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Lunes 29 de Noviembre de 2021, 5:45pm
29 de noviembre (por José Manuel Muñoz Puigcerver, IPS para Urgente.bo).- Los altos precios en la factura de la luz que desde hace meses padecen los países miembro de la Unión Europea (UE) pueden explicarse por múltiples factores: los climatológicos que afectan a la producción de energías renovables, la recuperación de la economía mundial, el sistema marginalista europeo para la fijación del precio de la luz, la tensión en el mercado de emisiones de CO₂, el aumento de los precios internacionales del gas, y más.
De entre todos ellos, las tensiones en el mercado gasístico internacional ocupan un lugar preponderante. Tanto es así que el aumento de la demanda de gas, combinado con la escasez estructural de su oferta, han propiciado unos precios en el mercado mayorista poco asumibles por ciudadanos y empresas al ser repercutidos en sus recibos de la luz.
Así, esta tormenta perfecta no es más que la consecuencia de la extrema dependencia energética de la que Europa adolece de forma crónica y, por tanto, debe analizarse desde diferentes perspectivas en aras de ser paliada.
Los motivos de la escalada de precios
El consumo de gas se ha disparado en Europa como consecuencia de que la UE eligiese este combustible para su transición energética hacia las energías renovables. Sin embargo, esta cuestión estratégica no es la causante del aumento de la demanda internacional del gas.
El cambio climático, al ocasionar temperaturas extremas tanto en invierno como en verano, ha suscitado un mayor consumo de esta fuente de energía a nivel global. Lejos de Europa, países como Japón o India, también hace acopio de gas en previsión de un invierno particularmente crudo.
También está el descenso de suministro de gas a Europa. En este punto las causas geoestratégicas desempeñan un papel trascendental. Rusia, habituada a cerrar el grifo a Europa según sus intereses geopolíticos, ha sido acusada de reducir la provisión de gas para, así, poner en marcha su nuevo gasoducto Nord Stream 2.
Pero no solo Rusia sino también Noruega, un tradicional socio de la UE, está vendiendo gas en otros mercados, aunque ha prometido a Europa más gas ante la fuerte alza de los precios.
Por su parte, China estaba reduciendo la extracción de carbón por cuestiones medioambientales, lo que incrementó su demanda de gas para hacer funcionar sus centrales térmicas. Aunque últimamente, y precisamente para hacer frente a la crisis energética, ha vuelto a aumentar su extracción y consumo de carbón.
Como consecuencia de los episodios de frío y calor extremos que ha sufrido Europa a lo largo de 2021 las reservas de gas se hallan bajo mínimos. De hecho, a fecha 16 de noviembre de 2021 se encuentran a 73,52 % de su capacidad, la cifra más baja de los últimos 10 años.
La rápida recuperación de la actividad económica tras el parón provocado por la covid-19 también ha contribuido a esta disminución de las reservas. El exceso de consumo, además de generar cuellos de botella logísticos, ha provocado una mayor demanda de energía y, por consiguiente, una mayor necesidad de gas que, como ya hemos visto, está fluyendo principalmente hacia los países asiáticos.
Un productor europeo
Países Bajos es un importante productor de gas dentro de la UE. De hecho, el campo de Groningen es uno de los más grandes del mundo y el mayor de todo el continente.
Sin embargo, debido a una continuada y relativamente intensa actividad sísmica provocada por los trabajos de extracción, el Gobierno neerlandés decidió en 2020 reducir la producción en Groningen para eliminarla por completo en 2030 aunque posteriormente esa fecha se adelantó a 2022.
Paradójicamente, los altos precios de la energía no están afectando en exceso a Países Bajos, al menos en términos relativos, gracias a sus buenas conexiones con Alemania (a pesar de la subida de precios, es el país con la cuarta energía más barata de la UE) lo que le permite importar, en caso necesario, energía producida con renovables (y, por lo tanto, más barata), procedente de su vecino germano.
Gas, petróleo y CO₂
De rebote, los altos precios del gas están provocando, además, un repunte del precio del petróleo, ya que también ha aumentado su demanda al ejercer como energía sustitutiva del gas. Al tratarse de combustibles fósiles, tensionan (aún más) el ya tensionado mercado de derechos de emisión de CO₂ (dióxido de cárbono).
La emisión de gases de efecto invernadero es mucho menor en el caso del gas natural que en el de otros combustibles fósiles. Precisamente por ese motivo es utilizado en la transición energética hacia fuentes renovables. Con todo, no se trata de una energía completamente limpia y la especulación derivada de dichos derechos de emisión es otro factor más que explica su encarecimiento.
Mapa de los gasoductos que cruzan el Mediterráneo y el Sahara : Trans-Sahara, Maghreb–Europa, Medgaz, Galsi, Trans-Mediterránea y Greenstream. Mapa: Wikimedia Commons / Semhur, CC BY-SA
La singularidad española
En el caso concreto de España hay otro factor (este geopolítico) influyendo en la espiral inflacionista del gas: la histórica rivalidad entre Marruecos y Argelia.
El pasado 31 de octubre el Ggbierno argelino rescindió el contrato para la gestión del gasoducto Magreb-Europa (GME) ya que, en palabras de su presidente, Abdelmayid Tebún, el reino de Marruecos se encontraba realizando “prácticas de carácter hostil”.
Argelia ha asegurado que el gas seguirá llegando a España (ahora también por barco) y tiene previsto aumentar la capacidad del gasoducto Medgaz en 50 %. No obstante, el encarecimiento de este combustible será ineludible.
Energías limpias e independencia energética
En definitiva, el gas se ha convertido en una de las bazas más importantes a la hora de obtener réditos económicos y políticos en el nuevo tablero mundial. Las potencias con una excesiva dependencia energética, como es el caso de la Unión Europea, corren el riesgo de perder la partida antes incluso de empezar a jugarla.
Por ello, más que nunca, urge acelerar la estrategia europea de descarbonización y la apuesta firme y decidida por las energías renovables para alcanzar las tan ansiadas cero emisiones para el año 2050. No se trata solo de una cuestión de sostenibilidad ecológica, sino también de la implementación de una estrategia económica que garantice a Europa la seguridad energética.The Conversation
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
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