Diciembre 20, 2025 -HC-

Los Ishida: el precio de ignorar la salud mental en Bolivia


Miércoles 24 de Septiembre de 2025, 9:45am






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Bolivia está de luto otra vez. Primero fue Hiroshi Ishida, rapero y poeta urbano que con apenas 29 años dejaba huella como Ocasional Talento. Meses después, su hermano Naoki, la voz de Explosión Cumbiera, partía también de manera abrupta. Dos muertes en una misma familia, dos jóvenes con futuro, dos talentos que ya no podrán seguir cantando. ¿Y nosotros? Seguimos callando ante la misma realidad: no sabemos cuidar a nuestros jóvenes, ni valorar sus dones, ni atender sus heridas emocionales.

La salud mental, una pandemia que no cesa. Los números son claros, aunque sigamos escondiéndolos bajo la alfombra. Según el Sistema Nacional de Información en Salud (SNIS-VE), en 2021 se registraron más de 69.000 casos de salud mental en Bolivia, principalmente por depresión y ansiedad. En Cochabamba, los diagnósticos de depresión se triplicaron entre 2020 y 2021. En Tarija, la tasa de personas que buscan ayuda duplica la media nacional.

Aún más alarmante: en los hospitales públicos se atendió a más de 34.700 personas con enfermedades mentales entre 2021 y 2025, y muchas de ellas fueron abandonadas por sus propias familias mientras estaban internadas. ¿Cómo no hablar de abandono cuando principalmente los padres, dejan solos a sus hij@s con sus madres?

Los intentos de suicidio en adolescentes y jóvenes crecen cada año. En Tarija, más de 50 casos se reportaron en apenas meses, la mayoría en jóvenes de 15 a 25 años. ¿Qué hacemos con esta información? Nada o casi nada. Seguimos creyendo que la depresión es “flojera” o que la ansiedad “se pasa”. Esa indiferencia mata.

Hay otro dato que no aparece en estadísticas oficiales, pero se siente en cada barrio: el abandono emocional. Padres que creen que dar techo y comida basta. Familias que nunca preguntan cómo está su hijo o hija, qué siente, qué le duele. Jóvenes que aprenden a reír en público y a llorar en silencio.

Cuando el talento se suma a la vulnerabilidad, la ecuación se vuelve aún más frágil. Hiroshi y Naoki no solo eran hijos o hermanos: eran portadores de arte, de identidad cultural, de futuro colectivo. Pero no basta con aplaudirlos en escenarios si detrás no tienen acompañamiento, escucha, apoyo real. El talento sin cuidado se desgasta, y la sociedad pierde más de lo que imagina.

Bolivia, es un país que no valora a sus artistas. Las artes y las culturas se celebran en discursos, pero se abandonan en presupuestos. No hay políticas públicas sólidas de apoyo a artistas emergentes. L@s que logran brillar lo hacen a pulso, con precariedad, sorteando indiferencia.

El caso de los Ishida revela esa contradicción: una comunidad que los despide con homenajes masivos, pero que en vida no les dio el soporte necesario. Esa es la verdadera tragedia. Valoramos más a los artistas cuando mueren que cuando luchan por sostenerse vivos.

¿Qué necesitamos cambiar? La respuesta no es simple, pero sí urgente. Bolivia no puede seguir tratando la salud mental como un lujo, accesible solo para quienes pueden pagar terapias y consultas privadas. Se requieren políticas públicas que garanticen servicios gratuitos, con profesionales formad@s y disponibles en todo el país. Porque mientras seguimos inaugurando obras de cemento e infraestructura, miles de jóvenes enfrentan depresión, ansiedad y adicciones sin recibir atención oportuna.

Al mismo tiempo, las culturas necesitan ser comprendidas no solo como entretenimiento, sino como un espacio vital de desarrollo humano. Los programas culturales deberían incluir un componente de apoyo emocional: becas, talleres, espacios de creación que no solo estimulen la producción artística, sino también el cuidado de la mente y del corazón de las y los artistas jóvenes. El arte no florece en el vacío, requiere contención, reconocimiento y acompañamiento.

Igual de importante es comenzar temprano: la educación emocional desde la infancia es una deuda pendiente. Enseñar a nuestras niñas, niños y adolescentes a hablar de lo que sienten, a reconocer los signos de la depresión o la ansiedad, a pedir ayuda sin temor al estigma, podría salvar vidas en silencio antes de que se conviertan en tragedia pública.

Y nada de esto tendrá sentido sin la corresponsabilidad de las familias y las comunidades. Ningún ministerio ni programa estatal podrá reemplazar la presencia de un padre, una madre o un hermano que escucha. El abandono emocional, aunque invisible, hiere tanto como el material. Una sociedad que no se hace cargo de cuidar a los suyos es una sociedad que se resigna a perderlos.

La muerte de Hiroshi y Naoki Ishida no puede quedar reducida a homenajes en redes sociales. Debe convertirse en un punto de inflexión. Un país que no protege a sus jóvenes está cavando su propio vacío. Si queremos honrar de verdad a los Ishida y a tantos otros que se han ido demasiado pronto, debemos dejar de normalizar el abandono y el silencio. Escuchar más, juzgar menos. Invertir en salud mental, no solo en obras materiales. Reconocer que el arte es vital y que detrás de cada talento hay un ser humano que necesita cuidado.

Bolivia no puede seguir perdiendo voces a cambio de indiferencia. La pregunta es si tendremos el valor de actuar antes de que el próximo nombre nos duela de nuevo.

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