Agosto 17, 2025 -HC-

Caída libre, mentiras y fracaso de la industrialización


Domingo 17 de Agosto de 2025, 8:30am






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La estrategia de industrialización con sustitución de importaciones, tan recurrente en la historia económica de América Latina, se presentó durante décadas (1955-1980), como la fórmula para romper la dependencia externa y construir una base productiva sólida. Bolivia, bajo el gobierno de Luis Arce (2020-2025), quiso revivirla con un discurso de “industrialización para el mercado interno”, acompañado de empresas estatales, aranceles, compras públicas y crédito dirigido. Sin embargo, la experiencia histórica y el análisis comparado demuestran que este modelo, tanto en teoría como en práctica, ha fracasado. Su talón de Aquiles es evidente: crea industrias protegidas que, rara vez alcanzan la escala, eficiencia y el aprendizaje, necesarios para competir en el mundo.

En Manufacturing Miracles: Paths of Industrialization in Latin America and East Asia, los investigadores Gary Gereffi y Donald Wyman, muestran con claridad que los países que lograron verdaderos “milagros” industriales no lo hicieron encerrándose en su mercado interno, sino combinando apoyo estatal con presión competitiva externa. Corea del Sur y Taiwán no se limitaron a incubar empresas protegidas; condicionaron su supervivencia a resultados concretos en exportaciones, calidad y productividad. La protección no era un muro perpetuo, sino un contrato temporal, quien no cumplía, perdía el apoyo. Esta disciplina competitiva, lejos de ser un castigo, se convirtió en la escuela donde las empresas aprendieron rápido, se insertaron en cadenas globales de valor y escalaron gradualmente hacia los sectores más complejos.

Viviendo de ilusiones e ineficiencias

En Bolivia, el camino ha sido el opuesto. El mercado interno es pequeño y, protegido por barreras arancelarias y regulatorias, permite que las empresas públicas y privadas sobrevivan con baja escala y escasa innovación. El crédito blando se otorga sin mecanismos rigurosos de evaluación de desempeño y la burocracia para importar insumos o exportar productos encarece la operación, justo cuando las industrias nacientes más necesitan flexibilidad. El tipo de cambio fijo, lejos de incentivar la producción, abarata las importaciones y profundiza un sesgo anti-exportador que debilita cualquier intento de conquistar mercados externos. Así, lo que se presenta como “sustitución” muchas veces es apenas un ensamblaje o reempaque de bajo valor agregado, dependiente de la protección estatal y sin posibilidad real de competir fuera de las fronteras.

El diagnóstico es incómodo pero inevitable: las políticas de mercado son duras con la competitividad, pero es en esa dureza donde se encuentra la oportunidad. La competencia revela los costos reales y obliga a bajar precios, mejorar calidad y cumplir estándares. Obliga a elegir nichos donde el país pueda especializarse y construir ventajas dinámicas. Y lo más importante: desplaza la rentabilidad desde el favor político hacia la satisfacción del cliente. No se trata de abandonar toda intervención estatal, sino de utilizar la presión del mercado como instrumento de política. El Estado puede y debe apoyar, pero atando cada beneficio a los resultados verificables y medibles en plazos concretos.

Aplicar las lecciones de Manufacturing Miracles en Bolivia, no significa soñar con una Corea del Sur tropical, sino identificar eslabones realistas donde competir. En el caso del litio, por ejemplo, el objetivo no puede ser fabricar baterías completas de inmediato, sino producir carbonato e hidróxido de litio con calidad consistente, trazabilidad y costos logísticos controlados, dentro de alianzas internacionales con metas claras de producción y exportación.

En la agroindustria, la ventaja está en los productos de alto estándar como la quinua, chía, castaña o los lácteos certificados, que ya tienen demanda en mercados exigentes. En las manufacturas livianas, el enfoque debe estar en nichos de volúmenes pequeños y alta personalización, como textiles especializados, madera o metalmecánica. Y en servicios, Bolivia puede crecer en áreas menos dependientes de la logística física, como programación, diseño 3D, o mantenimiento industrial remoto.

