Diciembre 28, 2025 -HC-

Cambiar el rumbo: estabilidad, producción y dignidad como nuevo modelo de país


Domingo 28 de Diciembre de 2025, 10:00am






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El Decreto 5503 marca el inicio de un nuevo modelo de país. Un modelo que deja atrás el Estado que bloquea, distorsiona y empobrece, y da paso a una economía que vuelve a poner a la gente en el centro. Con estabilidad macroeconómica, protección social y reglas claras para producir e invertir, Bolivia empieza a cambiar de rumbo.

El Decreto 5503 es el punto de partida de un nuevo modelo de país. Un modelo en el que, por primera vez en mucho tiempo, la gente vuelve a estar en el centro de las decisiones económicas y de las políticas públicas. No como consigna vacía, sino como criterio rector. No como discurso, sino como estructura concreta de acción del Estado .

Bolivia venía de una crisis profunda, no solo económica, sino moral e institucional. Un país atrapado en un “Estado tranca”, donde la burocracia, la corrupción y la discrecionalidad habían reemplazado al servicio público. El resultado es conocido por todos: escasez de combustibles, inflación que golpeó con más fuerza a los hogares más pobres, pérdida acelerada de reservas internacionales, destrucción de la confianza y un Estado que dejó de cumplir su contrato social básico. Este decreto no maquilla esa realidad: la reconoce, la nombra y actúa en consecuencia.

El país que proyectamos a partir de este decreto es uno que entiende que estabilidad macroeconómica y justicia social no son objetivos opuestos, sino complementarios. No hay política social sostenible sin estabilidad, y no hay estabilidad legítima si no protege ingresos, empleo y dignidad. Por eso, las medidas de estabilización financiera y monetaria van de la mano de un escudo social claro: incremento de la Renta Dignidad, fortalecimiento del Bono Juancito Pinto y la creación de transferencias extraordinarias focalizadas en los sectores más vulnerables. Aquí no hay ajuste ciego: hay priorización.

Este nuevo modelo también redefine la relación entre el Estado y la producción. Se abandona la lógica del control asfixiante y se apuesta por la confianza regulada. Se eliminan autorizaciones innecesarias, se introduce el silencio administrativo positivo, se crean ventanillas únicas y se establecen plazos claros. El mensaje es simple pero potente: el Estado deja de ser un obstáculo y pasa a ser un facilitador. Producir, invertir y trabajar formalmente vuelve a tener sentido.

En el

�mbito económico, el decreto sienta las bases de un capitalismo para todos. No un capitalismo de privilegios, rentas y contactos, sino uno basado en reglas claras, competencia, seguridad jurídica y previsibilidad. La promoción de inversiones estratégicas, con contratos estables y mecanismos de resolución de controversias, apunta a reinsertar a Bolivia en los circuitos internacionales de financiamiento y producción. Sin dogmas, sin complejos, pero con soberanía inteligente.

Un aspecto central del país que proyectamos es la recuperación de la racionalidad fiscal y energética. Se ordena el sistema de precios de los combustibles, se eliminan distorsiones que alimentaban el contrabando y se protege al consumidor durante un periodo de transición. Se reconoce que los subsidios mal diseñados no son política social, sino un drenaje regresivo de recursos públicos. La equidad no se construye con precios falsos, sino con ingresos protegidos y servicios eficientes.

Este decreto también es una señal ética. La regularización y repatriación de capitales no es un perdón generalizado ni una amnistía moral: es una herramienta económica excepcional, con exclusiones claras para delitos graves y con un objetivo explícito de fortalecer la liquidez, la inversión y las reservas. Se apuesta por traer recursos a la formalidad, no por premiar la ilegalidad.

El país que emerge de este decreto es uno que vuelve a planificar, pero sin imponer; que regula, pero con razonabilidad; que protege, pero sin asfixiar. Un país que entiende que el crecimiento no se decreta, pero sí se habilita. Que la confianza no se exige, se construye. Y que la política económica, cuando pone a la gente primero, deja de ser una amenaza y vuelve a ser una herramienta de futuro.

Este decreto no es el final del camino. Es el inicio. Pero es, sobre todo, un cambio de dirección. Y en un país que llevaba años avanzando hacia el precipicio, cambiar de rumbo ya es, en sí mismo, un acto de responsabilidad histórica.

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