Septiembre 10, 2025 -HC-

Desde las nubes, Bolivia grita presente


Miércoles 10 de Septiembre de 2025, 7:15am






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En la cúspide de los Andes, donde el oxígeno se torna privilegio y la pelota desafía la gravedad, Bolivia ha escrito una página que no pertenece únicamente al deporte, sino a la mitología contemporánea. El 1-0 sobre Brasil en El Alto no fue un simple resultado: fue una epifanía nacional, una irrupción de lo improbable en el tejido de lo real, una sublevación de lo periférico contra el canon futbolístico sudamericano.

Miguel Terceros, con la serenidad de quien comprende el peso de la historia, ejecutó el penal que fracturó la hegemonía de una selección pentacampeona. No fue un disparo: fue un manifiesto; a los 4.150 metros sobre el nivel del mar, donde incluso las certezas se tambalean, Bolivia se erigió como el epicentro de una revolución simbólica.

Brasil, bajo la égida de Carlo Ancelotti, llegó con la arrogancia de quien presume invulnerabilidad. Pero en El Alto, la altitud no perdona la soberbia. La Verde, con una defensa estoica y un pueblo que rugía como si cada aliento fuera un voto por la eternidad, resistió los embates de una escuadra que, por momentos, parecía más extraviada que dominante.

La clasificación al repechaje no es simplemente un boleto: es una vindicación histórica. Desde la lejana participación en Estados Unidos 1994, Bolivia ha transitado el desierto de la irrelevancia futbolística. Hoy, ese tránsito encuentra su oasis en un triunfo que no solo elimina a Venezuela, sino que redefine el mapa emocional del continente.

Este partido no se jugó únicamente en el césped. Se disputó en la memoria de generaciones que han visto al fútbol como un espejo de sus propias luchas. Se jugó en las venas de los que ascendieron a El Alto no por turismo, sino por fe. Se jugó en cada niño que, al ver a Terceros batir a Alisson, entendió que la geografía no es destino, sino herramienta.

Bolivia no venció a Brasil. Bolivia venció al determinismo. Y en ese acto, se convirtió en algo más que un equipo: se convirtió en símbolo.

El primer tiempo fue una sinfonía de tensión contenida, donde cada pase parecía medir el pulso de una nación expectante. Bolivia, lejos de amilanarse ante el peso histórico de su rival, tejió con sobriedad una estrategia de contención y sorpresa. El momento culminante llegó con el penal ejecutado por Miguel Terceros, una acción que condensó la audacia de lo inesperado y la precisión de lo irrevocable. Ese gol no fue solo una ventaja en el marcador: fue una ruptura epistemológica en el relato tradicional del fútbol sudamericano, donde el débil, por una vez, dictó las reglas del juego.

En la segunda mitad, el partido se transformó en una prueba de carácter. Bolivia, consciente de que el tiempo era tanto aliado como amenaza, se aferró a su ventaja con una perseverancia casi estoica. Brasil, con su habitual despliegue técnico y su linaje de respeto, presionó con intensidad creciente, pero se encontró ante una muralla emocional y táctica. La Verde no solo resistió: sublimó la resistencia en virtud. Cada despeje, cada cierre, cada segundo ganado fue una afirmación de que la voluntad puede desafiar incluso a los más consagrados.

En medio de la derrota brasileña, emergió una figura que merece mención aparte: Alisson Becker. El arquero del Liverpool fue, sin ambages, el sostén de la dignidad de su equipo. Sus intervenciones —sobrias, felinas, casi proféticas— evitaron que el marcador se inclinara aún más hacia la epopeya boliviana. En un escenario hostil y ante un público que rugía con la fuerza de la altitud, Alisson se mantuvo imperturbable, recordando que incluso en la caída, hay gestos que ennoblecen al vencido.

Mientras El Alto vibraba con cada latido del balón, en los hogares bolivianos también se seguía con febril atención el desenlace del duelo entre Venezuela y Colombia. La goleada 6-3 de la Tricolor en Maturín, con un histórico póker de Luis Suárez, selló la eliminación de la Vinotinto y colocó a Bolivia en la antesala del repechaje. Pero lejos de ser un alivio, el resultado colombiano intensificó la presión sobre los jugadores bolivianos, que sabían que la clasificación dependía exclusivamente de su temple. Y fue precisamente esa carga emocional la que se transmutó en energía: una fuerza invisible que recorrió el césped y se encarnó en cada despeje, cada cierre, cada mirada de concentración. En ese contexto, Carlos Lampe se erigió como centinela de la esperanza. El arquero, con su habitual sobriedad y reflejos de acero, supo estar a la altura —literal y simbólicamente— de una noche que exigía más que talento: pedía carácter.

El repechaje rumbo al Mundial 2026 se disputará en la ventana FIFA comprendida entre el 23 y el 31 de marzo de ese año, en territorio mexicano, específicamente en las ciudades de Monterrey y Guadalajara. Bajo un formato renovado por la FIFA, seis selecciones de distintas confederaciones se enfrentarán en un mini-torneo que reemplaza las tradicionales series de ida y vuelta. Bolivia, ya clasificada como séptima de Sudamérica, deberá medirse en una llave que incluye una semifinal entre los equipos de menor ranking FIFA; el vencedor avanzará a una final contra una selección mejor posicionada. Solo los dos ganadores de esas finales obtendrán los últimos boletos al Mundial, en un certamen donde cada partido será una sentencia y cada error, una posible despedida.

La victoria ante Brasil y la clasificación al repechaje no deben entenderse como un punto de llegada, sino como el inicio de una travesía más exigente, más profunda, más reveladora. Bolivia ha demostrado que, cuando la convicción supera al escepticismo y el esfuerzo se convierte en identidad, incluso los gigantes pueden ser desafiados. El camino hacia el Mundial aún es arduo, pero hoy la selección ha encendido una llama que trasciende lo deportivo: una esperanza colectiva que une generaciones, regiones y sueños. Que esta gesta no se diluya en la euforia pasajera, sino que se convierta en cimiento de un proyecto serio, sostenido y ambicioso. Porque cuando un país cree en sí mismo, hasta la altitud parece quedarse corta frente a la altura de sus aspiraciones.

¡Vamos Bolivia carajo, que todavía se puede!

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