijo que las mujeres afganas estaban bien educadas y no atacaban a sus maridos», dijo Coomaraswamy, entonces una de las funcionarias de mayor rango en la jerarquía de la ONU, después del secretario general y el vicesecretario general.
Mientras tanto, cuando la también esrilanquesa Anoja Wijeyesekera, recibió su nueva asignación del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en el Afganistán gobernado por los talibanes, allá por 1997, su carta de nombramiento llegó con un “manual de supervivencia” y una instrucción escalofriante: “escriba su testamento antes de dejar su casa”.
La oficial residente de proyectos de Unicef en la ciudad afgana de Yalalabad (1997-1999) y más tarde en Kabul (1999-2001), contó una anécdota idéntica a la de Coomaraswamy.
“Cuando fui por primera vez a Afganistán en 1997, como oficial residente de proyectos de Unicef en Yalalabad, los talibanes se negaban a mirarme, ya que era una mujer. En las reuniones, que eran exclusivamente masculinas, me miraban con una expresión de total repugnancia y mantenían la cabeza apartada de mí cuando me hablaban”, relató en otra entrevista con IPS.
Pero, detalló, “después de un par de meses de este gélido recibimiento, que yo consideraba una comedia de farsa, poco a poco se fueron descongelando e incluso me dieron la mano, hablaron en inglés y se volvieron amables”.
“Le dije a mi personal que tal vez los talibanes pensaban que me había convertido en un hombre”, añadió bromeando.
El diario The New York Times recordó en días pasados que durante los primeros años del anterior régimen talibán, las mujeres tenían prohibido trabajar fuera de casa o incluso salir de ella sin un tutor masculino.
No podían ir a la escuela y se enfrentaban a la flagelación pública si se descubría que habían infringido las normas de moralidad, como la que exigía que estuvieran totalmente cubiertas.
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Martin Griffiths, secretario general adjunto de la ONU para Asuntos Humanitarios y coordinador del Socorro de Emergencia de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitario de la ONU (Ocha, en inglés), dijo que cuando se reunió con funcionarios talibanes este mismo mes en Kabul, recibió garantías “por escrito”.
Lo contó durante una recaudación de fondos para ayuda humanitaria para Afganistán, realizada durante la tercera semana de septiembre, que se saldó con la promesa de los donadores de 1200 millones de dólares.
Muchas familias afganas sobreviven en campamentos improvisados en plazas de Kabul, a donde se desplazaron intentando huir del veloz avance de los talibanes en sus provincias, para encontrarse con la toma del grupo integrista de la capital el 15 de agosto. Foto: Yama Noori / Acnur
En su mensaje el diplomático británico subrayó: “Hemos dejado claro en todos los foros públicos que estamos comprometidos con todos los derechos de las mujeres, los derechos de las minorías y los principios de libertad de expresión a la luz de la religión y la cultura, por lo que reiteramos una vez más nuestro compromiso y adoptaremos gradualmente medidas concretas con la ayuda de la comunidad internacional”.
Pero la pregunta que persiste es si el gobierno talibán cumplirá estos compromisos, sobre todo, a juzgar por su historial durante sus cuatro años anteriores en el poder.
De los 1200 millones de dólares prometidos, el portavoz de la ONU, Stéphane Dujarric, dijo el lunes 27 que solo se han recibido 131 millones de dólares, lo que supone 21,7 % de los 606 millones necesarios en asistencia humanitaria al país asiático hasta finales de este año.
“Estamos muy satisfechos con las promesas de contribuciones, pero lo estamos aún más cuando recibimos dinero en efectivo», dijo.
Mientras tanto, al ser preguntada por sus experiencias personales durante sus años en Afganistán, Wijeyesekera, de Unicef, describió a los talibanes como un grupo variopinto de combatientes, mulás (clérigos) y otros elementos marginales de la sociedad, como desertores, bandidos, criminales e intolerantes, que se han unido bajo el término «talibán», que significa estudiantes.
Se supone que son estudiantes del Islam y, según su propia definición, son estudiantes y no licenciados o profesores. Esto es revelador, ya que muchos de los combatientes de base son semianalfabetos, pero están bien versados en el arte de la guerra de guerrillas.
“Su versión del Islam es totalmente opuesta a la versión aceptada del Islam que se enseña en las universidades y otros lugares de aprendizaje genuino», dijo Wijeyesekera en su entrevista con IPS.
“Como usted sabe, las madrazas (escuelas coránicas) de Pakistán se crearon con el apoyo de la CIA (la estadounidense Agencia Central de Inteligencia) para entrenar a los combatientes muyahidines (islámicos) con el objetivo de derrotar a los rusos”, que intervinieron en Afganistán entre 1979 y 1989, recordó la ex alta funcionaria de la ONU.
La también autora de “Facing the Taliban (Enfrentando al Talibán)”, publicado en 2013, añadió que “he visto el plan de estudios de Nebraska, que se explica en mi libro, que era una herramienta para lavar el cerebro a los niños pobres para que se convirtieran en carne de cañón en el campo de batalla”.
Durante su estancia en Afganistán, dijo, algunos talibanes que ocupaban puestos en el gobierno eran más educados. Sin embargo, muchos eran mulás que estaban completamente cerrados al mundo exterior, ya que solo habían recibido clases en una madraza.
“El ministro de la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio (una cartera que se ha repuesto ahora en sustitución del Ministerio de Asuntos de la Mujer), llamado Torabi era un combatiente tuerto y con una sola pierna cuya única ocupación era golpear a la gente, en su mayoría mujeres”, detalló.
Su ministerio, recordó, “se encargaba de las flagelaciones, decapitaciones, amputaciones y lapidaciones. Si el Ministerio recién creado con ese mismo nombre, está dirigido por una persona similar, el resultado será parecido”.
A pesar de estas prácticas absolutamente horribles, llevadas a cabo por su propio “gobierno”, “tengo que decir que a nivel personal y subnacional, los jefes de departamento más educados fueron relativamente flexibles, ya que entendieron los beneficios de los programas de Unicef para los niños y las mujeres de Afganistán”.
“Con el paso del tiempo, uno de los líderes talibanes más despiadados y acérrimos, el entonces ministro de Sanidad, llegó a un entendimiento conmigo, en relación con la aplicación de los programas de Unicef, ya que podía ver los beneficios de esos programas”, afirmó.
Así pues, añadió, “diría que, aunque la ‘política’ puede ser una cosa, las prácticas pueden variar dependiendo del lugar y del talibán en cuestión”.
Sobre la existencia de otras funcionarias en las agencias de la ONU que trabajaban en Afganistán, Wijeyesekera dijo que había más mujeres al frente de otras agencias, como la jefa de la Ocha, tanto en Yalalabad como en Kabul. En Yalalabad, añadió, también la jefa de la oficina de la Organización Mundial de la Salud (OMS) era una mujer.
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