Julio 26, 2025 -HC-

Marcelo Quiroga: la ética y la consecuencia revolucionaria


Sábado 26 de Julio de 2025, 10:15am




Por las calles de La Paz aún resuena el eco de su voz firme, crítica, honesta. Marcelo Quiroga Santa Cruz no solo fue un político de verbo encendido; fue también un escritor profundo y un periodista combativo, cuya figura se alza hoy como símbolo de ética y coherencia en la vida pública de Bolivia.

Por los pasillos de la memoria boliviana, hay un nombre que no se ha desvanecido con el tiempo: Marcelo Quiroga Santa Cruz. Su vida fue un tránsito constante entre la palabra escrita y la acción política, entre la denuncia apasionada y la propuesta lúcida. Novelista, ensayista, periodista, diputado, candidato presidencial y mártir de la democracia, Marcelo representa, quizás como pocos, la encarnación de una política honesta y radicalmente ética en un país sacudido por golpes de Estado, dictaduras, corrupción y traiciones.

Sin embargo, las nuevas generaciones parecen no conocerlo en su real dimensión, por lo cual se hace necesario, cuando no imprescindible, recordar los rasgos fundamentales del político más importante del siglo XX en Bolivia.

Nacido en Cochabamba el 13 de marzo de 1931, fue mucho más que un dirigente político. Fue un intelectual íntegro, un escritor sensible y un periodista de principios. Su vida, marcada por el compromiso con la justicia social y la dignidad del pueblo boliviano, fue un tránsito constante entre el pensamiento y la acción, entre la denuncia y la propuesta. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad Mayor de San Simón y luego amplió sus estudios en Chile y España. Pero no fue un académico encerrado en su torre de marfil. Muy temprano descubrió que la literatura y el periodismo podían ser herramientas de transformación.

Un joven brillante entre las letras y la patria

Desde sus años universitarios, Marcelo mostró un talento excepcional para la literatura y la reflexión. Su formación como filósofo y literato moldeó una sensibilidad que se plasmaría en obras como “Los deshabitados” (1959), una novela existencialista que inauguró una nueva etapa en la narrativa boliviana y lo proyectó al ámbito literario latinoamericano. Su pluma, intensa y desgarrada, ya anunciaba el carácter de un hombre que no iba a callar ante la injusticia.

En paralelo, su actividad periodística se desplegó en artículos, ensayos y columnas que combinaban agudeza crítica y claridad política. Marcelo comprendió que la palabra podía ser un arma poderosa para despertar conciencias, y la usó con responsabilidad, desde medios nacionales e internacionales, para denunciar la corrupción, el entreguismo económico y la represión política.

Su pluma fue siempre filosa, sin concesiones. Como escribió Mariano Baptista Gumucio: “Marcelo escribía con el rigor del filósofo, la pasión del poeta y el coraje del militante”.

El tribuno rebelde de la izquierda boliviana

Marcelo no tardó en canalizar su pasión intelectual hacia la acción política. Su incursión en la política boliviana se produce en 1966 cuando es elegido diputado independiente por el departamento de Cochabamba. En aquellas elecciones fue elegido presidente de la república René Barrientos, el militar que derrocó dos años antes a Víctor Paz, de quien fuera su vicepresidente. En el ejercicio de su función legislativa, Marcelo comenzó a investigar y documentar irregularidades en el manejo de fondos públicos, negociados con empresas extranjeras, y operaciones poco claras vinculadas a la Fuerza Aérea Boliviana y al entorno inmediato del presidente Barrientos.

Durante una sesión parlamentaria, en 1968, Marcelo hizo pública su intención de presentar esta acusación constitucional, y fue en ese momento cuando el oficialismo, en lugar de permitir el proceso legal, procedió a levantarle la inmunidad parlamentaria, destituirlo de su cargo de diputado y, finalmente, ordenar su destierro.

Tras la muerte del dictador Barrientos, en 1969 fue designado Ministro de Minas y Petróleo durante el gobierno de Alfredo Ovando Candia. Pero no fue un ministro más. Desde esa cartera, lideró la nacionalización de la Gulf Oil Company, un acto audaz que lo colocó en el centro de la política nacional como figura de dignidad soberana. No buscaba cargos; buscaba justicia. “La decisión de Marcelo fue un acto de dignidad nacional. Fue más que una medida económica; fue un acto de soberanía”, afirmó años después el sociólogo René Zavaleta Mercado.

