Noviembre 06, 2025 -HC-

Govea y Nacif: dos promesas, un país


Jueves 6 de Noviembre de 2025, 6:15am






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Al momento de cerrar la escritura de este texto, conociendo el primer resultado del torneo y, mientras la selección boliviana Sub-17 se mide ante Italia en el Mundial de Catar, el eco de su debut frente a Sudáfrica aún resuena con fuerza en la conciencia futbolera del país. El marcador adverso —un 3 a 1 que no reflejó la riqueza del juego desplegado— dejó entrever no una derrota, sino una revelación. Como en las sinfonías donde el preludio no define la obra, la verdad, esperaba menos de nuestro equipo. Sin embargo, Bolivia mostró destellos de una promesa que merece ser cultivada con esmero y visión.

Entre los acordes más vibrantes de ese primer acto, dos nombres se alzaron con la potencia de un clarín en la bruma: Gerónimo Govea y Nabil Nacif. El primero, arquero de estampa sobria y reflejos felinos, nació en Montevideo, Uruguay, donde también se formó futbolísticamente, detalle que se nota, donde encontró tierra trabajada para sus virtudes bajo los tres palos. Su actuación frente a los veloces extremos sudafricanos fue un ejercicio de resistencia estética: atajadas que rozaron lo coreográfico, posicionamiento que denotó madurez, y una serenidad que desentonaba —en el mejor sentido— con su edad. Govea no defendió un arco, defendió una idea: la de que el talento no conoce fronteras cuando se abraza con convicción.

Por su parte, Nabil Nacif, el centrodelantero de apellido breve, pero de juego expansivo, fue el otro vértice de esta incipiente constelación. Su movilidad entre líneas, su intuición para el desmarque y su capacidad de asociación lo convierten en un diamante en fase de pulido. Nacif no juega al fútbol: lo interpreta. Como un actor que entiende el guion más allá de las palabras, su presencia en el área rival fue constante, incómoda, casi poética. Si Govea es el guardián de la esperanza, Nacif es su emisario ofensivo.

La dupla, aún en su germen, invita a imaginar un porvenir donde el fútbol boliviano deje de ser una promesa postergada y se convierta en una realidad sostenida. No se trata de inflar expectativas, sino de reconocer que en estos jóvenes hay materia prima de calidad, susceptible de ser moldeada por un proyecto serio, paciente y ambicioso. Como los primeros trazos de un mural, su talento necesita tiempo, espacio y protección para convertirse en obra.

Hoy, mientras el balón rueda en Doha y Bolivia enfrenta a Italia, este editorial se convierte en un acto de fe. No en el resultado inmediato, sino en el proceso que se gesta. Porque si algo nos enseñaron Govea y Nacif en el debut, es que el futuro no se espera: se construye. Y ellos, con cada intervención, ya están poniendo los ladrillos.

No se trata aquí de diseccionar el rendimiento táctico de la selección boliviana Sub-17 en el Mundial de Catar, ni de emitir juicios sobre esquemas o resultados. Esta columna se distancia deliberadamente del análisis técnico para enfocarse en una dimensión más profunda: la existencia de materia prima humana en el país. Lo que vimos en el debut frente a Sudáfrica —más allá del marcador— fue la manifestación de talento en estado embrionario, esperando ser cultivado con rigor y visión. Bolivia no carece de jugadores con condiciones; carece de un sistema que los acompañe desde la raíz.

El caso de Gerónimo Govea y Nabil Nacif es paradigmático. No son excepciones milagrosas, sino ejemplos de lo que podría ser habitual si el fútbol boliviano apostara por una formación profesional, sostenida y consciente. La juventud no es sinónimo de improvisación; es una etapa fértil que exige guía, exigencia y afecto deportivo. Si cada club del país tuviese la fortuna —y el compromiso— de descubrir y promover al menos dos talentos por temporada, capaces de brillar tanto en lo individual como en lo colectivo, el panorama de las próximas eliminatorias cambiaría radicalmente.

Imaginar una liga nacional donde cada equipo aporte dos jugadores con hambre de superación, aptos para la competencia internacional, no es una utopía: es una estrategia. Sería como sembrar árboles en un terreno fértil, sabiendo que algunos darán sombra, otros, frutos y unos pocos, madera para construir. La clave está en el semillero, en la cantera, en ese espacio donde el talento se encuentra con la disciplina. Bolivia necesita menos urgencia por resultados inmediatos y más paciencia para formar generaciones que compitan con solvencia.

Mientras el balón rueda en Catar y Bolivia enfrenta a Italia, este texto se convierte en una invitación a mirar más allá del presente. No es el marcador lo que debe obsesionarnos, sino el proceso que lo antecede. Porque si algo quedó claro en el primer partido, es que hay jóvenes que pueden —y quieren— ser parte de un proyecto mayor. Lo que falta no es talento: es estructura. Y en ese vacío, el país tiene la oportunidad de construir su futuro futbolístico con cimientos sólidos y vocación de permanencia.

El tercer y último partido de la fase de grupos será frente a Catar, el anfitrión del torneo. Un encuentro que, más allá de lo deportivo, plantea una interrogante que el fútbol internacional aún no ha resuelto con transparencia: ¿cómo se garantiza la equidad cuando el dueño de casa entra en escena? La historia reciente de los mundiales —en todas sus categorías— ha dejado entrever que la localía no solo se juega en la cancha, sino también en los pasillos, en los horarios, en los arbitrajes y en las decisiones invisibles que moldean el destino de los partidos. Será interesante —y necesario— observar cómo se comporta la FIFA en este contexto, y si el espíritu de la competencia prevalece sobre las conveniencias del anfitrión.

Porque al final, lo que está en juego no es solo un resultado, sino la credibilidad de un sistema que dice promover el mérito, pero que a menudo se ve tentado por el artificio. Bolivia, con sus jóvenes valientes y su incipiente esperanza, merece un trato justo. Y el lector atento lo sabe: cuando el fútbol se aleja de la verdad, pierde su esencia. Que este Mundial Sub-17 no sea otro capítulo donde la balanza se incline por razones ajenas al juego. Que el balón ruede limpio, y que gane quien lo merezca.

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