Marzo 29, 2024 [G]:

Democracia PIGMENTARIA

Las élites del comiteismo actual, sobrepasadas por la ansiedad de poder y dominadas por el desprecio hacia el pigmento oscuro de nuestra sociedad, van devastando sus propios canales institucionales.


Lunes 13 de Febrero de 2023, 10:30am






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El autoritarismo no es una cuestión estricta de un gobierno, sus formas son silenciosas, con sigilo imperceptible en el inicio va emplazando conductas, procederes y caracterizaciones en la gente de acción política, madurando en palabras/discursos de no aceptación del otro y de miradas intolerantes a las formas inclusivas de construcción social. El autoritarismo define y decreta acciones prohibidas que son confirmadas por su desprecio paulatino, ascendente y progresivo hacia la Constitución Política de los Estados. Los autoritarios son disruptivos con su sociedad, con el sistema de coexistencias societales e identitarias y también con la institucionalidad estatal. Establecen categorías ambiguas, fácticas, de acciones violentas y discursivas. Deciden quiénes son los enemigos, los que deben ser perseguidos y aquellos quienes deben conformar el segmento de excluidos. Los autoritarios de hoy determinan su accionar por “reglas de éxito” antes que por la estructura de reglas normativas señaladas en la CPE. Según la lógica de estas “reglas de éxito”, los objetivos deben lograrse a partir de un constructo de acción/discursivo que valide toda metodología. Allí los derechos, el respeto, la no aceptación de la violencia y la civilidad democrática son nociones descartadas o irrelevantes.

El autoritarismo requiere de un reaseguro de impunidad que cubra libremente su andamiaje violento. Produce hechos ininteligibles que, simplificadamente, se conceptualizan como simples transgresiones políticas legales, pero son la consecuencia de un proceso acumulativo de conservadurismo fascistoide y poderes y códigos herméticos que se construyen en el subsuelo lúgubre del sentido común irracional de la hegemonía y superioridad social y racial.

Los relatos y las narrativas repetidas buscan construir realidades paralelas cuando no virtuales. Pero es absurdo todo intento de borrar el pasado, darlo de baja. El pasado es lo que nos da forma, nos construye y nos proyecta. Viet Nguyen, profesor y escritor vietnamita afirma de forma incontrastable: “La guerra se libra dos veces, en el campo de batalla primero, luego en la memoria”. Posteriormente a la ruptura institucional de noviembre de 2019 y sus trágicas consecuencias en Sacaba y Senkata, la nueva batalla estuvo por capturar la memoria de los bolivianos: en el relato mediático y las interpretaciones de las sentencias y acciones de los jueces, que no siendo leídas por nadie, son los analistas, los medios y las producciones de audio y video las encargadas de interpretar “correctamente” los significados que debe comprender la sociedad.

El comiteismo es el promotor del cruceñismo, una ideología erigida y difundida por décadas y que hoy señala como enemigo construido a la política colla, el occidente, el centralismo del Estado y que mantiene una difundida mirada, exacerbada, de superioridad sobre los segmentos sociales indígenas, originarios, campesinos y populares. El poder del comiteismo está construido en una lógica piramidal que ha aprisionado la intermediación colectiva y política hasta concentrar el conjunto de demandas regionales con presiones lamentables y atroces sobre toda intención de disidencia. Una institución enemiga del centralismo que centraliza monolíticamente la interlocución ante Estado nacional.  El sociólogo francés Jean Pierre Lavaud refirió al poder comiteista señalando: “En suma, la movilización cruceña reside no solamente en una conjunción de intereses particulares imbricados unos con otros, sino también en una red de asociaciones locales capaces de convocar al conjunto de las capas sociales locales y alistarlas detrás de la neo-oligarquía cuando ésta necesita hacerse sentir”. Una presentación afable oculta el conservadurismo extremo y radical de sus acciones y metodologías violentas que han instalado sentimientos de odio a quien en piel presenta una pigmentación oscura que lo invalida para las tareas protagónicas de la sociedad, la política y la economía. Una afabilidad que habla del gobierno moral, ese al que el filósofo cruceño Mamerto Oyola Cuellar refería, pero que las actuales dirigencias han deformado hasta hacerlo irreconocible.

La decadencia no es un hecho que se produce de forma instantánea, contrariamente a eso, es un proceso de larga acumulación. El comiteismo toma la cúspide de su aventura violenta en 2019. Allí las “reglas de éxito” se desbordan en una irracionalidad incontrolada y desatan el inicio del final de las formas posibles de diálogo futuro para intercambiarlo por un griterio ensordecedor que no representa, y que conduce al banquillo de la justicia que señala a quien prioriza la imposición personalísima por encima del consenso democrático.

Las élites del comiteismo actual, sobrepasadas por la ansiedad de poder y dominadas por el desprecio hacia el pigmento oscuro de nuestra sociedad, van devastando sus propios canales institucionales. Los cabildos pierden fuerza deliberativa/institucional por ser instrumento de grupos numéricamente menores pero amplificados económica y mediáticamente, que buscan y quieren impunidad -algo habitual en la historia política de nuestro país- amplia y extendida por la vía del chantaje de una insoportable violencia, la llaman amnistía para unos presos políticos que la CIDH no identifica y que, en definitiva, era la apuesta mayor del gobernador hoy investigado por el golpe de Estado.

En la lucha por el poder político, su control y hegemonía, el gobernador investigado va observando lo que él percibe como caos inducido en la coyuntura social del Estado, pero en realidad, donde él ve caos existe complejidad. Esa complejidad distanciada territorialmente entre Santa Cruz y La Paz, entre disputas por sustitución de liderazgos dentro del comiteismo y las élites del conservadurismo cruceño y el proceso judicial emplazado en el occidente del país. En ambos frentes, las opciones de éxito son menores. La intricada complejidad judicial es propia de un hecho donde la consecuencia fueron unas masacres que inimaginablemente hacen prever un final de inocencia y exculpación de responsabilidades y participación.

Mientras eso acalora las discusiones, a 800 kilómetros de La Paz, unos cuantos actores cruceños han encontrado un pretexto oportuno y un buen tiempo para recambiar un liderazgo torpe e irascible por otro que pueda rehabilitar la alquimia del diálogo, que no sea tributario del poder privado y egoísta, y que comprenda que hombres endurecidos moral y mentalmente en una Bolivia de pigmentaciones varias solo pueden conducir a una inaceptable opresión.

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