Sin embargo, no duró mucho en el gobierno. Su independencia de criterio y su rechazo a la manipulación de los militares lo enfrentaron con la cúpula del poder. Abandonó el cargo, pero no la lucha. En 1971 fundó el Partido Socialista-1 (PS-1), una organización que proponía una vía democrática, antiimperialista, ética y popular hacia el socialismo, diferente del dogmatismo marxista y alejada de los métodos autoritarios.

Tras el golpe de Estado del general Hugo Banzer Suárez, en agosto de 1971, que derrocó al gobierno del general Juan José Torres, Marcelo Quiroga Santa Cruz se vio obligado a abandonar nuevamente Bolivia. Su exilio lo llevó primero a Chile, donde encontró un ambiente político afín, bajo el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende.

En Chile, Marcelo continuó con su actividad política y se vinculó con sectores de la izquierda chilena, particularmente con intelectuales, periodistas y académicos. Fue invitado por universidades y organizaciones políticas para dictar conferencias sobre la realidad boliviana, el socialismo democrático y los procesos revolucionarios en América Latina

Sin embargo, tras el golpe de Estado de Pinochet en 1973, Marcelo debió salir nuevamente al exilio, esta vez a México, donde residió varios años y se desarrolló en el ámbito académico, periodístico y literario con gran intensidad. En México, colaboró con revistas como Excélsior, Proceso, Siempre! y otras publicaciones políticas e intelectuales del momento. Desde esas tribunas, escribió ensayos y artículos de análisis sobre la situación boliviana, el papel de las dictaduras militares, el imperialismo estadounidense, y la necesidad de construir un modelo socialista democrático y ético.

Durante su estadía en México, también fue profesor invitado en universidades como la UNAM y la Universidad Autónoma Metropolitana, y compartió espacios con exiliados latinoamericanos de la talla de Mario Benedetti, Julio Cortázar, y el peruano Gustavo Gutiérrez. La influencia de la teología de la liberación, del pensamiento crítico latinoamericano y del marxismo humanista fue importante en el desarrollo de sus ideas durante este periodo.

Con el retorno a la democracia, tras la huelga de hambre de las mujeres mineras en 1977, Marcelo volvió. Elegido diputado en sus discursos parlamentarios —convertidos en piezas literarias de denuncia— acusó sin temor a los gobiernos militares, al poder económico y a los pactos oligárquicos. En 1979 y 1980 fue candidato presidencial, y en ambas ocasiones alcanzó un apoyo creciente, especialmente entre jóvenes, obreros e intelectuales.

Desde entonces, su figura se convirtió en símbolo de una izquierda moderna, lúcida y profundamente comprometida con la ética pública. Sus discursos en la Cámara de Diputados, recopilados luego en libros, son piezas políticas de gran valor. Denunció la corrupción, el saqueo de los recursos naturales, la alianza entre el poder económico y las dictaduras militares, y sobre todo la impunidad.

En 1979, presentó una acusación documentada contra el dictador Hugo Banzer Suárez por enriquecimiento ilícito y crímenes económicos. La intervención, considerada histórica, fue citada por múltiples autores como ejemplo de valentía política.

El juicio parlamentario que Marcelo Quiroga Santa Cruz impulsó contra el exdictador Hugo Banzer Suárez, fue uno de los actos políticos más trascendentales, valientes y simbólicos de la historia boliviana contemporánea. Este hecho no solo marcó un hito en la lucha contra la impunidad en Bolivia, sino que consagró a Marcelo como la conciencia moral de la política boliviana.

Marcelo afirmaba en su acusación que: “El general Banzer no fue un gobernante, fue un gerente de negocios particulares disfrazado de presidente. Bolivia no fue un país: fue su empresa privada” y que “Este no es un acto de venganza ni de revancha, sino de justicia. Porque el país no puede volver a creer en sus instituciones mientras los delitos de sus dictadores queden sin castigo.”

El juicio no prosperó jurídicamente, debido a que el oficialismo bloqueó el proceso y nunca se habilitó una comisión especial para iniciar la fase legal formal. Sin embargo, sí tuvo un impacto político y simbólico devastador para Banzer, que pasó a ser visto como un exdictador corrupto ante la opinión pública, especialmente por los jóvenes y sectores de izquierda.

El juicio también marcó un antes y un después en el parlamentarismo boliviano, al demostrar que era posible hacer uso de las herramientas legales de fiscalización, incluso frente a figuras intocables como los militares.

