Una de las consecuencias más tristes de la gestión de casi 20 años del MAS en el gobierno es la suspicacia con la que se observa ahora todo lo que tenga que ver con “socialismo”, “popular” e incluso indígena, sobre todo en círculos medios y altos de la población. Los candidatos se dividen entre los que tienen algún tipo de acercamiento con el mundo popular y aquellos que procuran distinguirse claramente de todo ello.
Más allá de las metidas de pata o exapruptos en los que incurrió el capitán Edman Lara, la piedra en el zapato aparente de Rodrigo Paz, lo que se cuestiona no es necesariamente si será o no un buen acompañante en caso de que el binomio del PDC consiga la victoria en segunda vuelta, sino sus supuestos vínculos con “socialistas”, “dirigentes sindicales” o representantes de cualquier movimiento que esté bajo sospecha de haber tenido relación con el gobierno del MAS.
Bajo ese criterio, ciertamente, se ubica a la representación social como negativa de antemano, se descalifica de plano a la dirigencia y se insinúa que vale más un escenario en el que gremios y sindicatos se alineen a una nueva manera de hacer las cosas, donde la defensa de ese tipo de intereses se condicione a la necesidad de no estorbar la marcha de un gobierno de corte más liberal.
Esto entraña graves riesgos, porque supone hacer exactamente lo que hizo el MAS, pero al revés y crear una tensión que impida alcanzar un nivel razonable de gobernabilidad social. Si el “otro” es mi enemigo, volvemos a la misma lógica de exclusión sin matices, que divide siempre las cosas entren “buenos” y “malos”.
El mayor daño generado por los años de gobierno del populismo de izquierda no fue solo el de los males que arrastra la economía, sino el haber creado fronteras de artificio entre los bolivianos y enemistades que deterioraron eso que los entendidos llaman el “tejido social”.
Alarma que, entre los adjetivos utilizados para descalificar, por ejemplo, a Edman Lara, se utilice el de “paco”, “ignorante”, “atrevido”, entre otros, como si la política, después de lo vivido, fuera otra vez un escenario reservado para los “doctos” o los “decentes”, término este que a veces resurge en el vocabulario del poder.
Es obvio que atender la crisis es una prioridad, pero la persistencia de la incertidumbre y del pesimismo, también puede tener que ver con la idea de que el próximo gobierno se incline hacia otro extremo desde el cual también es imposible mirar el conjunto del país.
Lo popular, entendido como aquello que refleja los intereses de la gente común no puede ser menoscabado, sino es a riesgo de mantener la tensión interna, la polarización.
Así como desde una errónea aproximación a lo popular, se miró a algunas élites como adversarias, también desde la óptica de las élites puede caerse en la misma trampa, nada más que esta vez con el mundo de lo “común”.
Ya hay señales de ello, en las voces partidarias o no que se multiplican en las redes y Edman Lara – que por supuesto contribuye a justificar las resistencias – se ha convertido en el “sospechoso principal” solo por ser la voz del sentido común, el “paco” sin formación, el “otro” que amenaza con alejar a los grupos de poder que ven cercana la oportunidad de retomar un protagonismo frente a la amenaza “popular”.
El voto no debería ser resultado de la desconfianza, el temor o peor aun, del deseo de venganza, sino de una reflexión que involucre la necesidad de sacar de una vez por todas a Bolivia de ese territorio de disputa donde el “ellos” y el “nosotros”, continúa siendo un factor que se opone a la construcción de una visión más o menos compartida sobre el futuro.