Noviembre 15, 2025 -HC-

De la periferia al protagonismo: El desafío diplomático boliviano en EEUU


Sábado 15 de Noviembre de 2025, 10:30am






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Tras dos décadas de frialdad y distancia ideológica, Bolivia vuelve a figurar en el tablero de ajedrez de Washington. La decisión del Gobierno de Rodrigo Paz Pereira de reanudar relaciones diplomáticas con Estados Unidos a nivel de embajadores, solicitar el retorno de la DEA y marcar distancia del eje autoritario de Venezuela, Cuba y Nicaragua no son gestos menores: son señales de un viraje histórico.

Christopher Landau, subsecretario de Estado estadounidense, lo expresó sin rodeos: "Comienza una nueva era entre Bolivia y Estados Unidos". Y añadió, con la precisión de quien sabe que sus palabras pesan: "El socialismo del siglo XXI está muerto en Bolivia".

No fue una declaración de cortesía. El país atraviesa una coyuntura decisiva. Por primera vez en muchos años, puede reconstruir una relación estratégica y transformadora con la principal potencia del planeta. Pero las oportunidades no se heredan: se gestionan. Y esta, si se maneja con torpeza, puede desvanecerse tan rápido como nació. Bolivia necesita autoridad, presencia y resultados. Requiere una diplomacia competente, de calibre internacional, que piense como Estado y actúe con visión empresarial, donde el mérito y la eficacia sustituyan la retórica.

El contexto lo exige. Washington sigue considerando insuficiente el desempeño boliviano en la lucha contra las drogas, aunque mantiene un "waiver" que permite sostener la cooperación limitada. En lenguaje diplomático, eso equivale a desconfianza acompañada de esperanza. Aun así, la Administración Trump ha mostrado disposición a colaborar con el Gobierno de Paz Pereira en la reducción de la influencia de Irán y China, así como en el fortalecimiento de los mecanismos regionales de seguridad ante el narcotráfico, la trata de personas, el lavado de dinero y el comercio ilegal de armas.

A cambio, Bolivia ofrece algo que ningún otro país de la región puede igualar: una ubicación estratégica, recursos naturales imprescindibles y un potencial geopolítico singular. Pero transformar esa ventaja en resultados concretos requiere más que voluntad política. Demanda oficio, visión y probada habilidad diplomática.

Hubo una época en que Bolivia hacía diplomacia con mayúsculas, cuando enviaba a Washington embajadores de auténtico peso. Víctor Andrade Uzquiano fue el ejemplo perfecto: amigo personal de varios presidentes de Estados Unidos —de Roosevelt a Kennedy—, con verdadera influencia y poder de negociación. Sabía moverse por los pasillos del Capitolio con la soltura de un legislador estadounidense y dominaba el arte del lobby mejor que muchas firmas de la afamada "K Street". Cuando Andrade llamaba a la Casa Blanca, el presidente atendía. Ya como canciller, no sorprende que, junto al embajador Ernesto Sánchez de Lozada, lograra en 1963 la única visita de Estado en la historia bilateral: la de Víctor Paz Estenssoro con John F. Kennedy.

Tres décadas más tarde, Jorge Crespo Velasco consiguió la visita oficial de Jaime Paz Zamora a George H. W. Bush, dejando un crucifijo de oro como símbolo de amistad. Más recientemente, Jaime Aparicio Otero modernizó la gestión diplomática, entendiendo que la influencia también se ejerce en los medios internacionales, las universidades, la OEA, la ONU y los "think tanks". Desde 1943, apenas once encuentros presidenciales entre Bolivia y Estados Unidos figuran en los registros oficiales, una cifra tan escueta como reveladora: Bolivia sólo gravita cuando envía embajadores que pesan.

Hoy el país se encuentra nuevamente ante un punto de inflexión. Según confirmó el nuevo canciller Fernando Aramayo, el Gobierno analiza los perfiles para designar al próximo embajador boliviano en Washington. No se trata de una decisión rutinaria: será quien marque el tono del nuevo capítulo bilateral. El nombre que se elija debe tener peso político, solvencia técnica, dominio del inglés y una comprensión profunda del sistema estadounidense.

