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Alí Farak fue el primer campeón de Peso Ligero, sacó la máscara de varios luchadores técnicos y es el padre de una nueva generación de luchadores.
Jueves 5 de Mayo de 2016, 12:00pm
La Paz, 05 de mayo (Soledad Mena, Urgentebo).- Alí Farak, la leyenda boliviana de los luchadores rudos, se renueva en el ring. El cuadrilátero es la savia vital de Mario Averanga, quien, como consecuencia de su estado de salud, ha dejado de personificar al villano y se ha convertido en el comisionado que, con su particularidad, busca hacer respetar las reglas de la lucha libre. Así, el personaje boliviano del “deporte viril” oscila entre el infierno y el cielo gracias a los fanáticos espectadores.
Este medio encontró a Mario Averanga un domingo, cuando estaba encima del ring, en el papel de árbitro de una intensa pelea. Arbitraba un duro encuentro protagonizado por la Sombra Vengadora y El Vampiro. Al finalizar la pelea se salvó de una paliza de los rudos, que no aceptaron el fallo de la derrota.
“Arbitrar no es fácil, porque a veces uno se mete a lo que está haciendo el técnico y dicen que los estamos favoreciendo; tenemos que cuidarnos”, dijo el juez, quien asegura que busca ser imparcial, aunque deja dudas entre los espectadores por sus antecedentes.
Alí Farak fue el primer campeón de Peso Ligero, sacó la máscara de varios luchadores técnicos y es el padre de una nueva generación de luchadores.
Averanga lleva 75 años de vida y hace 50 años nació en el ring el temible Alí Farak. Antes y por dos años se personificó como el Pirata de la Barba Negra. Luego en 1966 tuvo su primero pelea como el luchador del camello perdido. Fue parte del elenco Los Tigres del Ring, cuyos episodios tuvieron que suspenderse por las restricciones de la dictadura. Con el retorno de la democracia, Alí Farak y sus colegas volvieron al cuadrilátero, bajo el nombre de los Titanes del Ring y convirtieron al “deporte viril” en fenómeno.
En la tercera etapa de su trayectoria como luchador fue parte del proyecto Furia de Titanes, con el que viajó y visitó localidades del interior. Los años encima y las secuelas de las golpizas le llevaron a poner un freno en el vértigo de la lucha, pero se negó a salir del ring, pues ahora está con la camiseta de comisionado. Eso sí, su apariencia, que recuerda a los personajes árabes, provocan el recuerdo de aquellos episodios en los que llevaba un turbante o cuando se distinguía entre los malos.
Le agradó ser “rudo” porque se daba el gusto de darles una paliza a los luchadores técnicos. Su objetivo era frenar el ego de los “buenos”, a costa del rechazo de la fanaticada. Y así se abrió el paso para convertirse en el símbolo boliviano de los rudos.
Hoy, con el traje albinegro, se encuentra ante el difícil reto de mediar en la pelea de sus descendientes. Sus seis hijos (cuatro varones y dos mujeres) son luchadores, unos técnicos y otros rudos (Alí Farak Junior, Cobra, El Picudo, El Cuervo, La Benita y La Marina). Los fanáticos de la lucha libre coinciden en que el aporte de Alí Farak va más allá de las luchas protagonizadas en los coliseos populares, pues de su prole han surgido valores importantes que extienden la pasión por el “viril deporte” en las nuevas generaciones. Ese es el caso de Cobra, uno de los más admirados.
Acostumbrado a los aplausos y silbidos, Averanga acude los domingos al escenario del barrio 12 de octubre. “En el ring no conocemos ni al hijo ni al padre, se agarran duro. Como se dice agarra lo que puedas y rompe todo”, dijo mienstras sonríe.
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