Mayo 27, 2024 [G]:

El antiprogresismo

La derecha libertaria quiere dejar de ser vergonzante y busca ser popular, circular sin temores, masivamente, ya no una derecha de élites, sino una derecha conversa y compatible con diversos públicos y audiencias antes ajenos, por ejemplo, sectores de jóvenes con discursos de emprendedorismo y éxito individual


Domingo 3 de Diciembre de 2023, 11:00am






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En el pensamiento rápido una de las ideas primeras de progresismo se refiere a aquello que se comprende como lo contrario de conservadurismo. También a todo lo que termina asociándose con el movimiento y la acción de las izquierdas. Y si bien el término tiene una tradición histórica que lo explica y sitúa en los tiempos de la Revolución Francesa, vuelve a brotar, cíclicamente, con renovadas fuerzas para expresar y explicar nuevos advenimientos de transformaciones y cambio social. En el siglo XIX el progresismo acompañó la Revolución Liberal y su propuesta alteradora frente al conservadurismo restaurador que propiciaban quienes aún clamaban por el regreso del Antiguo Régimen. El progresismo, en el actual tiempo, se piensa plural y diverso, verbo de colectivos sociales y referentes políticos que canalizan la expresión de causas que buscan atención, que se constituyen en demandas y que centran su clamor en la igualdad, el respeto y la inclusión.

El progresismo suele distanciarse de lo ideológico, pues se va construyendo en el ritmo de los tiempos societales, migrando en apoyos políticos y observando lo posible antes que la movilización por utopías. Podríamos decir entonces que de forma política persigue causas antes que utopías, y ello le confiere un elemento que también lo caracteriza: el vanguardismo, libertad de expresión puesta en un grupo o estamento de la sociedad que marcha por delante del resto, que desafía la quietud y el orden -conservador o de privilegios construidos- establecido. Así el progresismo se levanta desafiando el statu quo. Por ello, ser progresista no implica necesariamente ser marxista o de la izquierda clásica, el progresismo hoy toma forma y posición en un degradé de colores variopinto que puede ser la expresión de causas y aflicciones diferentes: medioambientalistas, matrimonio igualitario, economías sustentables con protección ecológica, legalización de determinadas drogas, despenalización del aborto, fin del patriarcalismo, respeto igualitario a las demandas de género, protección de los animales y así una extensa lista de nuevas “causas” no ideológicas que construyen coyunturas políticas, que reordenan las sociedades y que, por supuesto, exigen posición política. Allí, quien ha estado más emparentado y perfilado políticamente con el pensamiento de izquierda, el socialismo y las corrientes transformadoras, tiene mayor amplitud de aceptación de todo aquello que los colectivos sociales, por su evolución misma, asientan como demandas perentorias. Las nuevas derechas emergentes y antiprogresistas resisten todo lo señalado, exteriorizan el sentido de contradicción y fragmentación política permanente y, de forma clara, confrontan al progresismo. Es en esa acción donde se generan los espacios de tensionamiento y conflictología socio política.

La derecha, después de años de desconcierto, del tiempo de la “marea rosa”, de los gobiernos fuertemente de izquierda en el primer momento y en este segundo tiempo también, ha buscado dejar de lado su mala prensa, su sentimiento vergonzante y persigue librar, finalmente, la batalla cultural. Allí su primera presentación discursiva es autodefinirse ahora como Libertarios, los representantes de la libertad. Nadie podrá discutir que el término Libertad es un significante vacío de comprensiones y alcances verdaderamente profundos y, en consecuencia, altamente atrayente. La historia universal respalda esto.

Los libertarios, con distintas proporcionalidades de influencia, están entre nosotros, y no es poco el observar que la Argentina va a estrenar un gobierno capitaneado -habrá que mirar de hito en hito, detalladamente, el accionar diario y conductual de su presidente y la dirigencia que lo acompañará- por libertarios, esto es, la implementación de las políticas de promercado como el mecanismo regulador idóneo de la actividad económica y de las relaciones productivas.

La participación en la batalla cultural es lo que hoy estrenan. Lecturas de Gramsci, Laclau y de Chantal Mouffe para contra argumentar y construir un otro sentido común que desautorice los razonamientos dominantes en la vida social actual. Un retorno doctrinal de lo políticamente incorrecto, de la disrupción. El cientista político Agustín Laje, candidato a teórico de los segmentos libertarios, recuenta en su texto “La Batalla Cultural” los nuevos desafíos: “Una Nueva Derecha. Nuevos contextos, nuevas amenazas, nuevos adversarios, nuevas articulaciones políticas y nuevas estrategias. Una Nueva Derecha es una invitación a delinear políticamente un nuevo nosotros”. En el mismo texto agrega: “Una Nueva Derecha podría conformarse en la articulación de libertarios progresistas, conservadores, no inmovilistas, patriotas no estatistas y tradicionalistas no integristas. El resultado sería una fuerza resuelta en la incorrección política que podría traducirse como una oposición radical a la casta política nacional e internacional, al estatismo y al globalismo y a la hegemonía progresista que domina la academia, a los ingenieros sociales y culturales y al poder financiero global inclinados sin disimulo alguno hacia la izquierda cultural… La Nueva Derecha tendrá que dar forma a su  ‘nosotros’ en los varones cansados de la constante demonización de su sexo, pero también en las mujeres hastiadas de la recurrente y compulsiva victimización ideológica a cambio de privilegios legales; en los heterosexuales empujados por doquier a asumir culpas que no tienen; en los blancos a los que en tantos lugares se les está diciendo que su raza está maldita”.  

La derecha libertaria quiere dejar de ser vergonzante y busca ser popular, circular sin temores, masivamente, ya no una derecha de élites, sino una derecha conversa y compatible con diversos públicos y audiencias antes ajenos, por ejemplo, sectores de jóvenes con discursos de emprendedorismo y éxito individual, con lenguajes extendidos por toda la sociedad y que no se circunscriben estrictamente a lo político, sino que avanzan sobre ideas y preocupaciones por la familia, los hijos y hasta el país, algo que en el espacio Milei llaman mejoristas, “una serie muy heterogénea de sujetos que se autoperciben en esos términos y se encuentran en posiciones ocupacionales y trayectorias muy diversas, que no se circunscriben al empleo informal”.

El antiprogresismo libertario que busca ser una ideología de relevo, no sutura los espacios de odio, las distancias sociales ni las diferencias que sientan las jerarquías. Parece llegar un tiempo de nuevos debates culturales y de distinto sentido común, pero ninguno que hable de complementariedad social. Sin embargo, no es posible y bueno tampoco, extraviar el hábito de reflexionar que las sociedades se mueven en dinámicas líquidas, rápidas y vertiginosas -diría Baumann- y las causas que quiebran la quietud conservadora, que se leen como propias del progresismo, pueden tener distintos fondos ideológicos en la forma, pero siempre preservan un factor común: inconformidad con un orden social/normativo que no representa al conjunto mayor.

Hasta dónde podrá llegar una derecha que se dice libertaria y que no vimos crecer.

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