El próximo embajador deberá hablar al oído del Congreso, negociar con los departamentos de Estado, Tesoro, Comercio y Defensa, así como con la Casa Blanca. Tendrá que conseguir aliados bipartidistas, atraer inversiones y abrir mercados. En suma, representar al nuevo Estado boliviano, no a un partido.

La embajada en Washington necesita reestructurarse desde sus cimientos y nutrirse de diplomáticos ágiles, preparados y plenamente bilingües, con capacidad de gestión y visión global. También, el país debe contratar una firma de lobby con acceso real a los centros de decisión, de las que abren puertas en el Capitolio y en la Casa Blanca. Entre 1999 y 2002, ese enfoque permitió la plena certificación, un aumento sustancial de la ayuda estadounidense y la negociación del ATPDEA (Andean Trade Promotion and Drug Eradication Act), que amplió la lista de productos bolivianos exportables sin aranceles y reforzó el vínculo entre beneficios comerciales y cooperación antidrogas. Fue uno de los logros diplomáticos más concretos y rentables de la historia reciente, gracias al liderazgo del vicepresidente —y luego presidente— Jorge Quiroga Ramírez.

En el escenario actual, Bolivia podría beneficiarse de contactos con firmas como Continental Strategy o Ballard Partners, con vínculos directos con figuras clave del Partido Republicano. Colaborar con estos despachos ofrecería acceso a los círculos más influyentes del poder estadounidense. En Washington, quien no invierte en presencia, desaparece del mapa. Al mismo tiempo, el país debe despertar el interés de los grandes grupos empresariales norteamericanos, incluidos los cercanos a la familia Trump. Más allá de las afinidades ideológicas, la diplomacia moderna se mide por sus resultados: inversión, cooperación y beneficio mutuo.

El embajador que llegue a Washington no puede limitarse a hablar con medios hispanos. Debe saber presentar a Bolivia ante el público anglosajón y posicionarla en los espacios donde se forja la opinión que marca agenda: The Washington Post, The New York Times, CNN, MSNBC, Forbes, CNBC, Fox News, Bloomberg o el histórico 60 Minutes. Debe explicar por qué Bolivia es una oportunidad y no un riesgo, presentarla como una verdadera aliada. Quien no controla la narrativa, no existe. Y Bolivia ha sido invisible por demasiado tiempo.

El país dispone de activos para construir una relación transformadora: vastas reservas de minerales críticos, potencial hidroeléctrico, energía renovable y una ubicación en el corazón de Sudamérica, entre Brasil y Chile, entre la Amazonía y el altiplano, entre dos océanos. Su papel natural es el de eje y enlace, no el de tranca ni guarida de ilegalidad. Si asume esa vocación de centro continental, podrá pasar de la periferia al protagonismo. Pero para lograrlo necesita en Washington una diplomacia moderna, competitiva y orientada a resultados, y el liderazgo de un embajador con voz propia y línea directa con el Palacio Quemado y la Cancillería.

Bolivia está por regresar diplomáticamente a Washington con la ventaja de la novedad, el peso de la historia y las esperanzas de más de once millones de ciudadanos. Tiene la posibilidad de establecer una relación madura, moderna y mutuamente beneficiosa con Estados Unidos, justo cuando el mundo redefine sus alianzas geopolíticas y geoeconómicas. Pero para conseguirlo necesita un embajador con la capacidad e inteligencia de Andrade, la habilidad negociadora de Crespo y la visión estratégica e internacionalista de Aparicio. Solo cuando ese embajador logre que, al llamar a la Casa Blanca, el presidente atienda, Bolivia volverá a existir en el mapa del poder. Washington respeta a quien se hace respetar, y la diplomacia —como la historia— no concede "waivers" eternos.

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