Mayo 12, 2025 -HC-

La república del NO


Martes 23 de Agosto de 2022, 11:00am






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“No, no, no y no…”, esa suele ser la respuesta de los hoy llamados oposición, es increíble cómo han generado la capacidad para oponerse a todo, por muy brillante o pésima que se la propuesta siempre responden que no, ¿Por qué serán así?

La respuesta a este negacionismo es compleja, convergen muchas variables, se relaciona a una coyuntura global, la ira y el odio dominan el globo, toda reacción está sujeta al blanco y negro, los grises o los términos medios, los amarillos, han desparecido, somos los buenos o los villanos. Estamos hablando de emociones que brotan porque el mundo ha cambiado, ahora es más fácil visualizar y escuchar a los antagonistas, a los que entienden la realidad de una manera distinta y estos a su vez, por medio de la interconectividad global, pueden unir fuerzas y expresar sus puntos de vista, cualesquiera que fuesen, conformando una comunidad que muchas veces salta de lo virtual a lo real.

Están los terraplanistas, los que creen que el mundo es plano, también los antivacunas, los que creen que el concepto de familia todavía sigue siendo el reflejo bíblico y  armonioso de Los Ingalls o que los dinosaurios no existieron. En los “Estates”,  los republicanos que creen que los demócratas dirigen una secta de trata y tráfico de niños que rematan a los supermillonarios usando pizzerías como sede, no importan las muchas pruebas que pudiésemos presentarles: académicas, científicas, judiciales no nos van a creer, porque su verdad tiene un blindaje radicalista extremo y conservador contra cualquier argumento, ellos lo creen así y así debe ser, punto.

Toda esta chanfaina se está cocinando por una sencilla razón, las representaciones del poder han cambiado, el “estatus” es otro, porque los de abajo están arriba y los de arriba ahora están abajo, este escenario es un campo de batalla,  los que estaban arriba no pueden entender cómo demonios pasó, qué factores se dieron para que sectores que normalmente eran “invisibles” ahora tomen decisiones sobre el curso que el país debe seguir en lo político, económico y social, lo que es peor, que los ahora “igualados”, lo hicieran mejor.

Supremacía que se les esfumó a través de un sencillo acto, el voto y de un día a otro, además de estar abajo, se reconocieron como minoría y esa humillación es imperdonable, por tanto, una excusa lo suficientemente válida para hacer brotar el racismo que llevaban dentro, podrían calificar de exagerado este criterio, pero a mi favor, puedo señalar que de no ser así los disensos deberían resolverse en la arena política, a través del diálogo, debatiendo, buscando la mejor opción y no con discriminación y violencia, toda una utopía (ingenuidad) que no se dará mientras nos empeñemos negar que este país es otro, que nunca volverá a ser el mismo, que esta añoranza neoliberal no se podrá volver a dar, porque en todo este tiempo, casi ya dos décadas, la sociedad boliviana es otra.

Dentro de esta lógica, la frustración de las minorías es tan intensa que ha buscado fortalecerse por medio de un discurso común, no una ideológica, sino un sentimiento unificador, como lo es el racismo, detrás de ello transitan las buenas costumbres, los valores familiares, el civismo puritano, esto quiere decir, que no importa qué hagan, qué propongan, qué digan “los otros” nunca será aceptado, nunca llegarán al consenso, porque lo que ellos buscan no solo es la derrota política, también darles una lección y volver a convertirlos, a ubicarlos donde pertenecen, debajo de ellos, por eso nunca les darán la razón.

Esta triste historia marcha de la mano de un intenso negacionismo, han construido una República del No, que sintetiza su anhelo por el pasado, el deseo intenso que sufren por regresar las cosas tal y como estaban ellos siempre arriba, hasta llegar a creer que su definición de democracia es la única, que toda norma que vaya en contra de sus habituales conductas sea considerada como tiránica y autoritaria. Es cierto que un país suele ser un estado en constante proceso de construcción, que esto exige una madurez política, sin embargo lo que encontramos es un grupo de parlamentarios y activistas (extremistas) que exudan odio, botan bilis cada vez que declaran, pero no contentos con ello, son capaces de sacrificar hasta su propia disidencia.

El ejemplo más extremo es negar la muerte de bolivianos en las masacres de Senkata, Sacaba y Pedregal, para ellos no cuenta, la justifican señalando que se trató de un acto de defensa, que no hubo otra forma de detenerlos, creen que esta multitud destruiría sus “fincas y haciendas” urbanas, que su comodidad y patrimonio estaba en peligro, que ellos nunca apelaron al racismo para imponer su tricolor, que policías y militares tan solo los defendieron,  confirmando así, el complejo colonial que arrastran desde el “’52”, cuando los mineros y campesinos entraron a las ciudades. No importan si son diez, veinte o cien los muertos, no tienen nombre, familias, son un número, una cifra más en la vida del país.

Al igual que ellos están los medios de comunicación, que alineados con la añoranza colonial, buscan el pelo en la sopa, antes de aceptar, que las cosas se están haciendo bien y si se ven obligados a hacerlo, publican las buenas noticias en chiquito, además de contar con un equipo de analistas 24/7 dispuestos a amplificar la narrativa del odio y así ratificarse como parte esencial de esta comunidad republicana, que justifica la añoranza a ese pasado en el que “los nadies” deben volver a reubicarse en la servidumbre de la nunca debieron salir.

¿Cómo frenar esta polarización antes que uno de los extremos derrote al otro? Construyendo puentes de diálogo, que en una primera instancia se resuelva el racismo en Bolivia, reconociendo los años de discriminación y humillación naturalizado contra los de abajo, luego se podrá resolver lo político y para lograrlo nos exige mucha madurez, honestidad y pacifismo en el debate, algo que todavía no tenemos.

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