Abril 27, 2024 [G]:

El juicio final


Domingo 18 de Febrero de 2024, 10:00am






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Las horas pasaban lentamente y el sargento Asunción Gómez, uno de aquellos policías severo y autoritario que ahogaba penas y dolencias con una botella de escocés añejo guardada en calidad de reliquia tras el comiso de una partida de productos de contrabando, creía que estaba a punto de perder el sentido.

El dolor era intenso y le taladraba las sienes. De muy poco servían las aspirinas con que había atenuado el impacto de aquel martirio. Para colmo, apenas podía abrir la mandíbula y llevaba dos días sin comer. No tenía otra alternativa que visitar al doctor Forno, aquel joven dentista, recién llegado, que anunciaba sus servicios profesionales en el periódico local.

El policía dudó un instante si vestirse de uniforme o bien hacerlo de paisano, con aquella camisa a cuadros y esos pantalones que le ajustaban en la cadera. Había ganado algo de peso y, aunque se lo había propuesto un par de veces, era incapaz de hacer dieta. Al fin, se decantó por el uniforme de color caqui porque “impone autoridad” como le dijo en su momento uno de sus instructores en la academia. Con una mano en la cara, que en aquel momento le parecía una masa de carne tumefacta, Asunción salió del cuartelillo, cruzó la calle mayor bajo un sol que castigaba sin piedad aquel pueblo perdido en el desierto, y se adentró en la plaza del municipio. Allí, al lado del palacio consistorial, leyó un letrero escrito con letras mayúsculas que rezaba “Doctor Jaime Forno. Odontólogo”. A su derecha, el sargento vio a un par de enamorados devorándose a besos aprovechando la hora de la siesta; a la izquierda, un hombre de edad bastante avanzada, cargaba un saco a la espalda. Estaba lo bastante dolorido para distraerse tejiendo historias, algo que le gustaba de algún modo perverso. Sus elucubraciones solían centrarse en sórdidos aspectos sexuales, alguno relacionado con las celdas del Ministerio de Gobierno. Por supuesto, eran otros tiempos.

-Pase, por favor. Le invitó el estomatólogo con una amplia sonrisa que mostraba una dentadura blanca, bien cuidada.

Asunción lo miró de soslayo, desconfiado.

-Tiene usted suerte, oficial -dijo Forno enjugándose la frente-La cita que tenía programada canceló en el último momento.

-Brrr. Gra-gracias, balbució el sargento.

-Tome asiento. Póngase cómodo.

Gómez Ridruejo obedeció.

-¿Sabe? Mi padre también era dentista. Un buen dentista. Claro que tenía un problema. La política.

-N-no entiendo…

-Por supuesto que me entiende. Sobre todo usted. Ahora, por favor, abra la boca. Necesito anestesiarlo.

El policía negó con la cabeza pero ya no tenía nada que hacer. Lo comprendió al ver la jeringa y aquel extraño brillo en la mirada de Jaime Forno.

-Mi padre murió en la cárcel. Lo mataron sus ideas-dijo el dentista con aplomo, tratando de controlar el temblor de su mano derecha-Usted, sabe a qué me refiero, ¿verdad?

Asunción Gómez maldijo su suerte. Siempre había tratado de huir del pasado y éste, inequívocamente, regresaba puntual a la hora del juicio final.   

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