Noviembre 16, 2025 -HC-

La derrota de la juventud: Bolivia y el eterno retorno


Domingo 16 de Noviembre de 2025, 7:45am






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Bolivia perfeccionó un arte singular: hacerle creer a cada generación que será la última generación engañada. Un país que fabrica esperanzas con la misma técnica con la que fabrica escándalos: rápido, sin garantías y con menjunjes de dudosa procedencia.

Desde el “viva el movimiento, gloria a Villarroel…” del 52 hasta el “capitalismo para todos” de Rodrigo Paz —que suena sospechosamente a capitalismo para los mismos de siempre—, la juventud boliviana ha sido tratada como un recurso renovable: siempre disponible, siempre manipulable, siempre descartable.

La promesa se repite como sílabas, palabras o frases sagradas  gastadas y de paso rearticuladas: Una de la más célebre fue “Bolivia se nos muere”, que permitió dar paso al decreto 21060 y la relocalización de miles de mineros, luego vino el optimismo: “Bolivia, país de ganadores”, “Gobierno de ciudadanos” y el que ahora  escuchamos hasta el hartazgo: Bolivia, Bolivia, Bolivia, Bolivia, Bolivia, Bolivia…La traducción real: usarlos mientras dure su efecto.

El eterno (retorno) reciclaje de relatos

Bolivia nunca inventó una ideología nueva; simplemente recicló sus viejas obsesiones con nuevos colores. El estatismo de Evo Morales no fue más que un renacimiento  del 52 con estética andina y narrativa épica. El neoliberalismo de los noventa tampoco innovó demasiado: maquilló la desigualdad con slogans globales (Nueva política económica, liberalización del mercado, exportar o morir)  y la exhibió como símbolo de progreso. ¿Y las dictaduras? bueno, ellas ni siquiera pretendieron ser creativas: Orden, Paz y Trabajo (Banzer), Gobierno de Reconstrucción Nacional, (García Meza)

Hoy llega Rodrigo Paz Pereira, jurando con la santísima trilogía —“Dios, patria y familia”— como quien invoca tres garantías extendidas para un proyecto que ni él parece terminar de creerse. Se pregunta la ideología no da de comer  ¿acaso el capitalismo no es ideología? Habla del capitalismo como un sacerdote habla del más allá o quizá del más acá: con fe absoluta, sin pruebas y con la convicción de que los demás deben aplaudir.

Describe al Estado como “una cloaca”.
Y, sin embargo, ahí lo ves: sentado en el inodoro.

Un mundo feliz, versión Bolivia

Aldous Huxley en su novela distópica, Un mundo feliz, imaginó un mundo donde los ciudadanos eran programados desde niños para repetir consignas y amar su propia servidumbre. Lo que él escribió como una sociedad imaginaria con características opuestas a la utopía; el MAS lo convirtió  en malla curricular.

En Bolivia ni siquiera necesitamos un régimen sofisticado: bastó con un puñado de reformas educativas contradictorias, un sistema universitario capturado por feudos políticos y, ahora, una generación entera criada por TikTok. La fórmula es letal: una juventud incapaz de sostener una idea compleja es una juventud perfectamente gobernable.

Los algoritmos ya entendieron lo que los gobiernos aprendieron tarde:
si distraes a una sociedad lo suficiente, jamás tendrá tiempo para preguntarse quién tomó decisiones por ella.

De ahí que cada ciclo político encuentre jóvenes listos para emocionarse con el relato de moda: como se emocionaron con Evo, Jeanine y ahora Rodrigo o quizá se cuestionan ¿qué serie es la mejor?, ¿Cómo hago para que mi meme tenga más likes? ¿De qué manera me entretengo con mi celular? ¿Cómo logro quedarme en la casa de mis padres para que me mantengan? ¿Quiero el éxito rápido y con el menor esfuerzo?

Los pititas creyeron estar inaugurando la República de la meritocracia; los masistas de primera hora creyeron estar protagonizando una revolución anticolonial. Ambos terminaron descubriendo que la historia se escribe desde unas pocas oficinas con aire acondicionado.

La batalla cultural: nadie gana, todos posan y pasan

Gramsci hablaba de hegemonía cultural. En Bolivia, la “hegemonía” parece más bien un catálogo de disfraces. Aquí todos dicen luchar por la batalla cultural mientras compiten para ver quién cita peor a Gramsci, ¿o a Laje?

La izquierda habla de colonialismo mientras firmaba contratos extractivistas.
La derecha habla de libertad mientras jura por Dios y la familia. Y pone al ratón a cuidar el queso.
El centro habla de diálogo mientras redacta pactos que nadie cumple.

Entre tanto ruido, la juventud no debate: repite. No cuestiona: comparte. No construye: posa. No se queda: pasa

La derrota (silenciosa, barata y repetida)

La derrota de la juventud no llega como un golpe de Estado.
Llega como un like.
Como una beca que nunca se concreta.
Como una fila eterna frente a un ministerio donde nadie te conoce, pero todos te piden que “vuelvas mañana”. En fin: Una fila en alguna embajada para largarte del país.

Es una derrota en cuotas, sin épica y sin gloria.
Una derrota transparente, casi higiénica: no duele de golpe, solo va desgastando.
Se instala cuando un país normaliza que los jóvenes sean decorado electoral, carne de campaña y fuerza de choque, pero jamás arquitectos del Estado que dicen querer transformar.

Cada gobierno promete el futuro, pero administra el pasado.
Cada generación se entusiasma, pero termina heredando la misma silla rota.
Y Bolivia continúa haciendo lo que mejor sabe: decepcionar sin sorprender.

Porque la derrota no es un accidente.
No es coyuntural.
Es un mecanismo de poder, una técnica perfeccionada a lo largo de décadas: prometer, ilusionar, usar y desechar.

La verdadera tragedia no es que la juventud sea derrotada.
La tragedia es que ya aprendió a convivir con esa derrota, a aceptarla, a normalizarla.

Y cuando un país logra que sus jóvenes asuman la resignación como destino,
cuando consigue que la frustración parezca parte natural de la adultez,
cuando transforma la esperanza en un trámite…

Entonces sí:
la derrota ya no es de la juventud.
Es de toda la sociedad.
Y esa, la más silenciosa, es también la más irreparable.

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