Hace seis años, nos dijeron que estábamos “nadando en un mar de gas”. Y lo creímos. Hoy, esa imagen es un espejismo despedazado. Y mientras algunos publican videos personales en TikTok ajenos a la tormenta, otros —los que todavía creen que este barco llamado Bolivia. Puede seguir a flote— se reúnen a hablar con cifras duras, verdades punzantes, análisis certero, pero también con propuestas concretas.
Eso fue el Foro Energía para siempre, organizado por la Unifranz bajo el liderazgo de su vicerrector Rolando López, fiel a su filosofía de generar conocimiento para transformar. Y lo que reveló el Foro fue un golpe de realidad, una sesión de terapia brutal y necesaria para un país que se ha acostumbrado a vivir de la renta.
- El diagnóstico, cuando los números no mienten
Raúl Velasquez, experto de la Fundación Jubileo, con esa didáctica que tanta falta nos hace para entender las cosas, fue directo, sin anestesia. Nos desnudó la verdad: el problema de Bolivia no es solo la caída de los hidrocarburos; es un fenómeno cultural, un rentismo que anida en nuestra cabeza. Demostró que la crisis económica y las filas por diésel son el resultado directo de nuestras malas decisiones como ciudadanos y gobiernos, selladas por la subvención y la obsesión estatista. Creímos, erróneamente, el cuento de que “nadábamos en un mar de gas” sin preguntarnos en qué se fundamentaba ese adagio o qué pasaría después, si se acababa. Velásquez puso las cifras sobre la mesa como un médico que muestra la radiografía de un paciente grave:
* 89% dependencia de hidrocarburos.
* 9 de cada 10 litros de diésel es importado (solo un litro producimos en Bolivia)
* 66% de electricidad generada se produce quemando gas que ya no tenemos.
* 68% es la subvención al diésel y 70% a la gasolina.
* 82% el Estado recogió de la renta petrolera entre 2005 y 2023.
* En 2028 estaremos importando gas. Sí, el mismo gas que jurábamos nos sobraba.
El sueño del gas se esfumó. Si queremos salir de este pozo, el requisito elemental es uno: reconocer que nos hemos equivocado. Si bien la «Guerra del gas» de 2003, cuando llegamos a confundir política energética con geopolítica, calmó la crisis social, no supimos hacer el negocio.
- Datos que duelen, ejemplos que inspiran
Luego habló Pablo Rodriguez Salazar, director de Datax, y puso sobre la mesa cifras crudas que todos deberíamos saber de memoria, porque son la consecuencia de esas decisiones que venimos arrastrando hace más de dos décadas. Cifras que deberían estudiar los ministros, difundir los periodistas, aprender los empresarios y hasta cargar en el bolsillo los votantes antes de ir a las urnas, para no votar como ciegos, para no culpar luego a «otros» por los errores que son nuestros.
A su turno, Javier Bellot, expresidente de la Federación de Empresarios Privados de Cochabamba, ofreció un mensaje que sorprendió por su claridad: No necesitábamos esperar a que el Estado lo haga todo; el país puede avanzar desde la iniciativa privada, desde el ingenio, desde la disciplina empresarial que no pide permiso para producir futuro. Y dio ejemplos de empresas que están logrando éxitos, pero, sobre todo, cambiando paradigmas desde el talento y la innovación para generar economía, trabajo, mejor nivel de vida.
- La salida: cohesión, talento y acción
Las soluciones existen. No son fáciles ni rápidas, pero están ahí. Ajustar la subvención suicida de combustibles. Diversificar urgentemente la matriz eléctrica. Atraer inversión privada con seguridad jurídica. Construir una política energética escrita y seria. Apostar por generación distribuida, hidroeléctricas medianas, solar y eólica. Prepararnos para una doble transición: energética y económico-fiscal, señala la ruta Raúl Velásquez.
Pero nada de esto funciona si seguimos divididos en múltiples Bolivias que entienden la realidad de maneras diferentes. Estamos llamados a cohesionarnos. Los periodistas deben informar con rigor. Los empresarios, invertir con visión. Los líderes como los del Foro, convertirse en influencers reales — sugería en el mismo Foro, Edwin Durán, rector de la UPB—. La academia, como Unifranz debe ser el faro que ilumina la ruta cuando todo parece oscuro.
Y los jóvenes, especialmente, que son el futuro inmediato de este país: no vean la realidad solo desde las pantallas de sus celulares. Zambúllanse en la problemática del agua, toquen la tierra, palpen los árboles, entiendan por qué hacemos fila para diésel. Las elecciones subnacionales están la vuelta de la esquina y será otro examen para Bolivia. Es otro momento para decidir si seguimos cayendo como país o empiezan a ser los protagonistas del verdadero cambio.
Todavía hay tiempo, coinciden los expertos. Doloroso, es cierto. Difícil, también. Pero posible. La pregunta no es si Bolivia tiene solución. La pregunta es si los bolivianos tenemos el coraje de reconocer que nos equivocamos y la voluntad de hacer lo que hay que hacer. El barco se hunde. Pero todavía estamos a tiempo de tapar los agujeros y remar juntos hacia la orilla.



