Abril 29, 2024 [G]:

El mejor amigo del hombre


Jueves 18 de Enero de 2024, 6:15pm






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Sentado sobre dos patas, Titán miraba un punto fijo. Resultaba inquietante, porque aquel mestizo de cabeza pequeña, orejas gachas, cuerpo menudo y pelaje gris, era movedizo. 

Lo suyo era mostrar que dominaba aquellos contornos y se expresaba en un potente ladrido que contrariaba a su humano.

-¡Ya calla, Titán! Le espetaba, pero el perro conocedor de su oficio, corría con entusiasmo y buscaba un promontorio de basura donde liberaba su espíritu. Sin embargo, aquella tarde permanecía inmóvil.

Había devorado las sobras del almuerzo y se tumbó en una alfombra. Durmió un rato y lo despertó un sonido metálico. Enseguida agudizó sus sentidos. El olfato le trajo el olor del basural; el oído le acercó al tráfico; la vista recorrió el espacio compartido con el hombre que lo había salvado del sacrificio.

Su memoria evocó lo que había encontrado entre una pila de desperdicios. Entonces se estremeció de la cabeza hasta la cola. Recordó el cuerpo de la niña. Estaba desnudo y sucio, con manchas de sangre. Titán había visto otros animales muertos. Pero aquel cuerpo era diferente. Sus ojos vidriosos seguían los movimientos de Titán que buscaba indicios que explicaran las causas de su muerte.

La respuesta estaba en un corte en el cuello. Decenas de insectos formaban una costra sobre la herida. Las hormigas respondían a una estrategia militar y ascendían y descendían por el brazo derecho. El izquierdo formaba una “L” sobre la cabeza. Sus piernas estaban sobrepuestas, una posición que podría haber adoptado para descansar. No era el caso. Alguien le había arrebatado la vida deshaciéndose del cadáver en aquel vertedero que revoloteaban los zopilotes.

Titán levantó la cabeza, vio a los pajarracos y admiró su paciencia. Luego los maldijo, justo cuando una rata se abría paso entre un montón de plástico.

-Tardaste, Modesto.

La rata movió la oreja izquierda.

-Es complicado mantener a una familia numerosa.

Titán asintió aunque el concepto de familia le sonaba remoto.

-¿Puedes explicármelo? Preguntó apuntando el cadáver con el morro.

-Fue un humano. Un hombre. Lo vieron los recolectores, anoche. El hombre cargaba un bulto a la espalda.

-¿Alguien le vio el rostro? ¿Cómo era?

-Esas son dos preguntas-rezongó la rata dando un saltito-La respuesta es una: imposible.

-¿Imposible? Entiendo que los recolectores son un equipo eficaz.

No le vieron la cara. Lo siento, amigo.

-No te preocupes. Los humanos resolverán el dilema.

-Tengo mis dudas. Tienen otras preocupaciones.

-No me imagino qué puede ser más importante que hallar al responsable. Dijo Titán apesadumbrado.

-El ser humano es complejo. Tú deberías saberlo. Vives con uno. Nosotras preferimos la distancia: ni tan cerca ni tan lejos.

-Él me salvó la vida.

-Siempre cuentas lo mismo.

  “Lo tiraré al río” le dijo el comerciante al hombre. El cachorro era el último de una camada. El hombre pagó y se lo llevó. “Te llamarás Titán”, lo bautizó perdiéndose en sus ojos. Habían pasado cinco años.

El perro cruzó una mirada cómplice con la rata. El roedor la sostuvo un instante pero se apartó. Titán le resultaba demasiado intenso. Se despidió con un leve movimiento de su cabeza. Titán olfateó la atmósfera viciada. Vio la sombra de las aves carroñeras y luego volteó de nuevo al cadáver. Temía que los zopilotes lo desfiguraran.

Titán vio de reojo a tres cuervos posados en un cable y rezongó  imaginándoselos sobre el cuerpo. De repente se sobresaltó al oír una máquina. Lo agradeció. Ni siquiera las aves de rapiña se atreven con los humanos. Titán sonrió y apuró el paso hasta abandonar el vertedero. Corrió rápido y regresó a casa.

 Su dueño siempre dejaba entreabierta la puerta de la cocina. Hacía calor, sudaba y sintió la lengua estropajosa. Titán encontró un recipiente y satisfizo su sed. Poco después se acomodó y trató de dormir. Estaba agotado y ni aún así, cabeceaba. No podía borrar la imagen del cadáver de la niña ni las palabras de Modesto. Permanecía con la mirada cansada pero serena.

En esos ojos oscuros se leía su pasado, la herencia administrada con el sosiego del alma agradecida del mejor amigo del hombre. “Un perro jamás muerde la mano de quien lo alimenta” oyó en uno de esos concilios caninos celebrados en una plaza donde jugaban los niños, también aquella niña.

Pero el ser humano no sólo muerde la mano, es capaz de matar a sus semejantes. Titán llegó a esa conclusión cuando sintió que no estaba solo.

El perro se enderezó, levantó una oreja y meneó el rabo. El instinto le pedía espantar al intruso porque no se trataba de su dueño. Él entraba por la puerta principal. Entonces, ¿quién era? Titán se rascó las costillas y revisó la casa orientándose por el olfato. La brisa traía el olor a podrido del agua de lluvia estancada. El perro olisqueó el aire. Le resultaba familiar. Sin embargo, el olor de la casa era diferente; impregnaba las paredes extendiéndose como una mancha de humedad. Titán lo asoció con una presencia extraña, dulce y amarga al mismo tiempo, invasiva. Confuso, el perro daba círculos. La cocina apestaba a aceite frito; el dormitorio, hedía a tabaco y cerveza; el baño era una letrina.

“Esta mierda. Toda esta mierda”, lamentó Titán sintiendo cómo se erizaba el vello de su panza. El perro gimió como un cachorro asustado. Si bien estaba acostumbrado a enfrentar los peligros de la calle, lo que sucedía entre esas cuatro paredes era otro tipo de amenaza que lo obligaba a seguir un rastro confundido entre la densa atmósfera.

Esa fuerza lo llevó a curiosear debajo de la cama que el hombre compartía con una hembra. A veces parecía disfrutarlo; en otras ocasiones había dolor. El mismo que taladró el cerebro de Titán cuando su olfato recuperó la pestilencia del cadáver de la niña. Aquel pequeño calcetín, agujereado en la punta, lo explicaba.

“Tenías razón, Modesto”, admitió el perro adentrándose en el pozo de la condición humana.

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