Septiembre 30, 2025 -HC-

¡Llora como mujer lo que nunca supiste defender como un hombre!


Lunes 29 de Septiembre de 2025, 9:45am






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La célebre frase “Lloras como mujer lo que no has sabido defender como un hombre”, proviene de la tradición histórica y literaria en torno a la caída de Granada en el año 1492, último bastión del reino nazarí en la península ibérica. Se atribuye a Aixa, madre de Boabdil, el último rey moro de Granada, quien al ver a su hijo derrumbarse tras entregar la ciudad a los reyes católicos, le habría reprochado su debilidad con esas palabras. Desde entonces, la sentencia se convirtió en una metáfora de derrota, cobardía y deshonor.

Salman Rushdie recupera y reelabora esta expresión en su novela El último suspiro del moro (1995), obra donde mezcla historia, mito y crítica cultural para hablar del ocaso, la pérdida y la traición de ideales. En la novela, la frase funciona como un eco de decadencia, una advertencia de cómo el poder que se derrumba suele justificarse en lamentos tardíos, en lugar de asumir la responsabilidad de haber defendido lo que tenían. Rushdie usa aquella frase para mostrar la fragilidad de los grandes relatos, la corrupción del poder y la tragedia de quienes, como Boabdil, dejan escapar la grandeza entre las manos.

Así, en el libro de Rushdie, la frase no es solamente un reproche íntimo, sino un símbolo universal de “retroceso político y moral”. No habla únicamente del fin del reino de Granada, sino de todo liderazgo que, por cobardía, mediocridad o traición, no supo estar a la altura de la historia.

La misma frase caracteriza a la imagen de Luis Arce, otrora presentado como el “arquitecto del milagro económico”; sin embargo, ahora se derrumba bajo el peso de su propia mediocridad y miedo. Su liderazgo es la viva expresión de un Estado degradado, sin rumbo y sin grandeza. La frase de la historia —“Llora como mujer lo que no supiste defender como un hombre”— adquiere aquí un giro lapidario: Arce debería llorar como una mujer lo que nunca supo defender con la debida valentía: la dignidad de la Nación, la administración correcta de un Estado eficiente, el cambio de rumbo económico cuando estaba a tiempo y el manejo transparente de los recursos del gas que fueron el sustento del país.

El colapso de la economía hidrocarburífera en Bolivia no es una sorpresa, ni una fatalidad. Fue un secreto a voces, un dato técnico que Arce conocía desde hace años, pero que prefirió no enfrentar, sino maquillar con la obsesión populista, ocultando cifras, manipulando discursos y vendiendo espejismos. La verdad, tarde o temprano, se impone: no hay reservas, no hay ingresos, no hay modelo. Queda la carcasa de un Movimiento Al Socialismo (MAS) que en su hundimiento arrastró a todo un país, mientras sus asesores —tan mediocres como el líder que siguen— se refugiaron en la propaganda de izquierda barata y el clientelismo, especialmente el Ministerio de la Presidencia, de Defensa, Servicios y Obras Públicas, el Viceministerio de Comunicación, el Ministerio de Hidrocarburos y todo YPFB. No reajustar el precio del dólar, ni suspender la subvención de los hidrocarburos porque “los sectores prebendales le quitarían el voto al MAS”.

La política bajo Arce fue un ejercicio vacío, un ritual sin fuerza ni horizonte. Gobernar se volvió sinónimo de administrar miserias y culpas heredadas, de improvisar en medio del naufragio, de sostener a un partido, destruido por dentro y corroído por la pugna de caudillos sin proyecto. El MAS ya no es una maquinaria de poder, sino un partido fracasado. Su debacle es su epitafio. Arce no hizo el menor esfuerzo para fortalecer al partido, pues únicamente quiso quedarse con la sigla que, finalmente, no sirvió para nada.

Y como si el deshonor político no bastara, emergió la crisis doméstica que termina por desnudar al presidente más inútil de la historia en el siglo XX y XXI. Sus propios hijos están envueltos en denuncias de enriquecimiento ilícito, negocios turbios e incluso violencia, lo cual refleja un hogar que nunca conoció la rectitud. Un líder incapaz de sentar las bases de una familia decorosa, menos aún puede sentar o cuidar las raíces de una nación justa. La vergüenza íntima se convierte en la metáfora perfecta de la vergüenza pública: la crisis política de Arce, es también la crisis moral de su casa.

En el espejo de la historia, quedará como aquel que llorará —no por la grandeza perdida— sino por lo que nunca supo defender: ni el gas, ni el Estado, ni siquiera la dignidad mínima de un hombre como jefe de familia.

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