La política boliviana se encuentra en una encrucijada. Aunque el Movimiento al Socialismo (MAS) conserva una base electoral significativa, su fragmentación interna, el desgaste de su hegemonía y las divisiones entre el “evismo” y el “arcismo”, muestran que el dominio caudillista de Evo Morales ha entrado en su fase terminal. Sin embargo, el peligro que representa Morales no ha desaparecido: su llamado al voto nulo en las elecciones presidenciales, es parte de una estrategia calculada para erosionar la legitimidad de cualquier nuevo gobierno que no lo incluya. En este escenario, la teoría de juegos ofrece un lente poderoso para comprender las dinámicas de poder y las posibilidades de acción racional.
Desde la perspectiva de los juegos cooperativos con coaliciones, el sistema político actual puede representarse como una partida entre tres jugadores principales: a) Evo Morales y el evismo radical que actúa como jugador disruptivo y debe ser, prácticamente, eliminado; b) Samuel Doria Medina, que representa a las corrientes tecnocráticas y empresariales con capacidad organizativa y mensaje institucionalista; y c) Jorge Quiroga, quien encarna la experiencia política liberal, con peso internacional y visión de Estado.
En esta configuración, se evidencia un juego de cálculo para erosionarse mutuamente, en el cual los jugadores, también pueden formar alianzas para maximizar sus resultados. La opción más racional, desde una lógica estratégica, es la “coalición dos contra uno”, entre Doria Medina y Tuto Quiroga para enfrentar y neutralizar el riesgo sistémico que representa Morales.
La teoría de juegos sugiere que en situaciones donde un actor es irracional, disruptivo o sistémicamente dañino (como el papel asumido por Evo Morales), los otros jugadores tienden a formar alianzas estratégicas defensivas. Este fenómeno se denomina “equilibrio cooperativo” dentro de los juegos de coalición: los jugadores A y B cooperan para evitar que el jugador C imponga un resultado inestable o perjudicial para el sistema.
En este caso, Doria Medina y Quiroga tienen grandes diferencias ideológicas, pero ambos defienden el pluralismo, el modelo republicano y la recuperación institucional. Evo Morales, en cambio, representa una amenaza estructural: busca destruir el sistema desde adentro, desacredita las reglas democráticas y alienta el sabotaje electoral (voto nulo) como forma de insurgencia que tiene que ser erradicada.
La alianza táctica entre Doria Medina y Quiroga podría articularse como una forma de “democracia pactada de nueva generación”, con un nuevo pacto de gobernabilidad que no renuncie a la competencia, pero que reconozca la necesidad de excluir a quien ha demostrado ser un “cáncer terminal” para el sistema.
En la historia política boliviana, la democracia pactada ha sido muchas veces objeto de desprecio, sobre todo por parte del discurso populista que la tildó de elitista y excluyente. Sin embargo, como lo demuestra la teoría de juegos, los pactos no son sinónimo de debilidad, sino de racionalidad estratégica, frente a escenarios de fragmentación y amenazas comunes.
Hoy, revivir una fórmula de pacto institucional —basada, no solamente en la aritmética electoral, sino en la necesidad de reconstruir reglas del juego comunes— puede ser la única vía para neutralizar al evismo y garantizar una transición política viable después del 17 de agosto de 2025.
Evo Morales ya no tiene la fuerza que alguna vez concentró, pero conserva un poder destructivo significativo. Desde su visión antidemocrática, Morales jamás aceptó ser parte de un juego con reglas compartidas. Su meta siempre fue destruir el tablero, y ahora, al borde del ocaso, busca arrastrar consigo al sistema que lo engendró.
En consecuencia, ¿por qué las encuestas prelectorales ya no son útiles? Porque el juego se define en el campo estratégico. Las encuestas muestran un debilitamiento del MAS, pero eso no equivale a una derrota política automática. Las encuestas son artefactos inestables, con sesgos metodológicos y manipulaciones. En la práctica, lo que define el juego es la estrategia de los actores reales, su capacidad de articular coaliciones y ofrecer un horizonte político viable.
Morales apuesta al desgaste, abstencionismo y apela a la anomia. Su discurso sustenta la deslegitimación anticipada. Por eso, el verdadero desafío para los actores democráticos, no es únicamente ganar elecciones, sino tener legitimidad estratégica, cohesionando a la mayoría ciudadana alrededor de un nuevo pacto de gobernabilidad nacional.
La solución duradera radica en destruir al destructor, pero dentro del juego democrático. La historia política boliviana está en un momento de inflexión. El sistema puede demoler a quien quiso destruirlo, pero eso requiere inteligencia estratégica. La fórmula dos contra uno, entre Quiroga y Doria Medina —aunque no sea una alianza formal— representa una convergencia racional, orientada a contener y aislar al evismo, hasta su extinción política definitiva.
No se trata de negar la competencia entre los actores políticos, sino de reconocer que el juego requiere un marco compartido. La política no es solo lucha, también es cálculo. Y en ese cálculo, la única salida sostenible pasa por restablecer los pactos como base de una democracia renovada. Porque Evo Morales no será derrotado por el autoritarismo, sino por la racionalidad del juego democrático, pero bien jugado.
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