Septiembre 23, 2025 -HC-

¿Por qué Bolivia se encuentra en el sótano de los índices globales?


Martes 23 de Septiembre de 2025, 11:15am






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Algo profundo nos falta como país. No es talento. No es identidad. No es voluntad. Es visión estructural compartida sobre lo que significa “progreso”. Seguimos atrapados en una narrativa de desarrollo que privilegia lo físico sobre lo intangible, lo inmediato sobre lo estratégico, lo extractivo sobre lo innovador.

En el Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial, Bolivia ocupa el puesto 107 de 141 países, con un puntaje de 51,8/100. Este índice mide factores como eficiencia institucional, infraestructura, adopción tecnológica y dinamismo empresarial. Nuestra posición refleja una economía con baja sofisticación productiva, escasa inversión en I+D y una débil articulación entre academia, empresa y Estado.

En el Informe Mundial de la Felicidad 2024 nos ubicamos en el puesto 73 de 143, con 5,784 puntos. Aunque no estamos en el fondo, el dato revela una sociedad tensionada por desigualdades, inseguridad, informalidad laboral y falta de servicios públicos de calidad. La felicidad no es solo emocional: depende de condiciones estructurales que garanticen bienestar, oportunidades y confianza institucional.

Según el PNUD, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de Bolivia en 2023 fue de 0,733, por debajo del promedio mundial (0,744). Aunque mejoramos respecto a 2022 (0,698), seguimos en la categoría de “desarrollo humano medio”. Esto implica que nuestros avances en salud, educación e ingresos aún no logran consolidar un modelo de desarrollo inclusivo y sostenible.

El Network Readiness Index (NRI) 2024, elaborado por el Portulans Institute y la Universidad de Oxford, nos ubica en el puesto 102 de 133 economías, con una calificación de 38,25/100. Este índice evalúa la preparación digital de los países en cuatro pilares: Tecnología, Personas, Gobernanza e Impacto. Bolivia no ha avanzado ni un solo lugar respecto a 2023. ¿Por qué? Porque seguimos sin políticas públicas robustas en transformación digital, sin incentivos a la innovación, sin ecosistemas emprendedores articulados y con una infraestructura digital fragmentada y desigual.

Este estancamiento tiene nombre y apellido: baja demanda de innovación, escasa sofisticación sectorial, falta de alfabetización digital, servicios de gobierno electrónico limitados y marcos regulatorios incipientes. No es solo un problema de conectividad; es un problema de propósito y de prioridades. Nos falta entender que desarrollo no es cemento, sostenibilidad no es pintar de verde lo extractivo y competitividad no es exportar litio sin valor agregado.

Si hablamos del futuro—que ya es presente—el panorama se vuelve más alarmante. En el Índice Latinoamericano de Inteligencia Artificial (ILIA 2024), Bolivia ocupa el puesto 16 de 19 países evaluados, con 26 puntos sobre 100. Esto nos posiciona como “exploradores” de la IA, cuando deberíamos ser arquitectos de soluciones digitales que respondan a nuestra realidad: salud predictiva, educación personalizada, gestión pública inteligente, agricultura de precisión, justicia digital.

¿Queremos cambiar estos números? Entonces toca dejar de simular progreso y empezar a construirlo: con marcos institucionales abiertos, alianzas público-privadas, educación alineada al siglo XXI y una visión de país que comprenda que la soberanía hoy se disputa en el terreno del conocimiento, la innovación y la cooperación digital.

Bolivia necesita una hoja de ruta de transformación con propósito. Esto implica:

  • Reformar el sistema educativo para formar talento digital desde la infancia.
  • Incentivar la inversión en ciencia, tecnología e innovación con fondos públicos y capital de riesgo.
  • Promover la interoperabilidad entre plataformas estatales y servicios ciudadanos.
  • Desarrollar industrias creativas, tecnológicas y verdes con valor agregado local.
  • Fortalecer la gobernanza digital con participación ciudadana y transparencia algorítmica.

No se trata de escalar rankings. Se trata de construir sentido colectivo en torno a la palabra desarrollo. Porque el verdadero progreso no se mide en toneladas exportadas, sino en capacidades instaladas, derechos garantizados y oportunidades compartidas.

Luis Sergio Valle es ciudadano boliviano.
 

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