La primera encuesta electoral reconocida científicamente fue realizada en Estados Unidos en 1935 por el Instituto Gallup, que pronosticó, acertadamente, la victoria de Franklin Roosevelt en las elecciones de 1936. La firma, que se dedicaba a la novísima tarea de “medir la opinión pública” tuvo una muestra de 50.000 personas. La revista Literary Digest realizó otra encuesta con una muestra de 2,4 millones de personas, cuyos resultados daban a Alf Landon como ganador, pero sus predicciones fallaron. Así, la historia de las encuestas está llena de fallas gigantescas y de aciertos razonables.
En Bolivia, las primeras encuestas electorales se realizaron en el periodo 1982 – 1985, en el retorno de la democracia. Con la liberalización de la economía, la expansión de los medios privados y la explosión de partidos políticos, la medición de la intención de voto comenzó a tener mayor peso. Las encuestas fueron protagonistas (mediáticas) en todas las elecciones de la época de la democracia pactada y del Gobierno del MAS.
Según datos de Roberto Laserna, para las elecciones de 1989 se realizaron varias encuestas preelectorales y sondeos de opinión sobre los candidatos, en las que se adelantó que ningún partido reuniría la mayoría suficiente para ganar la elección. Cifras más, cifras menos, acertaron el triple empate del 89.
Las encuestas en las elecciones del 2002 y 2005 también difirieron bastante de los resultados oficiales. En 2002 ninguna encuestadora vaticinó el segundo lugar del MAS y el 2005 todos los sondeos fallaron en más de 20%, ya que daban al MAS entre un 30% y 36%, pero el partido de Evo Morales terminó sacando más de 53% de los votos.
En los comicios entre 2009 y 2014 las encuestas tuvieron un razonable margen de error y se acercaron a los resultados, al contrario que en las votaciones de 2005 y 2020, cuando se reportaron mayores diferencias entre el sondeo y el resultado final, de hasta 20%, según datos de la publicación Comicios Mediáticos, de la FES (2023).
Las encuestas de los comicios 2025 no mostraron nada nuevo en cuanto a estos antecedentes. El nivel de precisión estuvo dentro de lo previsto e incluso los datos finales del cómputo electoral mostraron que el trabajo de las encuestadoras se acercó a las tendencias finales, a excepción del PDC, que resultó beneficiado por una amplia gama de elementos difíciles de prever.
Sin embargo, el mundo virtual está arremetiendo contra las encuestas y las encuestadoras. Aquí hay dos problemas que se juntan. Primero, la falsa idea de que las encuestas tienen que “reflejar” el resultado final, porque si no, no son válidas. Segundo, la exagerada expectativa mediática que ha vuelto a las encuestas un evento de “prime time”.
También hay varios mitos construidos alrededor de las encuestas. La más común es decir “a mí nunca me han encuestado, ergo, las encuestas son falsas”. Algunos mitos refieren que las encuestadoras ponen en primer lugar al que paga más. Otras, que los sondeos están manipulados por el medio que las difunde. Hay quienes apuntan al Tribunal Electoral por dirigir los resultados. Ninguna de estas versiones tiene asidero.
Hay que entender las encuestas como un elemento más de la medición parcial, siempre incompleta, del estado de ánimo de cierto momento del proceso electoral. También hay que ver los datos más allá de las cifras que arrojan la primera pregunta, ‘referida a Si las elecciones fueran este domingo ¿Por quién votaría?’ En realidad, esta pregunta no debería comprenderse aislada del resto de las consultas que tiene una encuesta, y que, en realidad, son la parte más jugosa de este tipo de estudios. A decir: niveles de confianza, de desafección, temas de preocupación, seguridad del voto, y otros elementos.
Hay que recordar que las encuestas electorales nacieron con un objetivo y bajo un paradigma. Son un intento del positivismo de inicios del Siglo XX por dar certezas en torno a lo que se conoce como opinión pública y la sociedad de consumo (Mañaz Ramírez, 2004). Luego se amplió para fines cualitativos y se utilizó como parte de metodologías mixtas en todas las ciencias sociales. De ahí que sus alcances son siempre limitados.
El concepto mismo de opinión pública ha sido cuestionado y también sus diversas formas de medirlo. Las encuestas y sondeos, son, parafraseando a Giovani Sartori, una suma de opiniones desinformadas en las que más importa la pregunta “qué piensas sobre X” que “cuánto sabes sobre X”.
En el caso ya mencionado de Gallup y Literary Digest la clave del éxito no fue la cantidad de la muestra, sino la calidad. Gallup tomó una muestra probabilística, mientras que la revista envió su encuesta a millones de suscriptores y bajo una lista telefónica, lo que produjo mayor sesgo. Ojo que Gallup también falló estrepitosamente otras veces, porque las encuestas no son infalibles, ni tienen por qué serlo.
Por ello, en mi corto criterio, no tiene sentido plantear la prohibición de las encuestas o sancionar a las empresas y medios que lo hacen. Una elección no mejoraría sin encuestas. Son otros elementos los que hay que mejorar, como la educación ciudadana sobre el tema. Y claro, también buscar otros analistas.
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