Bolivia sigue revelando secretos de su pasado milenario, y esta vez lo hace desde las alturas de Caracollo, donde un templo silencioso, enterrado por siglos en la memoria de la tierra y de su gente, acaba de volver a la luz. El hallazgo del complejo templario de Palaspata, a más de 200 kilómetros de Tiwanaku, no es solo un descubrimiento arqueológico; es una puerta abierta para repensar cómo vemos nuestra historia, nuestro territorio y nuestras formas de organización social.
Tiwanaku no fue solo un sitio monumental en la orilla del lago Titicaca. Fue una civilización compleja, capaz de articular comercio, religión, arquitectura y simbolismo en una red que, como demuestra este nuevo descubrimiento, llegó mucho más lejos de lo que se creía. El templo de Palaspata no estaba ahí por azar: conectaba valles y altiplano, chicha y llama, cerámica y cosmos. Su ubicación estratégica sugiere que l@s tiwanacotas sabían muy bien cómo unir mundos.
Y aquí hay una lección contemporánea: en tiempos de fragmentación, racismo estructural y olvido del mundo indígena, este templo emerge como símbolo de conexión. Un punto de encuentro entre regiones y culturas, donde lo económico y lo espiritual no se contradecían, sino que se complementaban.
El hecho de que en el lugar se hayan hallado kerus —vasijas ceremoniales para beber chicha— nos recuerda que no toda política pasa por el papel y el decreto. En Tiwanaku, se sellaban alianzas y acuerdos comunitarios compartiendo rituales, alimentos y símbolos. Lo sagrado era también una herramienta de organización colectiva. ¿Qué pasaría si aprendiéramos de esa lógica integradora?
Este hallazgo fue posible gracias al trabajo del Dr. José Capriles, antropólogo de la Universidad Estatal de Pensilvania, en colaboración con los investigadores Sergio Calla Maldonado, arqueólogo boliviano y maestrante en la Universidad de Granada, Juan Pablo Calero, arquitecto, y Christophe Delaere, investigador de la Universidad Libre de Bruselas. Junto a ellos, trabajaron también autoridades locales, como el alcalde de Caracollo, Justo Ventura Guarayo, quien reconoció la importancia patrimonial y turística del descubrimiento.
También vale destacar el rol que juega la tecnología en este rescate del pasado. Gracias a drones, imágenes satelitales y fotogrametría, lo que estaba oculto —literalmente— a simple vista, hoy se hace visible. Pero más allá de los algoritmos y las reconstrucciones digitales, fue el conocimiento local y la sensibilidad territorial de los arqueólogos lo que hizo posible esta revelación.
El templo Palaspata no es solo una estructura erosionada: es una posibilidad. Una invitación a mirar con más profundidad nuestras montañas, nuestras rutas, nuestras fiestas y nuestros silencios. Ojalá esta vez el Estado y las comunidades vayan más allá del entusiasmo inicial y consoliden políticas sostenibles de conservación, participación y educación patrimonial. Que el templo no vuelva a dormir bajo el polvo de la indiferencia.
Tiwanaku nos sigue dando datos y cada descubrimiento nos confronta con una pregunta esencial: ¿qué estamos haciendo hoy, como sociedad, para merecer ese legado? Palaspata no solo nos muestra cómo vivieron nuestr@s ancestr@s, sino cómo podríamos volver a tejer un proyecto común desde la memoria, la cooperación y la espiritualidad compartida.
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