Mayo 04, 2024 [G]:

Una violencia silenciada


Domingo 10 de Marzo de 2024, 7:30pm






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Hace unos días recibí un mensaje de Whatsapp cuyo remitente no tenía registrado. Aún estoy buscando quién le dio mi contacto porque, se lo confieso sin ambages, jamás le doy mi número de teléfono a nadie, bajo ninguna circunstancia. Pero eso lo dejo para otro momento destinado a la represión del comedido de marras.

Bien. Resulta que una mujer -por el tono deduje que se trataba de alguien bastante joven- me pedía ayuda como si los periodistas tuviéramos la obligación de hacerlo por aquel falso concepto de “servidores de la sociedad” acuñado en alguna facultad con espíritu de organización no gubernamental. Sin embargo, le pedí que me escribiera, escuetamente, de qué se trataba el asunto que la perturbaba. “He sido víctima de violencia”, tecleó y, la verdad, nunca tomo a la ligera ese tipo de aseveraciones. De modo que le pedí que fuera un poco más específica. “Acabo de ser madre. No se imagina el dolor que sentí durante el parto”, escribió mientras me la imaginaba recuperándose en una habitación del Hospital Materno Infantil. “Por favor, ¿en qué puedo ayudarla?”, le pregunté. “El médico no dejaba de putearme. Una enfermera me insultó. Me dijeron que el parto no podía ser natural. Me hicieron una cesárea”, escribió. En principio, no advertí nada sospechoso; en el calor del momento, con una mujer a punto de dar a luz, con dolores en el abdomen, la espalda encorvada por el esfuerzo, la mente turbada por cientos de recuerdos y la boca seca, los médicos y el personal sanitario, reaccionan como seres humanos llevados al extremo de su resistencia física y moral. ¡Si habré oído sobre testimonios de quirófanos!

Pero en el caso que me ocupaba y que comenzaba a despertar mi interés porque enseguida sentí el aroma de una buena historia que merecía ser contada, aparecía un elemento adicional. A la joven madre le practicaron una episiotomía, es decir un corte vaginal para facilitar la salida del bebé. “Nunca me consultaron”, apuntó la madre que arrullaba al recién nacido, un niño robusto con apariencia de un pequeño luchador de sumo. Ahí está el detalle y lo que, técnica y jurídicamente, se denomina violencia obstétrica. De modo que quedé en visitarla una vez ya estuviera en casa, para hacerle una entrevista y, quién sabe, si acompañarla en el proceso de denunciar el caso ante las autoridades correspondientes. Es bien cierto, que ningún parto es igual y que los procedimientos se adecúan a las circunstancias propias de la mujer; pero, al mismo tiempo, toda intervención quirúrgica que no implique una emergencia o arriesgue la vida de la madre, debe contar con su consentimiento expreso, por escrito y firmado. Esta realidad se corrobora con un dato estremecedor: en Chile, aquí, al otro lado de la frontera, un 45% de las mujeres embarazadas se ven obligadas a enfrentar un contexto de violencia durante el alumbramiento. Ignoro la situación en Bolivia y, probablemente, el episodio de la madre primeriza me permita ahondar en un hecho que si bien está contemplado en la legislación boliviana, no se denuncia como debería ser por ignorancia, falta de educación y esos prejuicios machistas que tanto daño nos causan.

Como fuere, valga la constancia de una violencia contra la mujer silenciada por el patriarcado secante. El suyo, el mío. El nuestro.

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