Agosto 28, 2025 -HC-

Última llamada al sueño mundialista


Jueves 28 de Agosto de 2025, 7:15am






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En el epílogo de una eliminatoria que ha sido más un ejercicio de resistencia que una travesía hacia la gloria, la Selección Boliviana se reagrupa para enfrentar a Colombia en Barranquilla y a Brasil en El Alto. Dos escenarios antagónicos, dos geografías que exigen no solo adaptación física, sino una lectura profunda del carácter nacional. Bajo la conducción de Óscar Villegas; el equipo inicia su preparación no como quien busca redención, sino como quien se atreve a pensar el fútbol desde la posibilidad de lo inédito.

La convocatoria presentada por Villegas no responde a la lógica del continuismo. Se percibe una voluntad de ruptura con ciertos patrones de selección que, por años, han operado como dogmas. La presencia de Moisés Villarroel, jugador de Blooming, reafirma una apuesta por la experiencia deportiva en la mitad del campo, pero es en las novedades donde se insinúa una narrativa distinta. La inclusión de Carlos “Tonino” Melgar, mediocampista de Bolívar, y Gustavo Peredo, atacante de Guabirá, introduce matices que merecen ser leídos más allá del dato estadístico.

Melgar, con su capacidad de interpretar los ritmos del juego desde la pausa inteligente, y Peredo, con su vocación de desequilibrio en los últimos metros, representan perfiles que no abundan en el repertorio boliviano. No son promesas: son interrogantes. ¿Qué tipo de equipo quiere ser Bolivia cuando convoca a estos jugadores? ¿Qué relato quiere construir en medio de una eliminatoria que ya no ofrece certezas?

Villegas, en ese sentido, no está simplemente armando un once. Está esbozando una hipótesis de identidad. Enfrentar a Colombia en la humedad abrasiva de Barranquilla y a Brasil en la altitud implacable de El Alto no es solo un desafío físico: es una metáfora de lo que significa ser Bolivia en el contexto sudamericano. Un país que juega entre extremos, que busca afirmarse en la contradicción.

Esta convocatoria, entonces, no debe ser leída como una estrategia para ganar puntos, sino como una tentativa de reconfigurar el relato. Porque en el fútbol, como en la literatura, hay momentos en que lo más valioso no es el desenlace, sino el modo en que se decide contar la historia.

En este tramo final de las eliminatorias sudamericanas, Bolivia se encuentra en una encrucijada sin margen de error. Los dos últimos compromisos —ante Colombia y frente a Brasil— no solo exigen rendimiento, sino resultados concretos. La aritmética de la esperanza es clara: sumar puntos es imperativo, pero no suficiente. El equipo nacional debe también mirar de reojo lo que ocurra con Venezuela, esperando que no sume, para mantener viva la posibilidad de acceder al repechaje y seguir peleando por el derecho de disputar la Copa del Mundo 2026. Es una instancia que no admite titubeos ni especulaciones técnicas: cada minuto será una negociación con el destino.

Los rivales, además, no ofrecen concesiones. Colombia, con su habitual intensidad en casa y la urgencia de asegurar su clasificación directa, será un adversario de máxima exigencia. Brasil, por su parte, llega con una motivación distinta pero igualmente poderosa: sus jugadores buscan consolidarse en un momento futbolístico óptimo que los acerque a la lista definitiva que Carlo Ancelotti deberá confeccionar para el Mundial. En ambos casos, Bolivia enfrentará selecciones que no solo juegan por puntos, sino por narrativas propias de grandeza. En ese contexto, la selección Nacional deberá encontrar no solo su mejor versión de juego, sino una convicción emocional que le permita competir desde la dignidad y la ambición.

Como es habitual en el ecosistema futbolístico boliviano, el inicio del trabajo de la Selección Nacional no escapa a las tensiones estructurales que impone el calendario doméstico. Las fechas del torneo por series entre semana, sumadas a los compromisos del fin de semana por el torneo paralelo, han generado una superposición que compromete la disponibilidad de varios convocados. El clásico cruceño, por ejemplo, se erige como un evento de alto voltaje competitivo y simbólico, cuya disputa pone en entredicho la presencia oportuna de jugadores como Moisés Villarroel y Henry Vaca en la concentración dirigida por Óscar Villegas. La Selección, en consecuencia, se ve obligada a negociar su planificación con los intereses inmediatos de los clubes, en una dinámica que revela las fisuras de coordinación institucional que aún persisten.

Este tipo de interferencias no solo afecta la logística del trabajo técnico, sino que erosiona la posibilidad de construir una identidad colectiva desde la preparación. Villegas, que busca imprimir un sello táctico y emocional en el grupo, se enfrenta a una realidad fragmentada, donde los tiempos del fútbol nacional no siempre dialogan con las urgencias del proyecto internacional. La falta de una sincronización efectiva entre el calendario federativo y el de la liga local no es un problema menor: es un síntoma de una estructura que aún no ha logrado articular sus prioridades. En ese contexto, cada sesión de entrenamiento perdida no es solo una oportunidad desaprovechada, sino una metáfora de las dificultades que enfrenta Bolivia para consolidar un proyecto competitivo en el escenario continental.

En este momento de definiciones, Bolivia se lanza al campo como quien escribe con tinta incierta sobre un papel que aún no revela su destino. Cada pase será una palabra, cada gol una frase que puede alterar el curso de una historia que parecía ya escrita. No hay certezas, solo convicciones. Como navegantes en una tormenta que no avisa, la Selección debe aferrarse al timón de la fe y al mapa de la estrategia, sabiendo que el mar puede abrirse o cerrarse sin previo aviso. Lo que está en juego no es solo un resultado, sino la posibilidad de seguir soñando. Porque en el fútbol, como en la vida, hay veces en que el coraje de intentarlo vale tanto como la victoria misma.

¡Vamos Bolivia que todavía se puede!

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