Bolivia enfrenta una crisis de identidad profundamente arraigada, una crisis que no se limita solo a la concepción de lo que somos como nación, sino que se refleja en cada rincón de nuestra vida política, económica y social. En las últimas décadas, esta crisis ha sido alimentada por una lucha de clases feroz, impulsada por el régimen distorsionado del masismo, que ha fracturado aún más la ya delicada estructura social del país. Sin embargo, lo que hace más doloroso y complicado este proceso es una necesidad insaciable de imitar modelos foráneos, como si al calcar o tropicalizar las fórmulas, Bolivia pudiera transformar su realidad sin tener en cuenta sus propias particularidades.
El socialismo del siglo XXI, importado e impulsado por el gobierno de Evo Morales y continuado por Arce, ha profundizado la lucha de clases en Bolivia. A través de un discurso que se presenta como inclusivo y transformador, se ha intentado construir un proyecto de nación que, lejos de integrar y reconciliar, ha exacerbado las diferencias.
La polarización que ha generado el régimen masista ha llevado a la sociedad boliviana a un punto de fractura donde las identidades se han vuelto regionales, locales y hasta “surcofundistas”: los campesinos contra los urbanos, los indígenas contra los mestizos, los pobres contra los ricos. Este proceso de "exclusión inclusiva" ha generado una tensión constante que, más que acercar a los bolivianos, los ha distanciado aún más. La promesa de una Bolivia diversa e inclusiva se ha visto distorsionada por la imposición de un relato hegemónico.
En Bolivia hay una tendencia a mirar hacia afuera en busca de respuestas, como si nuestras soluciones tuvieran que venir desde otros países, como si las fórmulas que han funcionado en otras latitudes pudieran, por arte de magia, encajar en nuestra realidad. La derecha y la izquierda en Bolivia parecen estar atrapadas en este mismo vicio: en lugar de crear propuestas que respondan a nuestras necesidades, prefieren copiar ideas que construir las propias.
Un ejemplo claro de esta tendencia es la imitación de figuras como Javier Milei, el excéntrico presidente de Argentina. En Bolivia, algunos sectores de la derecha han tomado sus discursos económicos y políticos como una especie de manual a seguir, sin entender que lo que funciona en Argentina no necesariamente resolverá los problemas estructurales de Bolivia. Bolivia no es Argentina. No tenemos la misma estructura económica, ni las mismas condiciones sociales, ni las mismas dinámicas políticas. La idea de que una simple réplica de los discursos y políticas de Milei pueda transformar Bolivia en una nación próspera no es solo ingenua, sino peligrosa.
Esta tendencia a copiar sin cuestionar es un reflejo de una profunda crisis de pensamiento. Bolivia ha perdido la capacidad de pensar por sí misma, de crear un proyecto propio, y se ha rendido ante la idea de que las respuestas deben venir de afuera. Y no se trata solo de imitar a la derecha o a la izquierda: los sectores más cercanos al socialismo masista también han adoptado sin mayor cuestionamiento las recetas de otros países, desde el modelo venezolano hasta las políticas de corte progresista de los gobiernos europeos. Lo que tenemos, entonces, es un país en el que nos hemos olvidado de pensar en voz alta, de proponer y debatir lo que realmente necesitamos sobre la base de lo que somos.
Entonces, ¿qué hacer frente a esta parálisis? La respuesta está en recuperar nuestra capacidad de pensar en términos propios, en crear soluciones que respondan a las especificidades de Bolivia, como ejemplo: rescatar el Katarismo, La nación Camba y encontrar puntos de convergencia que permitan avanzar hacia un “Bolivianismo” que funcione. Tampoco es cuestión de rechazar toda influencia externa, sino de filtrarla y adaptarla, de tomar lo que sea útil, pero siempre teniendo en cuenta que Bolivia tiene su propia historia, su propia realidad.
La identidad nacional, más que un objeto estático, debe ser entendida como un proceso en constante evolución y profundización, una identidad dinámica, que sea capaz de integrar, entre si, nuestras tradiciones y nuestra historia y con las demandas del presente y del futuro.
La solución radica en construir una Bolivia que sea capaz de crear su propio modelo de desarrollo ligado a la marcha del mundo, el libre comercio y sin descuidar lo social, un modelo que reconozca nuestras diferencias, pero que no las conviertan en un obstáculo para avanzar juntos: “Porque, si odiamos a los ricos, por definición, nunca seremos ricos”. Necesitamos una alianza de clases, que rescate lo mejor de la izquierda y de la derecha, que promueva un proyecto de unidad que no sea excluyente, sino integrador, que reconozca nuestras diversas identidades pero que nos una bajo un solo objetivo: la prosperidad y el bienestar de todos los bolivianos, sin distinciones. Bajo una sola bandera – la nuestra – debemos construir una nación unida, con un patriotismo que no sea un grito vacío, sino un compromiso profundo con el futuro del país.
“Sin Bolivia no somos nada, por Bolivia somos todo”
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