Para que este giro sea posible, es indispensable un entorno macroeconómico que premie la producción y la exportación. Eso implica un tipo de cambio competitivo y predecible, eliminación de aranceles a insumos productivos, procedimientos aduaneros rápidos, financiamiento condicionado a mejoras medibles en productividad y calidad, y empresas estatales reorientadas hacia funciones de coordinación, infraestructura y transferencia tecnológica, no hacia la producción final protegida. La política industrial debe dejar de medir su éxito en toneladas ensambladas, para medirlo en productividad laboral, costos logísticos, certificaciones internacionales y encadenamientos locales.

El aprendizaje es claro: el verdadero milagro industrial no lo produce la protección indefinida, sino la capacidad de competir bajo reglas exigentes. La sustitución de importaciones, como ha ocurrido en Bolivia, genera industrias dependientes y poco innovadoras. En cambio, la “sustitución de ineficiencias por productividad”, exige enfrentar la dureza del mercado y convertirla en un motor de aprendizaje. Adaptarse a esa realidad es la única vía para que Bolivia no repita la historia de espejismos industriales y pueda, por fin, construir un sector productivo, capaz de sostener salarios altos y un futuro estable, especialmente para las nuevas generaciones, de otro modo estaríamos en una caída libre sin tocar todavía el fondo, cuando de lo que se trata es de detener la crisis.

 

Evitar la caída libre y la falta de credibilidad

 

En el libro Caída libre, el premio Nobel de economía, Joseph Stiglitz, explica cómo las crisis financieras no son “simples accidentes”, sino el resultado de modelos económicos mal diseñados y gobernanzas incapaces de corregir sus excesos a tiempo. En su análisis de la crisis de 2008, Stiglitz enfatiza tres factores que agravan cualquier colapso: la pérdida de confianza en las instituciones, la opacidad de las cuentas públicas y la falta de mecanismos de ajuste ordenado ante desequilibrios. Si bien se refería al mundo desarrollado, sus advertencias son inquietantemente aplicables al caso boliviano.

En Bolivia, el experimento de industrialización por sustitución de importaciones no solo ha generado empresas estatales deficitarias, sino que ha operado sobre un esquema macroeconómico cada vez más frágil. El tipo de cambio fijo y la expansión del gasto público, sin una diversificación exportadora sólida, han dejado al país vulnerable a la escasez de dólares. Este cuello de botella externo —que ya se refleja en mayores costos de importación, restricciones a la compra de divisas y caída de reservas internacionales— es la antesala de una crisis de liquidez. Según la lógica de Stiglitz, cuando el sistema se sostiene sobre expectativas poco realistas y activos sobrevaluados, el shock no solo es probable, sino inevitable.

 

La lección es clara: la falta de dólares en Bolivia no es, únicamente, un problema monetario, sino la expresión de un modelo que apostó por industrias no competitivas y que descuidó la generación de divisas sostenibles. Stiglitz advierte que, en estos escenarios, los gobiernos suelen recurrir a soluciones de corto plazo —controles más rígidos, endeudamiento acelerado o devaluaciones abruptas— que pueden agravar la recesión, si no están acompañadas de una estrategia de reactivación basada en la productividad y confianza.

Aplicar sus advertencias significa reconocer que la salida no puede ser más de lo mismo. Si Bolivia no reorienta su política industrial hacia sectores con verdadero potencial exportador y no implementa un manejo macroeconómico transparente y previsible, la crisis por falta de dólares puede transformarse en un episodio de “caída libre” al estilo de Stiglitz: una espiral donde la pérdida de credibilidad y el deterioro de las actividades productivas se alimentan mutuamente. El reto no es evitar un nuevo “ajuste estructural”, sino administrarlo con una visión que combine disciplina competitiva, diversificación real y un uso inteligente de los recursos públicos, sobre todo evitando la corrupción, la irresponsabilidad, el clientelismo y las mentiras a las que se acostumbraron Luis Arce y Evo Morales.

 

Resumen estimado de pérdidas y utilidades (2020–2025)

Empresa

Período

Pérdida / Utilidad

EMAPA

2007–2024

Pérdidas acumuladas: Bs 850 millones

 

2023

Utilidad de Bs 257,8 millones

 

2024

Utilidad de Bs 44 millones

YLB

2024

2015-2023

Pérdida de Bs 196,69 millones

Pérdida de Bs. 625 millones

Quipus, Papelbol, Cartonbol, Planta de Urea

2020–2025

Sin datos oficiales disponibles públicamente, pero se estiman pérdidas de Bs. 400 millones

Elaboración propia con información del INE y Ministerio de Economía, 2025.

 

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