En América Latina, la denuncia de Marcelo fue reconocida como uno de los primeros actos parlamentarios de un político de izquierda en acusar formalmente a un dictador por corrupción estructural. Intelectuales como Eduardo Galeano y Manuel Cabieses Donoso lo citaron como ejemplo de “la valentía civil frente a la impunidad de uniforme”.

En palabras del historiador Carlos Soria Galvarro: “Ese juicio fue el primer intento serio en Bolivia de someter a un exdictador al juicio de la historia. Marcelo no necesitó tribunales para condenarlo: lo hizo desde la ética, la palabra y el coraje.”

Y desde entonces, esa condena moral ha permanecido vigente, recordándonos que la verdad, aunque silenciada, siempre encuentra su voz.

Su condición de clase y su compromiso con la revolución

“Yo soy un socialista no por origen de clase sino, a pesar de mi origen de clase, lo soy por convicción. Y, creo que no es reprochable que alguien que hubiese nacido en un estrato social que no es el proletariado, que no es la clase obrera, se hubiese entregado a su servicio”.

Con estas palabras, Marcelo Quiroga Santa Cruz (MQSC), connotado dirigente político asesinado durante la dictadura de Luis García Meza el 17 de julio de 1980, respondía a los periodistas, a la crítica que le hacían sus enemigos políticos, afirmando que “Marcelo es un burgués que juega al socialista”.

Añadía: “a ellos debería recordarles que un socialista no lo es, precisamente y con carácter excluyente, por su origen de clase. No todo obrero por el hecho de ser obrero es un revolucionario”.

Y agregaba: “lo que me parece reprochable, y de éstos tenemos muchos ejemplos en nuestra clase política, es que aquellos que nacen en el seno de la clase trabajadora, o en sectores populares,  o sectores de la clase media de pequeños ingresos, consagren su vida a ascender socialmente, a acumular fortuna, a traicionar los intereses de la clase (de la) que son originarios”.

El crimen y la inmortalidad

La madrugada del 17 de julio de 1980, su voz fue silenciada por la dictadura. Mientras participaba en una reunión del comité de defensa de la democracia, ante el anuncio de un nuevo golpe militar, fue secuestrado en el edificio de la COB por un grupo paramilitar al mando del coronel Luis Arce Gómez, en el marco del sangriento golpe de Estado encabezado por Luis García Meza. Fue torturado y asesinado. Su cuerpo nunca fue hallado. Su desaparición forzada fue uno de los crímenes más atroces de la historia política boliviana.

Pero su figura creció con la muerte. Marcelo se convirtió en símbolo, en referente, en conciencia. Su pensamiento sigue vivo en los discursos de los movimientos sociales, en las cátedras de ética política, en las mentes de jóvenes que todavía creen que otra Bolivia es posible.

En el plano internacional, su legado es también valorado. Intelectuales como Eduardo Galeano, en Patas arriba, lo mencionaron como un símbolo de honestidad política en América Latina. El chileno Manuel Cabieses Donoso, director de la revista Punto Final, escribió que “si Allende fue el rostro trágico de la democracia socialista, Marcelo fue su conciencia ética”.

Hoy, cuarenta y cinco años después de su asesinato, Marcelo Quiroga Santa Cruz representa lo que podría haber sido Bolivia y no fue. Un país más justo, más transparente, más humano. Su figura no pertenece a un partido ni a una ideología exclusiva. Pertenece a todos los que sueñan con la justicia, con la verdad, con la dignidad

Pese a que dirigentes políticos y gobiernos usaron su nombre para sus propios fines, nadie hizo algo significativo, hasta hoy, para establecer donde se encuentran sus restos. Esa es la gran deuda de Bolivia y, particularmente de la izquierda, para con la memoria de Marcelo.

En un país donde la traición política ha sido casi norma, su ejemplo sigue siendo la excepción luminosa. En su última intervención parlamentaria, poco antes del golpe, Marcelo pronunció una frase que aún estremece: “No queremos venganza, queremos justicia. No queremos violencia, queremos memoria. No queremos olvido, queremos una patria que no se arrodille ante la corrupción ni ante el poder extranjero.”

Hoy, esa patria aún está en construcción. Cuando llegue a ser libre y digna, será en parte gracias a la semilla que sembró Marcelo Quiroga Santa Cruz con su palabra y con su sangre.

 

La Paz (Bolivia) julio de 2025

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