Noviembre 01, 2025 -HC-

Las almas volvieron para alegría de todos; jiwata, jiwaki y jiwasa tienen una sola raíz


Sábado 1 de Noviembre de 2025, 12:30pm




Para los pueblos andinos, la muerte no significa el final, sino la continuidad de la vida, pero en otro plano. A diferencia del pensamiento occidental, donde el fallecer representa el final. En la cosmovisión indígena, la muerte es una transición hacia el Manqhapacha (mundo de abajo), donde el espíritu o “ajayu” permanece por un tiempo antes de ascender al Huña Marca (pueblo eterno). Durante este proceso, las almas siguen siendo parte de la comunidad y visitan a los vivos en ocasiones especiales, como en la fiesta de Todos los Santos. “La muerte para nosotros no es dolor, no es sufrimiento”, expresó el amauta Juan Ballón.

El antropólogo Froilán Laime recalcó que en la tradición aymara morir no es desaparecer, sino completarse. “Desde que nacemos debemos ir creciendo, cumpliendo tareas y completándonos con la comunidad, con los animales, las plantas y el cosmos. Cuando una persona ha cumplido todo, puede decir: ‘ya he completado, ahora sí me puedo morir’”, explicó.

En este sentido, según el antropólogo, la muerte o “jiwaña” no tiene un significado trágico, sino espiritual. Señaló que la misma raíz de la lengua aymara lo refleja. “Jiwaña significa morir, jiwaki quiere decir bonito y jiwasa, nosotros. Todas comparten una misma idea, morir es parte del proceso de completarse y volver a integrarse al todo”, añadió.

Asimismo, Laime aclaró que el alma, o “amaya”, es el principio vital que continúa su camino después de la muerte. Según la tradición, las amayas “están siempre trabajando” en otros planos, y cada año regresan durante Todos los Santos para visitar a sus seres queridos. En estas fechas, las familias preparan mesas con alimentos, panes en forma de figuras, dulces y flores para recibirlas.

En la antigüedad las comunidades rendían homenaje a los difuntos con rituales de respeto y gratitud. Los cuerpos eran guardados en “chullpas” (pequeñas torres funerarias) y durante las festividades “salían en procesión por la comunidad, vestidos con sus mejores ropas y adornados con flores y semillas”, indicó el Ballón y aclaró que este encuentro simbolizaba la unión entre el mundo de los vivos y muertos.

Con el tiempo estas prácticas se mezclaron con la religión católica. En la mesa ya no predominaban el sol, la luna y la chacana, sino la cruz y la corona. “Para el mundo católico, la muerte significa sufrimiento. Para nosotros (los aymaras), es alegría y reencuentro”, señaló el amauta Ballón. En la actualidad, la mesa para las almas incluyen pan en forma de figuras, dulces, flores y las bebidas favoritas de la persona que falleció, como una muestra de cariño y continuidad espiritual.

En la tradición católica, la muerte está asociada al pecado y al sufrimiento, y el alma debe purificarse antes de alcanzar el cielo. En cambio, para el mundo andino no existe el concepto del pecado original ni la idea del castigo eterno. “Aquí morir no es por el pecado, sino porque se ha cumplido la vida. No había agonía ni miedo. Por eso se tocaba el pinquillo y se celebraba la partida con alegría, porque el ciclo se había completado”, añadió Laime.

En la cosmovisión andina, la muerte marca el descanso del cuerpo físico, pero el alma sigue su trayecto hacia otros espacios del universo. Uno de ellos es el “Anjumani”, donde las almas “fabrican la lluvia, el granizo y la nieve”; otro es el “Almamarca”, asociado al trabajo y al movimiento. “El amaya no sufre en un purgatorio, camina hacia esos otros lugares y se une con los abuelos, los tatarabuelos. Somos eternos, todos los tiempos están presentes en este mismo presente”, dijo el antropólogo.

Por su parte, el amauta Ballón subrayó que la conexión entre los vivos y los muertos no se perdió. “Nos comunicamos con las almas a través del fuego, el incienso y los sueños. Ellos también nos visitan y nos dan señales”, dijo. En la cosmovisión andina, la muerte es parte del ciclo de la vida, y recordar a los ancestros es mantener viva la energía que une a las generaciones.

Por su parte, el antropólogo, Gery Chuquimia explicó que cuando una persona fallece, su ajayu no desaparece, sino que se transforma en un ancestro, en un abuelo espiritual que acompaña a los vivos. “No nos olvidamos de las almas. Las esperamos, las celebramos y las invocamos para que nos acompañen”, dijo y agregó que esta conexión se renueva cada 1 y 2 de noviembre.

Durante Todos los Santos, los hogares se convierten en espacios de encuentro entre mundos. Para muchas familias, ciertos hay señales en sus hogares que anuncian la llegada de los difuntos, las luces parpadean, puertas que mueven solas o animales reaccionan extrañamente. “Son señales de que las almas están llegando desde su plano. Vienen a visitarnos”, explicó Chuquimia.

Asimismo, resaltó que esta celebración marca el inicio de un ciclo agrícola y festivo. “Con la llegada de Todos Santos también se anuncian las lluvias y comienzan los Carnavales. Es el tiempo de la renovación”, afirmó. Esta relación entre la naturaleza, los ancestros y las fiestas populares revela el vínculo entre la vida, la muerte y la fertilidad, indicó el antropólogo.

De igual manera, la fiesta de las Ñatitas es otra práctica que mantiene viva la conexión con los ancestros. Se celebra cada 8 de noviembre en los cementerios. “Las ñatitas  no siempre son difundos, pueden ser otros. Pero también nos protegen y nos acompañan. La gente les llevan flores, coca y velas, para agradecer o pedir justicia”, manifestó.

Para la cosmovisión andina, morir no es desaparecer, sino transformarse en energía, en memoria, completarse. “Nuestros ancestros siempre están con nosotros. Los invocamos cuando viajamos, cuando pedimos ayuda o cuando celebramos. La muerte no rompe ese lazo, lo fortalece”, concluyó el antropólogo Chuquimia.

///

.