Abril 30, 2024 [G]:

Los gobiernos de gobiernos

Los gobiernos de gobiernos y no de estados tienden a menoscabar la democracia creando un desbalance que provoque adrede la constitución de nuevas élites privilegiadas.


Martes 3 de Octubre de 2017, 8:00pm






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En tiempos de gobiernos de gobiernos y no de estados, en los que presidentes no gobiernan estados llenos de pueblo sino gobiernos llenos de funcionarios sometidos a regímenes y obligados a pagar diezmos para mantener su cargo y así, como en las estafas piramidales, sostener la estructura monolítica de los gobiernos de los gobiernos, las democracias que no respetan los principios democráticos están dejando la enseñanza de que la política es para los listos y para los pícaros, a veces también para los cínicos y para los cobardes.

El hiperpresidencialismo boliviano no admite la alternancia y por el contrario impone la continuidad del caudillo, a costa de la legalidad y de la democracia, para cuidar la cueva y a la rosca que la habita. La fórmula, gastada pero nunca vencida, incluye la manipulación de masas y tiene nefastos —hasta brutales— ejemplos en la historia moderna de la humanidad.

Hay dos tipos de caudillos: por un lado, los que no ocultan sus intenciones y dan la cara por sus actos, exponiendo incluso sus estrecheces, y por el otro los que lanzan la piedra y esconden la mano, llegando al colmo de endosar a sus huestes el peso de decisiones o responsabilidades propias, como parte de una práctica que se ha hecho común entre demagogos a la hora de justificar lo injustificable, la ilegalidad con una pretendida legitimidad.

Con el lento pero seguro avance de la infame posverdad, sería de ingenuos pedirles —a unos caudillos y a otros— moralidad. Lo máximo exigible tendría que ser un poco de decencia. Un amigo mío me dijo algo tan sencillo como sabio, aunque pueda parecer obvio: “el que no tiene decencia va a producir una ideología (o va a tener una práctica política) indecente”.

A mi criterio, el mayor riesgo que corre una democracia (cualquiera, no solo la nuestra) es que caiga en manos de indecentes corruptos o demagogos; en tren de seguir clasificando, dividiremos a los indecentes (políticos) entre corruptos y demagogos. No hay que confundir el debate: aquí no se trata de ideologías porque, según me enseñó un buen demócrata, la verdadera democracia no es ni de izquierda ni de derecha, es “de derecho”.

Por supuesto que ese derecho no puede ser el “derecho humano” o la “soberanía popular” que alega el MAS en Bolivia para perpetuar en el poder a su caudillo pasando por encima de una mayoría de votantes que le dijeron No en un referéndum constitucional. Actitud, por cierto, nada descabellada considerando algunas maneras endémicas de los hiperpresidencialismos.

En vistas de la decadencia moral de la sociedad entera (no solamente de los susodichos), habrá que advertir que la batalla política de estos tiempos de gobiernos de gobiernos tiene una reserva de conciencia individual procurando remar contra la corriente de antivalores impuestos por corruptos y demagogos de rosca interesada en atornillar al caudillo en el poder.

Los gobiernos de gobiernos y no de estados tienden a menoscabar la democracia creando un desbalance que provoque adrede la constitución de nuevas élites privilegiadas. Esto —que a juzgar por la historia y por estos tiempos, ahora sabemos que no es privativo ni de neoliberales ni de neoindigenistas— está ocurriendo hoy en Bolivia.

La política necesita de personajes éticos para hacer democracia o, de lo contrario, esta se corrompe y deja de ser ella. Alguien con ética, por ejemplo, respeta los preceptos constitucionales y, así, jamás pensará en prorrogarse en su mandato más allá de lo que la Carta Magna se lo permite. Torcer el sentido de un artículo de la Constitución, o directamente desconocerlo para fines mezquinos, de partido, significa una falta grave a la democracia; significa pervertir la democracia. En democracias con gobiernos de estados llenos de pueblo no existe pretexto alguno para hacerlo, por más buena intención que se reclame.

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