De un tiempo a esta parte -ya va a ser un año- mi habitual gimnasia bancaria se ha convertido en un martirio que no se lo deseo a nadie, aunque en realidad me consuela saber que no soy el único en este país que sufre la alarmante escasez de dólares en el sistema financiero por más que el economista Luis Arce se empeñe en decir lo contrario, por activa o por pasiva, delegando esa ingrata labor a sus ministros.
La cosa tiene sus bemoles cuando desde el Banco Central se asegura que los bancos cuentan con cien mil millones de dólares en sus bóvedas y la Asociación de Bancos Privados (ASOBAN) tranquiliza a los ahorristas asegurando que la situación se normalizará en breve, lo cual dista mucho de ser real. Basta acercarse a la ventanilla de cualquier entidad financiera para constatar que los bancos siguen al pie de la letra el relato fantástico de un Gobierno perdido en la retórica populista de la industrialización sin saber qué tecla tocar. Y eso, amigo mío, es lo preocupante. Para continuar con la metáfora musical, el Gobierno del MAS arcista (el otro MAS es menos cada día que pasa), no halla la tecla, ni tiene piano ni pianista. Se trata de un desconcierto de pronóstico reservado que mantiene un tipo de cambio del boliviano en relación al dólar (6,96) mientras la divisa estadounidense se transa en el mercado paralelo hasta en 7,85 sin que la Autoridad del Sistema Financiera (ASFI) ponga orden en las casas de cambio dedicadas a la especulación financiera que, por cierto, es un delito.
El drama reside, sin duda, en la confusión política del Gobierno al considerar que la bolivianización de la economía pasa por la progresiva eliminación del dólar como divisa transaccional. La peregrina idea de abrazar el yuan, la moneda china, considerando que ésta será la primera potencia mundial un día de estos, es impropia de quien paga en dólares el precio millonario del combustible subvencionado por el Estado. Y no es necesario ir más allá. Pregúntele usted a su vecino, ese empresario agroindustrial o el importador de repuestos para vehículos o el comerciante gremialista de la Eloy Salmón, con qué moneda paga a sus proveedores. Trate, por ejemplo, de conseguir algún incauto que pague un alquiler o un anticrético en bolivianos.
El Gobierno lo sabe, es consciente de ello, pero siempre es mejor esconder la cabeza en la tierra como el avestruz. En esa estrategia, el MAS siempre se ha desempeñado de un modo magistral. Claro que una cosa es hacer malabarismos en el trapecio con la seguridad de que hay una red de seguridad -ese bendito colchón financiero del periodo de bonanza económica de 15.500 millones de dólares en reservas internacionales- y otra muy distinta es jugar con la plata de los bolivianos que mantienen una cuenta en moneda estadounidense porque les conviene, la necesitan o simple y llanamente, les da la gana. Resulta, mire usted lo que le digo, que una de las claves de un Estado de Derecho, reside en la garantía de las libertades individuales y los derechos colectivos, entre ellos un sistema financiero sólido y estable que permita a cada quien ahorrar con la seguridad de que nadie, mucho menos el Estado, le meterá mano a su platita bien habida. Por supuesto que los talibanes del progresismo latinoamericano saltarán exacerbados ante este alegato liberalista, pero ya me explicará usted cómo se puede lidiar con un Gobierno que si bien no miente tampoco dice la verdad y eso, sinceridad, es lo mínimo que se le debe exigir a un funcionario público.
Llegados a este punto, es bien cierto que la administración Arce se está esforzando en controlar la inflación-la más baja de la región-y busca reducir el déficit fiscal recurriendo a préstamos externos que, como usted sabe perfectamente, los carga el diablo. Si a ello agregamos la sensación de inquietante zozobra que transmite el gabinete económico y la constante guerra de guerrillas emprendida por el presidente Evo Morales empeñado en dinamitar los cimientos del Gobierno de su “leal” ministro de Economía y Finanzas, el resultado no es otro que una profunda depresión del ciudadano común que solo aliviará el perfecto analgésico del inminente carnaval. Quizás eso sea lo que necesitamos, un jolgorio masivo de petardos y diablada, cerveza y desenfreno, para abstraernos de una realidad agridulce. O tal vez, sería buena idea, al menos un ejercicio de honestidad, que el Gobierno nos explique la verdad de lo que está pasando con nuestra plata, dejándose de retórica socialista (falsa a todas luces) y sincerando la economía.
Al fin y al cabo, siempre es mejor un diagnóstico acertado de la enfermedad para atenderla adecuadamente que vender falsas esperanzas de recuperación basadas en proyectos, posibilidades, cálculos de probabilidades, proyecciones a mediano plazo y sueños delirantes que chocan con un cajero de banco con cara de póker que ya no sabe qué excusa argumentar para explicar que las instrucciones de la gerencia son muy claras: no hay dólares aunque los haya. Esta contradicción define perfectamente la situación de una política económica fundamentada en la recurrente negación del problema, creyendo que así no existe; ese error nos pasará factura, más temprano que tarde, y es muy probable que veamos las consecuencias a mediados de año.
Por cierto, y antes de que esta idea se diluya, no olvidemos que este 2024 es preelectoral y Luis Arce y cualquier eventual contendiente saben que el candidato capaz de aportar certidumbre a la economía, tiene ganado el ochenta por ciento de la elección; el veinte restante, hay que dejárselo a la política, la demagogia y el prebendalismo, tres prácticas habituales de nuestra historia que explican por sí mismas el fracaso del proceso de cambio, sus alternativas desde la oposición (sí, todavía respira) y el hartazgo ciudadano y usted ya sabe qué pasa cuando a uno le tocan el culo y la billetera.
//
//