Este año se celebrará el XVIII Congreso Ordinario Nacional de la Central Obrera Boliviana (COB) se llevará a cabo del 5 al 10 de octubre en la ciudad de Cobija, con la participación de delegados de todo el país. La Central Obrera Boliviana (COB) ha atravesado una evolución marcada por tensiones internas, cambios políticos y desafíos de representatividad en los últimos años, aunque en sus credenciales sigue representando la defensa de los derechos laborales, la soberanía nacional y los recursos naturales, pero lo evidente es que existe una crisis, ya no es el bloque monolítico que fue en el pasado. Está profundamente dividida en facciones, principalmente entre alineados al oficialismo del MAS (Movimiento al Socialismo) y sectores críticos u opositores. Esto se debe a la compleja relación con el gobierno, que cooptó a varios sectores con concesiones y cargos públicos.
Por problemas políticos e ideológicos perdió autonomía, Independencia y capacidad de movilización como solía ocurrir antes, que paralizaba el país con bloqueos y huelgas generales. También se puede mencionar la falta de renovación por la existencia de una brecha generacional, los jóvenes trabajadores no se sienten representados por una dirigencia envejecida y con métodos de lucha percibidos como obsoletos por consunción.
La renovación también atinge a la tesis política que es un tema de debate en el contexto político y social de la Bolivia actual. Algunos argumentan que sus postulados, que tienen sus raíces en el sindicalismo clásico y la izquierda tradicional, pueden ser percibidos como anacrónicos frente a las complejidades de la economía globalizada, la revolución digital y los nuevos movimientos sociales. La Tesis de Pulacayo aprobada en 1946 por la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), es claramente marxista, y más específicamente, tiene una fuerte orientación trotskista, se basa en los principios del marxismo revolucionario, por su análisis de clase: reconoce a Bolivia como un país capitalista atrasado, dependiente y de economía combinada donde el proletariado minero debe asumir el rol de vanguardia en la lucha política y la revolución permanente para países semicoloniales como Bolivia,
La teoría de la centralidad proletaria es objeto de debate y reflexión en la actualidad, especialmente en contextos latinoamericanos donde las luchas sociales mantienen una fuerte presencia, aunque el concepto clásico —que ubica al proletariado como el sujeto revolucionario por excelencia— ha sido cuestionado en su vigencia. La realidad social ha cambiado. Hoy se reconoce que la clase trabajadora ya no se limita al obrero industrial, sino que incluye trabajadores informales, precarios, migrantes, cooperativas y pueblos indígenas, en un contexto de la automatización y la globalización. Esto ha llevado a que algunos movimientos cuestionen si el marxismo tradicional sigue siendo suficiente para explicar sus luchas, estamos en un proceso de reconfiguración teórica y práctica.
Las tesis críticas al marxismo clásico que cuestionan la centralidad del proletariado como sujeto exclusivo de transformación social, más aún por el problema del colonialismo persistente en el país, surgen en el siglo pasado con Zavaleta al igual que Mariátegui que definen como punto neurálgico la figura y el protagonismo del indígena en una identidad clasista obrera y campesina. Tanto para el primero como para el segundo, el indígena representa esa fuerza política necesaria para llevar a cabo la revolución en países históricamente colonizados. En Zavaleta es la revolución nacional y en Mariátegui es la revolución socialista. Ambas estrategias pensadas desde el indigenismo marxista de izquierda del siglo XX. Sin embargo, estas ideas - en la real politik - recalan en un autoritarismo como bien lo demuestra la historia de la ex URSS, Cuba y recientemente Venezuela y Nicaragua.
Desde la misma vertiente ideológica brota el socialismo del siglo XXI y la bitácora de giro a la izquierda de algunos países latinoamericanos, entre estos Bolivia con el MAS, dan pábulo a la predica ideológica Garcia Linerista que bajo la apología de la contradicción capital / trabajo se propuso recalentar la idea de indianizar el marxismo, algo que ya había propuesto Ramiro Reynaga el año 1972 cuando era marxista en transición al indianismo y lo publicó en “ideología y raza en América latina” que en resumidas cuentas es un indigenismo de mescolanza estrambótica y coartada teórica. La contradicción aparece cuando el marxismo ignora o subordina la lucha indígena a las estadolatrías del gobierno del MAS. La lucha “indígena” lo subsumen dentro de la lucha de clases, sin reconocer su dimensión colonial, visión de la naturaleza, la vida, el ser humano y lo espiritual. Desde esta perspectiva, la diversidad de las culturas constituye el alma de una civilización. Mientras que la civilización se expresa en obras materiales y sistemas sociales, el “indígena” en su devenir histórico se reconfigura como indo-mestizo y es el verdadero sujeto revolucionario, porque su lucha no es solo socioeconomico, sino de civilización, desafía al marxismo a descolonizarse, a abrirse a otras formas de entender la opresión y la liberación
Lo anterior, nos plantea una tensión profunda entre dos grandes marcos teóricos: el marxismo clásico y las teorías del colonialismo interno, donde el Estado-nación o plurinacional reproduce una lógica colonial hacia sus propios pueblos originarios, es un colonialismo intranacional. Además, horada el eurocentrismo como la egida universal de jerarquización cultural, centro de la historia, el conocimiento, la civilización y el progreso, sin ignorar la existencia de las diferencias de corrientes de pensamiento como la escuela austriaca de economía o la de Popper que en “La miseria del historicismo” hace una defensa de la libertad y la sociedad abierta frente a las ideologías totalitarias que pretenden poseer un conocimiento absoluto del futuro de la humanidad.
Por ultimo, es importante citar a Leopoldo Zea, filósofo mexicano, que sostiene en su tesis central que los problemas particulares de América Latina deben entenderse como parte de los problemas universales de la filosofía, y que la filosofía latinoamericana tiene el derecho y el deber de pensar desde su propia realidad histórica y cultural.
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